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87.87% Gaia - La Ira de los Dioses / Chapter 29: Capítulo 16: Mentiras y Secretos (2)

章節 29: Capítulo 16: Mentiras y Secretos (2)

26 de Octubre de 2021

Día 95

Después de como Rubén corto nuestra conversación de manera tan abrupta se ha mantenido a la defensiva y a veces casi ignorándome, por lo que solo me queda una opción… presionar a Santiago para que hable.

—Basta de juegos, dime la verdad de una vez —le ordeno con firmeza una vez que estamos solos

—Que… yo no… —inmediatamente se sobresalta y entra en pánico.

—Rubén no está aquí —lo interrumpo cortándole el rollo a sus excusas—, sé que algo paso con Lilith, también sé que tienes miedo de que él te haga o diga algo, pero si él realmente te importa pon de tu parte para que podamos ayudarlo.

—No… no hablare de ella…

—Está bien, entonces háblame del arma que cargas ¿De dónde salió? —pregunto cambiando de tema al instante.

—¿Cómo? ¿Qué? ¿La pistola…? So… solo la encontramos… por ahí… —se tropieza con sus propias palabras al no saber cómo responder.

—Tarde en darme cuenta pero reconozco esa pistola Santiago —replico intentando obtener información desde otro ángulo—, ese color y esas marcas en el cañón son las mismas del arma de aquel bastardo que nos asaltó.

—Yo… yo… ¡No lo sé! —confiesa en pánico—, yo estaba herido, en ese tiempo Rubén desaparecía sin darme explicaciones, un día llego con eso… la reconocí… pero sentí mucho miedo de preguntar.

—¿Y porque nunca lo mencionaste? ¿Por qué vas tan lejos para encubrirlo? ¿Te tiene amenazado? —insisto con más intensidad pese a que en el fondo me siento terrible por ello, me estoy aprovechando lo vulnerable que es ante la presión… no obstante, en esta situación, en este apocalipsis, no pueden darme el lujo de seguir dando rodeos y tragándome mentiras.

—¡Basta! —espeta mientras me empuja—, tú no sabes en lo que se ha convertido, él es… un monstruo, ni siquiera se… ni siquiera sé si puedo seguir llamándolo amigo, después de lo que le hizo a ella…

Al percatarse de sus propias palabras los ojos de Santiago se llenan de pánico y tapa su boca con ambas manos, como si eso fuera a borrar lo que ya dijo.

—¿A Lilith? —lo cuestiono incrédulo—, estamos hablando de Rubén… él no…

—No, no, no, no, no, no, no, ¡Yo no dije nada! ¡Yo no dije nada! Nada… —balbucea mientras se empieza a hiperventilar, por lo que lo sujeto por los hombros.

—Calma, baja la voz… no pasa nada, esto solo es entre tú y yo —lo intentó tranquilizar, lo último que me falta es un alboroto que llame la atención de Rubén.

—Marco, Marco, prométeme que no le dirás nada —me ruega mientras su cara palidece—, prométeme que no lo confrontaras de nuevo, si se entera que yo dije lo más mínimo…

—Santiago, no te pasara nada, te lo prometo, pero necesito respuestas, no entiendo como él…

—No, no, no, no puedo hablar más Marco, por favor, solo prométeme que no hablaras con el de ello…. Por favor —insiste al borde de una ataque de pánico.

—Está bien... prometo no mencionarle nada de esto.

—Gracias… —responde calmándose y sentándose en el suelo mientras recupera el aliento.

Esto no salió como esperaba, no creí que podría entrar tanto en pánico, quizá pude haberme excedido un poco… pero no entiendo el origen de ese terror que parece sentir.

Mantendré mi promesa de no mencionar esta platica a Rubén… pero lo confrontare con respecto a Lilith, debe ser un malentendido, él no es el tipo de persona que haría algo asi.

—No me crees… ¿Cierto? —pregunta Santiago con una voz débil y melancólica—, "El bonachón de Rubén no tocaría ni a una mosca", "Debe haber una explicación", "El desabrido de Santiago debe estar equivocado"… debes estar pensando algo asi… ¿No?

¿Realmente soy tan fácil de leer?

—Si no me cuentas la verdad completa, no puedes esperar que no tenga mis dudas.

—¿Bromeas…? Yo… vi todo… y aun asi sigo intentando encontrarle una explicación… una justificación… una razón para que alguien como él pueda cambiar tan repentinamente… pero…

—"Pero" ¿Qué? —pregunto ya que no termina su frase.

—Hay quienes siempre han estado rotos por dentro…

—Rubén no…

—Aun con un talento digno para entrar a cualquier liga profesional de deportes… hay un límite de cuantos jugadores puedes mandar al hospital por… "accidente".

 —Imposible, no puedes estar hablando del Rubén que yo conozco.

 —¿El Rubén que tu conoces? —se mofa de mis palabras—, lo único que conoces es la máscara que le permitía encajar con los demás.

 —Si es realmente como dices… ¿Qué sigues haciendo a su lado?

 —Tan solo mírame… estando por mi cuenta hubiera muerto hace mucho, incluso antes de que todo esto empezara… —dice con frustración y con los ojos vidriosos.

 

27 de Octubre de 2021

Día 96

En vez de conseguir respuestas solo cree un ambiente aún más estresante que antes, algo que pensaba imposible. Rubén se mantiene arisco ante cualquier tipo de comunicación o acercamiento, mientras que, desde nuestra platica de ayer, Santiago se ve retraído, con una mirada que solo puedo describir como triste y cansada. Yo tampoco estoy en mi mejor condición, tanta tensión me impidió conciliar el sueño ayer, por lo que me siento exhausto y con un dolor de cabeza terrible.

 —Eso es lo último —les indico tras cerrar la cajuela con todas nuestras cosas adentro.

 El único aspecto positivo del día de hoy es que las reparaciones de la camioneta fueron completadas y estamos listos para partir.

—Con el combustible que hay en el tanque alcanzaremos a llegar al taller, pero debemos mantener los desvíos al mínimo, al menos hasta encontrar diésel —añade Rubén mientras se sube.

—Hay un estacionamiento con camiones refrigerados donde podríamos conseguir un poco… pero es una zona peligrosa —no creo que estén listos para enfrentarse a algo asi. Ni siquiera yo me siento preparado para ello.

—Luego veremos eso —dice mientras me pasa las llaves—. Tu manejas, conoces mejor el camino.

—Está bien —digo esperando que el dolor de cabeza se disipe en un rato.

 

La camioneta es bastante amplia y cómoda, lo suficiente para que en los asientos delanteros quepamos los tres, dejando toda la parte de atrás como una cajuela muy conveniente.

Conduciendo a una velocidad prudente logramos avanzar bastante en poco tiempo, mayormente gracias a lo bien que responde el motor tras las reparaciones… aunque lo incomodo del ambiente hace que el viaje se sienta más largo. Para colmo, lo que era un dolor de cabeza sin más se convirtió en una jaqueca que no hace más que aumentar en intensidad.

—¿Por qué no giraste en la calle anterior? —me cuestiona Rubén en un tono poco cordial.

—Mantenernos por la avenida es más seguro, hay menos posibilidades de encontrarnos con hordas.

—Eso no era parte del plan —me reprocha irritado—, no estas tomando en cuenta el gasto de combustible.

—Tomar el camino corto y toparnos con petrificados que nos obliguen a desviarnos conllevaría un gasto mayor —replico sin la paciencia para soportar su tonito.

—Es mayor el riesgo a quedarnos sin combustible por tomar esta ruta —responde apretando sus sienes con fuerza.

—Quizá sea un mal momento… —interviene Santiago con timidez—, pero ahora recuerdo que los camiones del campus deben usar diésel… podríamos conseguirlo de allí…

—Rayos… ¿Deberíamos dar la vuelta? —pregunto al aire mientras reduzco la velocidad.

—Muy tarde —refuta molesto—, ya estamos muy lejos, no llegaríamos.

—Lo siento… —se disculpa Santiago.

—Eso no soluciona nada —masculla volteando su rostro hacia la ventana mientras baja el cristal.

 

Seguimos nuestro camino y el dolor de cabeza comienza a disminuir, no obstante, en el momento en que empieza a hacer frio y subimos las ventanas, vuelve a escalar hasta convertirse en una jaqueca que me causa nauseas.

—Necesito que uno de ustedes tome el volante… —freno tras asegurarme de que no hay cristalizados en los alrededores.

—¿Estas bien? —pregunta Santiago al ver mi expresión.

—No… todo me da vueltas… no creo poder seguir asi… quiero pensar que es la falta de sueño o algo que comí —me siento aún más mareado y desorientado que aquella vez que me ahogue en alcohol con Nicolás.

—Probablemente fue la comida… —añade Rubén apretando sus sienes con una clara expresión de malestar.

—Yo solo siento un mareo ligero… pero eso me suele pasar en los carros —comenta Santiago—, pero… no parece ser el caso… quizá debamos tomarnos el resto del día.

—Si… —concuerdo con él aunque me pesa desperdiciar la luz de día.

—Busquemos un lugar donde descansar y refugiarnos —dice Santiago mientras mira a los alrededores.

—¿Y dejar la camioneta para que alguien la robe? Suena a como una mala idea —argumenta Rubén.

—No creo que tengamos muchas más opciones —replico a favor de la idea de detenernos—, además, no es como si hubiera muchos sobrevivientes por aquí…

—Como sea —responde encogiéndose de hombros sin muchas ganas de discutir.

 

Para nuestra suerte solo tuvimos que avanzar un poco más para llegar a un fraccionamiento privado con la reja de la entrada convenientemente abierta.

La mayoría de casas se ven en buen estado, a lo mucho algunas agrietadas por los temblores. Al fondo hay una que destaca por estar en casi perfectas condiciones.

—Parece despejado… pero no se confíen —digo mientras recubro mis brazos de piedra a lo que ambos me imitan a un nivel bastante decente, incluso Rubén, quien ha mejorado mucho y muy rápido entrenando por su cuenta.

La puerta principal no tiene signos de haber sido forzada, lo cual, sumado al polvo que recubre el lugar, solo puede significar que nadie ni nada ha entrado en mucho tiempo… o salido.

Imito el método que aprendí de Nicolás para abrir puertas forzando las bisagras para hacer el menor ruido posible.

—Esten alertas…

Me agacho y poso la palma de mi mano contra el suelo para usar sentido sísmico, sin embargo, al ser un piso de madera no obtengo muy buenos resultados… claro, la jaqueca y el mareo tampoco ayuda.

Pese a que aún no anochece, la casa está sumida en la oscuridad. Camino sigilosamente hacia un gran ventanal para mover las cortinas que bloquean toda la luz y asi permitir que entre un poco.

—El lugar parece abandonado —señala Rubén una vez que el lugar se ilumina y que por su reducido tamaño se hace evidente que esta despejado.

—No te adelantes —le advierto inútilmente al verlo subir las escaleras de forma temeraria, a diferencia de Santiago, quien no ha dado un paso más allá de la puerta—, arriba podría…

—¡Mierda…! —me interrumpe con un gruñido.

—¿¡Qué…!?

Mi pregunta es respondida, no por Rubén, sino por el petrificado que lo embiste contra la pared y procede a intentar clavarle los colmillos, no obstante, él reacciona lo suficientemente rápido para protegerse con su brazo petrificado.

Salto los escalones para ir en su auxilio pero en un pestañeo el forcejeo se detiene, lo siguiente que veo es el brazo de Rubén atravesando el pecho de esa cosa como si fuera de arcilla.

Siento escalofríos ante la inquietante escena: su brazo en forma de una gran estaca saliendo del tórax destrozado del petrificado, el cual, cae inerte por los escalones hasta llegar a mis pies.

No sé qué es más alarmante, la facilidad con la que lo destrozo, la velocidad con la que ha mejorado su control o la expresión de asombro… o quizá admiración de su propia fuerza…

—Tienes que asegurarte de romper el núcleo —digo intentando ignorar esos pensamientos a la vez que doy el golpe final—. Eso fue demasiado arriesgado…

—Pude contra eso, es lo que importa —responde de manera altanera.

 

Revisamos el resto del lugar con precaución… o al menos nosotros, Rubén solo hace lo que quiere.

—Oigan… deberían ver esto —masculla Santiago con la voz un poco temblorosa y apenas audible desde una habitación al fondo del segundo piso.

Al entrar lo veo paralizado a un lado de la ventana asomándose con el rabillo del ojo. Logro comprenderlo al ver una enorme… no… descomunal horda de petrificados en la calle trasera. La barda del fraccionamiento nos mantiene separados… pero no necesariamente seguros.

—Joder… —maldigo en voz baja al ver a dos aulladores entre la multitud y a un "pequeño" coloso que sobrepasa los dos metros.

—Tenemos que irnos de aquí —me dice muy asustado—, iré a por Rubén para…

—No podemos… —le contesto mientras intento pensar en nuestras demás opciones—, no estamos en condiciones para ello.

—Pe… pero, quedarnos aquí no es opción —replica con una voz nerviosa—, ¿Aun te sientes mal? Digo, ya te ves mejor.

—No… bueno, un poco —dudo al responder ya que me percato de que, en efecto, el malestar disminuyo en gran medida sin que me diera cuenta—. Me siento mejor, pero no hay que confiarse, si se repitiera en un momento crítico estaríamos en aprietos.

—Pero…

—¿Qué sucede? —Rubén lo interrumpe entrando en la habitación.

—Míralo por ti mismo —le respondo señalando la ventana.

—¡Me lleva la…!

—Baja la voz, si nos escuchan estamos muertos —le reclamo con susurros.

—Le digo a Marco que tenemos que salir de aquí —insiste Santiago.

—Con esa terrorífica vista que tenemos afuera suena como una buena idea… pero estrellarnos en el carro no lo es —responde con la mirada fija en la horda que tenemos a escasa distancia.

—¿Aun te sientes mal? —lo cuestiona—, quizá lo que ambos necesitaban era tomar un poco de aire.

—Lo que sea que fue, no pudo desaparecer de repente y sin razón.

—En eso estamos de acuerdo —digo a su favor—. Lo mejor será quedarnos aquí por el resto del día… pero debemos procurar no hacer ningún tipo de escándalo.

Una hoguera tambien queda descartada, los cristalizados no parecen ser sensibles a la luz pero si al fuego… o quizá a las altas temperaturas, lo desconozco, en cualquier caso es mejor no correr riesgos.

Inspeccionamos la cocina mientras aún hay luz de día, pero pareciera haber sido vaciada hace mucho. Lo que si encuentro es una decente variedad de especias, Santiago y Rubén no les dan mucha importancia pero creo que subestiman lo valiosas que son.

Lo último que hago antes de ir a dormir es revisar nuestras reservas de cristales. Siempre suelo cargar uno conmigo, pero ya le queda poco mientras que los demás que tenemos no son muchos ni tampoco muy buenos. Si tomo en cuenta el núcleo del segador no tendremos problemas… aunque enserio preferiría no tener que recurrir a usarlo.

A Rubén le toca la primera guardia. En principio mi idea era quedarnos en una sola habitación, pero Santiago me insistió a escondidas en que no fuera asi, no parece estar muy cómodo durmiendo con él alrededor, por lo que ambos terminamos acomodándonos en la sala de abajo mientras Rubén vigila desde la planta de arriba.

 

Nuevamente me es difícil conciliar el sueño, el dolor de cabeza desapareció, pero estar a pocos metros de una horda como esa me pone de nervios. Santiago, por otro lado, no parece haber tenido mucha dificultad para caer dormido. Entre siestas cortas y pasajeras el tiempo pasa y llega mi turno para hacer guardia.

Un olor un tanto desagradable se empieza a impregnar en el ambiente y al notar que viene desde el segundo piso se hace evidente su origen.

—Y pensar que mantendrías ese hábito aun en medio del fin del mundo —le digo a Rubén tras subir las escaleras y encontrarlo fumando al lado de la ventana mientras parece garabatear algo en un cuaderno azul.

—Es la razón perfecta para no dejarlo —me responde de manera cínica a la vez que esconde lo que tenía entre manos—, con las cosas como están, no creo que esto cause mi muerte, es más probable que primero llegue a ser por mi propia mano que por cáncer de pulmón o una tontería asi.

—Esa es una broma de mal gusto.

—¿Acaso nunca te ha pasado por la mente? —me pregunta mientras suelta el humo hacia afuera.

—Si… digo, en una situación asi, ¿A quién no? —respondo con honestidad.

—La persona que vivía aquí… lucho hasta el final, o al menos eso parece.

—¿Qué? ¿Hablas del petrificado?

—Si.

—¿Por qué lo dices? Podría haber despertado como petrificado desde un principio.

—No… —responde apagando el cigarro contra la pared y tirando la colilla—, una cocina vacía, una habitación demasiado desordenado a comparación del resto de la casa y, sobre todo, muchas bolsas de basura amontonadas frente a la casa de al lado.

—No note eso…

—Tampoco había ningún carro pese a que en la cochera hay signos de que tenían uno —me asombra lo observador que puede ser siendo que yo ni siquiera me detuve a pensar en ello—, a juzgar por lo que hay en la casa debió ser un muchacho joven, probablemente más joven que nosotros.

—Quiza, es difícil saberlo.

—Tras despertar y ver el infierno en que se había convertido el exterior debió haberse aferrado a la esperanza de que sus padres regresarían —continua tornando la conversación en algo deprimente—, al menos hasta que la comida y el agua se acabaron.

—Probablemente fue infectado al intentar salir en busca de recursos… un final trágico.

—Aun asi se aferró a la vida, pese al hambre y sed sobrevivió hasta que la petrificación lo consumió por completo.

—Muy valiente y tenaz para su edad.

—¿Valiente? —me cuestiona como si hubiera dicho algo ridículo—, nada que ver, eso es ser cabeza dura, pudo haberse ahorrado problemas a sí mismo y a nosotros de haberse colgado en el armario.

—Oye, es una persona de la que estamos hablando, un niño quizá, ten un poco de respeto.

—Solo soy franco, si al menos la mitad de los personas hubieran tomado la decisión correcta antes de convertirse en esas cosas le habrían hecho un favor a los demás.

—Tu no lo entiendes… lo que es sentirse vulnerable e impotente, es sencillo hablar de suicido cuando nunca te has sentido asfixiado por la vida misma…

—Te lo tomas muy a pecho —me contesta restándole importancia a mis palabras mientras saca otro cigarrillo.

—¿Qué diablos te pasa? —lo cuestiono con enfado.

—¿Qué?

—Actúas… diferente, desde que nos reencontramos tanto tu como Santiago actúan extraño, pero especialmente tú, te comportas de forma errática, a veces eres amable, luego irritable y otras veces violento.

—Estas imaginando cosas —contesta encendiendo su cigarro para después ignorarme.

—No, sé que me has estado mintiendo.

—Desconozco de que me hablas —responde con descaro.

—¿De dónde salió el arma de fuego que traían con ustedes?

—Estaba por ahí —responde de manera vaga.

—¿No se la robaste a esos bastardos que nos asaltaron?

—No tengo idea de a que te refieres —responde comenzando a irritarse.

—¿Qué les hiciste?

—No sé de qué hablas, es una pistola cualquiera.

—Creo reconocer el arma con la que amenazaron volarme los sesos.

—Si es de esos idiotas capaz y solo la perdieron.

—¿¡Y si dejas de intentar verme la cara!? —exclamo con rabia.

—¿¿¡¡Qué tal si te callas y dejas de meterte en lo que no te importa!!?? —grita poniéndose de pie frente a mí con el ceño fruncido.

—¿¡Por qué no me dices la maldita verdad!?

—Por qué lo puedo en ver en tus ojos —dice tras unos segundos—, que no sabes lo que realmente significa sobrevivir, lo que cuesta…

—Entonces dime ¿Qué significa? —lo cuestiono sin dejarme intimidar.

—Sabes que —dice con un suspiro tras el cual me da la espalda y camina hacia la puerta—, ahora que lo pienso, ya es tu turno de guardia, buenas noches.

—Entonces… —continuo hablando—, ¿El costo fue Lilith?

—Cállate… —gruñe deteniéndose en seco.

—Dime —le exijo mientras intento detenerlo tomándolo del brazo— ¿Qué fue lo que le…?

—¡¡Que te calles!! —acompaña su grito enfurecido con una bofetada cargada de una fuerza descomunal que me deja en el suelo.

El ambiente se paraliza.

Levanto la mirada con una mezcla de incredulidad, enojo y… decepción. Por su lado, su expresión se mantiene fría, viéndome con rabia y desdén.

—Supongo que puedo tomar eso como una respuesta —mascullo mientras me limpio el hilo de sangre que baja por mi labio y me reincorporo.

—¡¡¡Aaaaaaaah!!! —un grito a todo pulmón proveniente del piso de abajo nos saca por completo de nuestra pelea.

Corremos por las escaleras de lado a lado hasta llegar a la sala, donde se encuentra Santiago temblando y apuntando hacia el patio, dirigimos nuestra mirada al exterior justo en el momento en que un petrificado embiste el ventanal entrando a la fuerza.

Su embestida no se detiene ahí, sino que corre en nuestra dirección… solo para encontrarse con su final en un par de segundos, con una combinación de golpes que pareciera coreografiada, Rubén y yo lo neutralizamos a gran velocidad… no obstante, es muy tarde, se alcanza a ver una gran cantidad de manos y cabezas de piedra asomarse por la barda con claras intenciones de cruzarla.

—Mierda… —maldigo en el momento en que divisar a un aullador entre los que nos ven—. ¡Corran!

Entro en pánico y corro hacia afuera jalándolos conmigo, tenemos solo pocos segundos antes de que…

Un aullido desgarrador resuena por toda la cuadra, es incluso secundado, por un segundo aullador que no hace más que aumentar la intensidad.

—¡Suban, suban, suban! —grita Rubén encendiendo la camioneta a toda prisa y arrancando a toda velocidad en el momento en que entramos.

Los cristalizados están del otro lado de la cuadra, pero los que no crucen la barda no tardaran en rodear el lugar y cortarnos el paso.

—¡Todo esto es tu maldita culpa! —despotrica contra mí con los nudillos blancos por la fuerza con que aprieta el volante.

—¿¡Mi culpa!? —refuto molesto ante sus acusaciones—, ¡Tus gritos los atrajeron! ¡Y todo por tu estúpida cabeza dura!

—¡Tu fuiste el que alzo la voz! ¡Tu fuiste el que empezó la discusión!

—¡Por culpa de tu nefasta actitud y todo el secretismo de ustedes dos!

—¡Ya! ¡Los dos! ¡Tranquilícense! —nos grita Santiago logrando sorprendernos a ambos al escucharlo perder los estribos—. Busquemos un lugar seguro donde pasar el resto de la noche y…

—¿Un lugar seguro? —lo cuestiona Rubén irritado—, dime donde encontraremos un maldito lugar seguro en esta condenada ciudad.

—Cualquier lugar estará bien, no es seguro conducir con tan poca visibilidad.

—Se lo que hago —responde subiendo la velocidad.

—Rubén, detente —le insiste pese a que su respuesta es ignorar por completo sus palabras.

Solo puedo sentir como la camioneta empieza a acelerar más, causando en el proceso que la jaqueca y el mareo regrese…

¿Qué diablos?

¿Acaso es el movimiento?

¿O hay algo en las maletas que este…?

—Rubén… no te ves bien… —mascullo con dificultad pero logrando ver que él tampoco está en su mejor condición.

—¡Cuidado adelante! —Santiago le advierte de un grupo cristalizados a escasos metros por lo que apenas alcanza a reaccionar, dando un peligroso volantazo arrollando solo a unos cuantos, lo cual, por poco le hace perder el control.

—Está claro que no están bien, detengamos y...

—¡Cállate! —contesta apretándose las sienes sin dejar de acelerar.

—Baja la velocidad… —digo sabiendo que si siente una fracción de lo que yo no está en condiciones de conducir.

—¡Tú también cállate…! No me hablen —gruñe pisando el acelerador como respuesta.

—¡Ve más lento! —le ordeno—, ¡A este paso nos mataras maldita sea!

—¡Yo soy quien está conduciendo!

—¡Por eso te digo que…!

—¡¡¡Frena!!! —la advertencia de Santiago llega demasiado tarde. A la velocidad a que vamos Rubén es incapaz de esquivar del todo la colisión contra el poste de concreto caído.

Toda da vueltas.

Todo me golpea.

Todo duele.

Debí ponerme el estúpido cinturón…

 

—Marco… Marco… —el desconcierto se disipa conforme el sonido de mi nombre rebota en mis oídos— ¡Marco!

—¿¡Eh…!? —despierto de golpe con una mezcla de confusión y pánico.

—Que alivio… temía que no reaccionaras —dice Santiago con un suspiro.

Con una peor jaqueca que antes y la desorientación por la conmoción no logro articular ninguna palabra, solo veo a los alrededores intentando procesar todo.

—Tenemos que salir de aquí ¡Rápido! —exclama Santiago sacudiendo mis hombros para que vuelva en mis sentidos—, los cristalizados no tardaran en…

—Si… —respondo intentando reganar la compostura— ¿Y Rubén…?

—Tampoco despierta, pero parece que aún está vivo —responde con una voz que no estoy seguro si es de alivio o desconsuelo.

—Oye… despierta… —estiro mi brazo para empujarlo con fuerza para hacerlo reaccionar.

—¿¡Que…!? —reacciona ofuscado.

—Chocamos… tenemos que buscar refugio antes que…

—Y una mierda… —alega intentando encender el motor.

Gira una y otra vez la llave sin obtener la más mínima respuesta ni siquiera de la batería.

—¿Qué carajos…? —reacciona sorprendido como si fuera de extrañar que la camioneta no encienda tras estamparla contra un poste—, esto no tiene sentido.

—Olvídalo… si te quieres quedar aquí no nos arrastraras contigo —exclamo mientras abro mi puerta y jalo a Santiago del brazo.

—No entienden, la camioneta no debería… —azoto la puerta dejándolo hablar solo.

—¡Alla! —Santiago señala un edificio con grandes ventanales que parece ser de oficinas y cuya puerta principal, que era de vidrio, está hecha polvo asi como todas las ventanas del vestíbulo.

El primer piso está prácticamente a la intemperie a causa de tantos destrozos, pero justo en medio se encuentran unas escaleras en caracol que se elevan hasta el último piso.

—Si apenas y pueden con escaleras sencillas esto debería ser imposible para esas cosas —argumenta Santiago.

—Buena idea…

—¡Ya vienen! —grita Rubén entrando a toda velocidad y adelantándose a subir sin decir nada más.

Tras una extenuante e incontable cantidad de escalones, llegamos al último piso desde donde podemos ver, en primera fila, como la horda empieza a rodear el edificio. En cuestión de minutos ya ni siquiera son capaces de entrar más de ellos en el vestíbulo, no obstante, la escalera demuestra ser la mejor línea de defensa, lo estrecha e intrincada que es hace que terminen amontonados en los primeros escalones, empujándose unos a otros sin lograr nada.

—¿La camioneta ya no sirve…? —pregunta Santiago con angustia viendo la escena nada esperanzadora que tenemos.

—No, debe servir, esa cosa debe poder aguantar mucho más.

—¿Y cómo planeas arreglar tu estupidez con el lugar rodeado por docenas de petrificados? —lo cuestiono irritado tanto por su actitud como por el dolor de cabeza que ya no se si viene de un virus, una conmoción o alguna estupidez divina—, ni siquiera enciende.

—Exacto, aun con el motor destrozado debería responder la batería… algo pequeño debió haberse zafado —insiste mientras arruga la frente—, si me hubieran cubierto unos minutos más…

—¡Uno minutos más y estaríamos muertos! Además, lo dices como si no hubieras sido el primer en salir despavorido hacia las escaleras —replico con coraje saliendo de la habitación para no tener que verle la cara—. Vere si encuentro algo de utilidad por aquí.

—No creo que encuentres algo… estamos en las oficinas de catastro, solo debe haber papeles, mapas y demás —Santiago camina tras de mi mientras mata mis esperanzas.

—Un mapa también es útil… mínimo para distraerme.

Con cada minuto empiezo a resentir el dolor de los golpes, especialmente en la cabeza, siento como si mi cráneo se fuera a partir en dos y los únicos analgésicos que teníamos quedaron en la cajuela.

Sera una terrible noche…

Una larga…

Dolorosa…

Y maldita noche.


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