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Rosa asintió con la cabeza, su voz ahora atrapada en su garganta.
—Usa tus palabras —animó Zayne a Rosa—. Ahora no es momento de estar en silencio.
—Puedes —respondió Rosa.
—Relájate. No te haré daño —prometió Zayne, deslizando su mano desde la espalda de ella hasta el dobladillo de su vestido.
Había sido tan descuidada al pararse delante de él en una ropa de noche todo este tiempo. ¿Había pensado que no era diferente de otros vestidos?
¿Cómo podría cuando cubría menos su cuerpo?
Haría cualquier cosa por repetir la visión de Rosa esperándolo, saludándolo con una sonrisa y dándole la bienvenida al hogar. Compartiría la ansiedad de los soldados por volver a casa si Rosa lo estuviera esperando.