Sebastián bajó los escalones pausadamente, su postura mostraba una seguridad tranquila. Miró a Abigail con una calma enigmática, aparentemente no perturbado por su arrebato furioso.
Sus ojos se encontraron con los de ella mientras caminaba a su lado, su presencia lanzando una sombra sutil sobre ella. Se acomodó en el sofá mullido, posando su mirada en el sobre que Abigail sostenía en sus manos.
—¿Qué es eso? —preguntó. Su voz medida y compuesta rompió la tensión que flotaba en el aire.
Pretendió no conocer el contenido del sobre. Su rostro de póquer era impecable y su inocencia estaba magistralmente mantenida.
Abigail sintió que la frustración crecía dentro de ella, y sus cejas se fruncieron con indignación. ¿Cómo podía simular no saber nada cuando fueron sus propias acciones las que habían desatado su ira?
Ella negó con la cabeza.