Después de ese extraño, perturbador y algo traumático encuentro, tuve mucho en qué pensar. No solo por el hecho de saber que toda mi vida estaba en manos de personas que apenas conocía y que parecían usarme para divertirse —aunque eso, curiosamente, fue fácil de aceptar—, sino por las innumerables preguntas que empezaron a rondar mi mente.
Reflexioné sobre lo que me habían dicho. Eso de "enloquecer" y que al final volvería a ser yo mismo me parecía intrigante, pero no tenía intenciones de perderme en la locura. También mencionó algo sobre un reloj. No lo entendí del todo hasta que revisé las cosas que mis madres habían conseguido para mí. Entre ellas encontré un giratiempo, y de repente todo cobró sentido: era por eso que había dicho que evitara encontrarme con otro yo. Lo curioso era que ni siquiera sabía de su existencia, ni mucho menos planeaba usarlo, pero supongo que eso cambiará en el futuro...
Decidí no pensar demasiado en ese asunto. Si lo hacía, me enredaría en un ciclo de angustia e incertidumbre. En lugar de eso, me concentré en mi propósito en este mundo. Recordé los consejos que me habían dado y me volqué al estudio otra vez, comenzando a aprender sobre la adivinación. No tenía mucho material, solo tres libros, entre ellos "Disipar las nieblas del futuro" y "Predecir lo impredecible", pero eran un buen punto de partida para mi situación actual.
Mientras aprendía, también empecé a buscar recursos propios de este mundo que pudieran ser útiles. Aunque estaba 200 años antes de los acontecimientos principales y los personajes importantes aún no habían ni nacido, había cosas que podría encontrar aun en esta epoca. Los aulladores, la planta en la que se basaba la trama de la primera película de Zootopia. Quizás no parecía impresionante, pero si lo que me dijeron sobre el "valor de destino" era cierto, esa planta podía ser clave.
Ese mismo día salí a la ciudad para buscar a alguien que pudiera ayudarme, incluso pasando por lo de Barnaby para pedirle consejo. Así fue como llegué a una floristería atendida por una osa hormiguera y un lemur, cuya subespecie no pude identificar. Aunque mi vocabulario aún era limitado, entre las palabras que conocía y algo de escritura logré comunicarles lo que buscaba. Hice un pedido de Midnicampum holicithius, el nombre real del aullador. Me informaron que llegaría entre una semana y un mes, dependiendo de las circunstancias.
Volví feliz a casa. Aunque fuera un pequeño paso, sentía que estaba avanzando en mis objetivos. Ahora, el mayor desafío era pensar cómo pasar los próximos 200 años en este lugar y prepararme para el futuro.
...
Día tras día, año tras año, el tiempo siguió su curso, ininterrumpido, como suele hacerlo.
Aunque no tenía un maestro y fui completamente autodidacta, mi magia progresaba de manera constante, tanto en cantidad como en calidad. Durante los primeros años, me limité a hechizos sencillos y seguros que practicaba diariamente. Fue eso lo que hizo que mi tienda fuera creciendo y mejorando con el tiempo.
Perfeccioné mi encantamiento reparador, y con la incorporación de otros hechizos, como uno de limpieza, mi negocio se volvió más eficiente. Los clientes traían objetos rotos, y yo los devolvía reparados y limpios, como nuevos, o incluso mejorados. Esto atrajo más trabajo constante, lo que me permitió ampliar la tienda y mejorar su decoración, tanto por dentro como por fuera.
Para mi segundo año aquí, consideré la posibilidad de contratar ayuda. Seis meses después, publiqué anuncios de contratación y pronto contaba con dos asistentes: una gueparda y una oveja recomendada por Clara.
La gueparda, Roselia, tenía parte de su rostro desfigurado por un incendio. Su aspecto aterrador, sumado a ser una depredadora, complicaba su vida. Nadie le ofrecía trabajos decentes, especialmente aquellos que implicaran contacto con el público, lo cual era devastador para alguien que solía ser muy sociable. Aceptó trabajar en mi tienda buscando un empleo digno, y cuando le ofrecí el puesto de atención al cliente con un buen salario, vi sus ojos iluminarse. Fue como si le devolviera un pedazo de esperanza.
La oveja, Harriet, era una joven de 15 o 16 años en situación de extrema pobreza. Había perdido a sus padres y no tenía familiares cercanos. Hacía cualquier trabajo que pudiera encontrar para sobrevivir, pero ese camino solo la llevaba a hundirse más. No me sorprenderia que por su condición llegara a caer en la prostitución luego de unos meses. Clara la encontró por casualidad y, al conocer su situación, me habló de ella justo cuando buscaba asistentes. No pude decirle que no a mi querida maestra. Harriet lloró de alegría cuando le ofrecí el empleo, junto con un mes de adelanto y una habitación en mi tienda. No podía permitir que siguiera durmiendo en la calle.
Ambas trabajaban por turnos de 8 horas, una en la mañana y otra en la tarde. Sus principales tareas eran atender a los clientes, recibir pedidos y asignar fechas de entrega. Luego colocaban los artículos en una mesa de trabajo y me avisaban si había muchos pedidos acumulados. Si no habia exceso de trabajo, yo los reparaba dos veces al día, al mediodía y por la noche, tras lo cual mis empleadas los recogían, organizaban y entregaban. Era un sistema sencillo pero eficiente.
Mi negocio prosperó tanto que, en algún momento, empecé a atraer clientes más importantes: nobles, coleccionistas y museos. Estos acudían en busca de un buen restaurador tras escuchar mi creciente fama. Al principio, venían con pocas expectativas, pero al ver los resultados de mi trabajo, salían sumamente satisfechos. Esto no solo aseguraba su regreso, sino que también ayudaba a que mi reputación se extendiera aún más, tanto en la ciudad como en las regiones vecinas. Para cuando llevaba entre 4-5 años con la tienda, ya recibía solicitudes de personas fuera de la ciudad que buscaban mis servicios. Mi nombre empezó a asociarse con el título de uno de los mejores restauradores, capaz de devolver a obras de arte y reliquias antiguas su esplendor original, casi como si fuera magia.
Sin embargo, no todos confiaban en mí. Muchos historiadores y conservadores de patrimonio creían que mis métodos eran poco ortodoxos, incluso fraudulentos. Alegaban que podría "mancillar" las reliquias con técnicas modernas y me consideraban un riesgo para la integridad histórica de los objetos. Pero los nobles, más interesados en los resultados que en las críticas, me enviaban sus tesoros sin problemas. Fue solo después de que se verificó que mis restauraciones no incluían modificaciones modernas —que las piezas permanecían auténticas— cuando las instituciones académicas y los conservadores empezaron a contratar mis servicios.
En el transcurso de una década, mi pequeña tienda pasó de ser un negocio modesto y poco conocido a un reconocido centro de restauración. Clientes de distintas ciudades, e incluso de otros continentes, solicitaban mi trabajo. No era un flujo masivo, pero había conseguido uno o dos encargos importantes en el extranjero, lo que consolidó aún más mi renombre.
Con el crecimiento de mi negocio, la antigua tienda se volvió demasiado pequeña para manejar el volumen de trabajo. Decidí comprar una propiedad más grande en una zona empobrecida de la ciudad. La adquirí a bajo costo y allí emprendí la construcción de un edificio moderno, muy avanzado para la época. Aunque fue un proyecto difícil y extenso, mis habilidades mágicas me permitieron agilizar los procesos más complicados y tediosos. Empleaba trabajadores para las tareas principales, pero durante ciertos periodos los apartaba para realizar hechizos que aceleraban la construcción de manera significativa.
Así nació un centro emblemático para la ciudad, un edificio que revitalizó el área que antes estaba en decadencia. Aunque al principio los clientes se mostraban reacios por la ubicación del lugar, la afluencia constante de personas trajo consigo un resurgimiento económico para la zona. Pronto, lo que antes era un barrio olvidado se convirtió en un punto de actividad vibrante, en gran parte gracias al impacto de mi negocio.
A pesar del éxito y del nuevo edificio que todos en la ciudad conocían, decidí seguir viviendo en mi antigua tienda junto con Harriet. Conservé su aspecto original como un recordatorio de mis humildes comienzos. Aunque mi negocio creció rápidamente, ese lugar tenía un significado especial para mí. Planeo mantenerlo tal cual hasta que, algún día, decida entregárselo a Harriet como agradecimiento por haber estado a mi lado durante todos esos años.
...
Durante ese tiempo, no solo logré avanzar económicamente, sino también en muchos otros aspectos personales. Digamos que, en el proceso, inicié una relación secreta con mi profesora, Clara.
Todo comenzó de esta forma...
...
Clara: "Por eso debes tener cuidado con la pronunciación de ciertas palabras, como playa, al hablar con algunos mamíferos. Podría confundirse con..."
Riuz: "Tu lana es tan hermosa..." —dije, interrumpiéndola sin darme cuenta, embelesado mientras miraba su suave lana blanca. Era impecable, cuidada con esmero, y parecía la almohada más cómoda del mundo.
Clara: "Gracias..." —respondió algo desconcertada, tratando de volver al tema de la lección—. "Entonces, respecto a la clase de hoy..."
Riuz: "¿Puedo tocarla?" —pregunté, extendiendo la mano con curiosidad infantil.
Clara: "¡No!" —exclamó de inmediato, visiblemente nerviosa y algo avergonzada—. "Es de mala educación tocar la lana de una oveja sin su permiso."
Riuz: "Vamos..." —dije levantándome lentamente de mi asiento, acercándome con cautela mientras invadía su espacio personal—. "Recuerda que ayudé a tu amiga, le di un trabajo digno y un hogar."
Mis palabras fueron acompañadas de un movimiento firme pero controlado, acercándome cada vez más. Mi rostro quedó peligrosamente cerca del suyo, y mi mano, alzada, parecía detenerse justo sobre la fina lana que adornaba su cabeza y cuello.
Clara: "Riuz, yo..." —tartamudeó, retrocediendo mientras intentaba mantener la compostura. Su respiración se volvió errática, y una ligera inclinación hacia atrás la dejó sin apoyo—. "Está bien..." —cedió finalmente, con voz temblorosa.
Antes de que pudiera detener el curso de los acontecimientos, Clara perdió el equilibrio, y ambos caímos al suelo. El impacto fue suave, un pequeño *tuc* contra el piso, pero lo suficientemente inesperado como para que mi posición quedara clara: estaba encima de ella.
Sin pensarlo mucho, extendí mis manos hacia su lana y comencé a acariciarla con delicadeza. Al principio, mis movimientos eran cuidadosos, casi tímidos, pero pronto se volvieron más seguros, más intensos. Sus mejillas adquirieron un rubor profundo, y aunque parecía desconcertada, no se apartó.
Sentí cómo sus músculos se relajaban bajo mis caricias, y noté el ligero estremecimiento que recorría su cuerpo. Mis dedos parecían deslizarse por su piel con una mezcla de cariño y un poco de mi energía pura, generando un cosquilleo helado que parecía resonar profundamente en ella, como el escalofrío que produce un toque frío pero placentero en el cuero cabelludo.
Aunque al principio Clara parecía disfrutar de este acto inocente de su alumno acariciando su lana, su expresión cambió de repente cuando me miró a los ojos. Mi respiración era pesada, mis pupilas parecían encenderse con un rojo profundo, y mi mirada se había tornado voraz... pero no de hambre, al menos no de comida. Ademas, sentia algo duro tocar su estomago. Para ella, mi apariencia evocaba la imagen clásica de un depredador acechando a su presa, aunque mis intenciones eran completamente distintas
Clara: "Riuz... deberíamos parar..." —Su voz temblaba, cargada de una mezcla de nerviosismo y vulnerabilidad.
Riuz: "No estoy seguro de poder hacerlo..." —Admití, con la respiración agitada. Había pasado tanto tiempo reprimiendo mis necesidades y deseos a base de la autosatisfacción que sentía cómo la barrera que los contenía comenzaba a ceder. Tanto así que mi poder puro en mis dedos cambio a su opuesto, afectando notablmente a mi presa.
Clara: "Tenemos que calmarnos... esto no está bien..." —Dijo entre jadeos, pero su cuerpo traicionaba sus palabras, temblando bajo el efecto de mi toque que ahora se volvía incómodo, en especial por las sensaciones que le provocaba en ciertas partes intimas.— "Vamos... a separarnos... y..."
Sus palabras, entrecortadas por una creciente excitación que la invadía, quedaron inconclusas. Antes de que pudiera articular algo más, mis labios se encontraron con los suyos en un beso inesperado, sorprendiéndola por completo. Su cuerpo reaccionó al instante, empujándome con fuerza en un intento por separarnos, pero mi agarre era firme. Aunque luchaba, la intensidad de mi fuerza y la influencia que mi poder ejercía sobre ella no le permitieron soltarse.
Mi beso fue profundo incluso anque intentó resistirse cerrando los dientes, pero el placer y la exitacion que porducia mi poder en ella la mareaba y fue menguando sus fuerzas. Lentamente, encontré el espacio suficiente para deslizar mi lengua dentro de su boca, explorando cada rincón.
Besar a alguien que no era humano era una experiencia completamente nueva para mí. Clara era una oveja, un ser antropomórfico, y la diferencia entre sus labios y los de un humano era evidente desde el primer contacto. Tenía una textura más suave, más cálida de lo que había esperado.
Cuando nuestras lenguas finalmente se entrelazaron, me invadió una sensación única y extraña. Su boca tenía un sabor distintivo: una mezcla cálida de hierba recién masticada, ligeramente amarga con un toque agridulce. No sabria como describirlo. Era un contraste desconcertante, desagradable en un principio, pero eso no me detendria.
Me perdí momentáneamente en nuestro beso. Estaba tratando de forzarme a que me guste el sabor de la tierna oveja. Poco a poco, sentí cómo la resistencia en sus manos comenzaba a desvanecerse, mientras sus ojos permanecían cerrados. Mis manos se deslizaron suavemente sobre su cálida lana, explorando con delicadeza su forma hasta llegar a los pliegues de su ropa, empezando a desvestirla.
Clara: "P-para... deberíamos detenernos... esto no está bien..." ―murmuró con dificultad, su voz teñida de dudas y emoción, mientras un leve gemido escapaba de sus labios cuando la parte superior de su cuerpo quedo liberada de su ropa.
Miré su cuerpo lanudo hasta llegar a sus pechos, un lugar donde su pelaje estaba ausente. Tenía uno par de pechos pequeños, con dos lindos pezones. Era sorprendente el verlos, un punto medio entre lo humano y lo animal, que se unían con una sutileza que podía describirse como única, casi artística
Dejé que Clara se calmara un poco y dejara de estar tan agitada. Para que cuando su respiración se calmó y sus ojos se abrieron, ataqué su pecho y metí su pezón en mi boca, succionándolo.
Clara: "AHHhhhh..." —Gritó al sentir como agredía una parte de su cuerpo que nadie más que ella había tocado antes con intensiones tan vulgares.
Las sensaciones que experimentaba eran abrumadoras. Aunque sabía que lo que estaba sucediendo no era correcto, no podía negar lo bien que se sentía. Sin ser consciente de la influencia que mis poderes tenían sobre ella, Clara se sentía culpable. Se culpó por estar tanto tiempo soltera y metida en su deseo de ser maestra, ignorando el arreglo matrimonial que sus padres arreglaron para ella, que ahora estaba tan cachonda que dejaba que su alumno le hiciera esto... y que lo gozara tanto.
Disfrutaba mucho de esos labios sobre su pezón, que succionaban como si fuera un pequeño corderito. Pero todo ese placer y gozo se vio interrumpido por un breve momento de claridad cuando sintió que su ropa, que antes había sido parcialmente retirada, ahora era despojada por completo, dejándola desnuda
Mire esas pequeñas y delgadas piernas ante mí, las cuales se cerraron rápidamente, pero con mis manos realizando un toque suave cargado de mi poder para que el placer invadiera el cuerpo de mi maestra una vez más, logré poder abrirlas y dejarme ver ese lugar tan especial. Además de la lana a su alrededor, me sorprendía en cierto sentido el parecido que tenía con un coño humano. No era igual, pero había algunas similitudes.
Ella rápidamente extendió sus manos sobre él, impidiendo mi vista, sonrojándose y mostrando absoluta vergüenza y timidez en su rostro, además de un poco de mortificación.
Me agaché, acercando mi rostro a ese precioso lugar, usando mis manos para retirar las suyas sin mucha dificultad. Ente el primer indicio de carencia de obstrucción, acerqué mi boca para besar esos labios, provocando un pequeño aullido a mi tierna bola de lana. Mi boca entró en contacto con su lugar especial y mi lengua se extendió para dar una gran lamida y posteriormente apresar su clítoris entre mis labios, empezando a succionar al igual que lo hice con sus pezones.
Seguí así durante un tiempo, acostumbrándome a este nevo sabor indescriptible mientras hacía gemir a Clara, aunque intentaba evitarlo poniendo su pata sobre su boca. Agradezco mucho sus claros hábitos de higiene, hacía esto mucho mas fácil. No me contuve y si no estaba prendido a su clítoris y usando mis manos sobre sus pezones, estaba lamiendo su interior y usando mi dedo sobre su botón, dándole pequeñas descargas de mi poder.
Clara no duró mucho más y sentí como todo su cuerpo se convulsionó al mismo tiempo que soltaba un grito no contenido, muy fuerte, cosa que me hizo agradecer que Harriet no estuviera en casa hoy. Sentí de primera mano el orgasmo de mi maestra, en especial cuando sus jugos parecieron brotar con fuerza sobre mi rostro, obligándome a cerrar los ojos.
Me separé de la oveja mientras ella se recuperaba de su breve maremoto, tomando lo primero que encontré a mano para secarme la cara. Cuando terminé de limpiarme, me giré para verla temblar, intentando levantarse o voltearse con dificultad. Ahora podía ver a mi pobre maestra a cuatro patas, con la cabeza apoyando contra el suelo y su trasero elevándose un poco, con el coño al descubierto, rojo hinchado y brillante. Creo que no era consciente de la posición en la que se puso, pero no me quejaría.
Me acerqué a ella mientras me despojaba de mis ropas, sujetando sus lanudas nalgas con mis manos y apoyando mi miembro en su lubricado valle. Parecía que esto la había sacado de su trance post-orgásmico, y aunque notó lo que ocurría, antes de que pudiera reaccionar, suplicar o intentar resistirse, empujé mis caderas contras su suave trasero.
Clara soltó un fuerte gemido al sentir como su interior era abierto, con una membrana siendo perforada y perdiéndola para siempre. Estaba asustada y angustiada de lo que implicaba lo que acaba de suceder, pero al mismo tiempo, no podía ignorar esas cosquillas internas. Mi poder estaba haciendo su magia y con solo el contacto de mi pene con sus paredes internas, el placer empezaba a invadirla una vez mas y con mucha mas intensidad.
Yo, por otro lado, después de tanto tiempo, volvía a sentir un lugar cálido y húmedo que me acogía, algo distinto a lo que conocía, pero no en un sentido negativo. También me sentía agradecido por el hecho de que, en estos dos años y medio, había cambiado y crecido, ya que, de otro modo, habría sido incómodo y humillante que, al llegar a este punto, Clara no hubiera notado mi presencia en su interior.
Comencé a mover mi cadera con un ritmo constante, lento al principio para no agobiarla, pero al escuchar sus gemidos, y su propio movimiento instintivo en respuesta, comencé a ir mas duro.
Hacerlo con ella se sentía muy bien, y no solo me refería a la sensación de su interior, sino también al contacto exterior, que resultaba sorprendentemente placentero. Luego de afianzar mi postura, seguía embistiéndola, pero abrazando su espalda. Quizás una postura demasiado animal para mi humanidad, pero no podía negar que follarla mientras estaba recostado sobre su suave lana era el paraíso. Era extremadamente cómodo, brindándome dos tipos de placer muy geniales.
Continúe atacándola, escuchando sus gemidos mezclados con baladas de oveja, notando lo perdida que estaba en el momento, sin oponer resistencia como al principio. Su trasero era constantemente golpeado por mi pelvis y su coño no dejaba de gotear constantemente, dándome una invitación clara a ir cada vez mas fuerte.
Pronto, ambos nos encontramos al borde del límite, y no pudimos contenerlo más. En el último instante, como si mis poderes reaccionaran, una oleada de este explotó en su interior, brindándole una estimulación intensa y casi indescriptible. En ese momento, ella alcanzó su clímax, un momento de liberación tan intenso que parecía desbordarse como una cascada, mientras que yo empecé a bombear chorro tras chorro de semen en su interior.
Ambos permanecimos tensos por unos segundos, manchando el cuerpo del otro con nuestros fluidos mientras gemidos y gruñidos de placer escapaban de nuestras bocas. Cuando finalmente nos detuvimos, yo estaba empapado y ella tenía su útero cargado con mi semen. Nos separamos y caímos al suelo, exhaustos por el intenso ejercicio.
Al recomponerme un poco, la vi tirada en el suelo, ya inconsciente, sumida en un sueño tranquilo tras la experiencia y con una sonrisa en su rostro. Sonreí, aliviado y con una sensación de paz, finalmente liberado de la tensión acumulada. La levanté con cuidado y la llevé hasta mi cama, donde la acosté suavemente. Luego, me acomodé detrás de ella, abrazando su cuerpo lanudo como si fuera un cálido peluche, dejándome envolver por su suavidad. Cerré los ojos quedándome dormido.
...
A la mañana siguiente, cuando me desperté, Clara ya no estaba. Se había ido sin decir una palabra. La única prueba de su presencia en la habitación era el leve aroma que quedaba en el aire, un recordatorio de lo que había ocurrido, mientras el suelo seguía marcado por los vestigios secos de la noche anterior.
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