Al escuchar los pasos apresurados al otro lado de la puerta, Cati intentó alejarse rápidamente, pero al impulsar la silla, se cayó hacia atrás con un fuerte estruendo. La silla se rompió, liberando una de sus manos y ambos pies.
Sin embargo, el estruendo alertó a los guardias, que entraron y encontraron a Cati en el suelo.
—¿Cómo llegó ahí? —preguntó uno de ellos.
—¡Vuelve a atarla a la silla! ¡Busca la que está afuera antes de que venga la Señora Ester o el Señor Norman!
El primero que había hablado levantó a Cati, pero ella logró golpearlo con un pedazo de la madera rota. Al ver su expresión tras el ataque, Cati se preocupó. En pánico, lo golpeó de nuevo pues el hombre sujetaba su mano con fuerza. Desafortunadamente, el guardia que había salido regresó a tiempo para detenerla. De pronto, la puerta de la celda se cerró con un ruido seco.
—Abre la puerta —ordenó el hombre que sujetaba a Cati.