—Cuando aterricé en Korell, soborné al comodoro con las bagatelas y los cachivaches que todo comerciante suele acumular. Al principio, lo único que pretendía era acceder a una fundición de acero. No tenía ningún plan aparte de ése, pero lo conseguí. Encontré lo que buscaba. Aunque sólo después de mi visita al Imperio me di cuenta exactamente del arma en que podía transformar aquella transacción.
»Nos enfrentamos a una crisis de Seldon, Sutt, y las crisis de este tipo no las resuelven los individuos, sino las fuerzas históricas. Hari Seldon no tuvo en cuenta heroicidades espectaculares cuando planeó el curso de nuestra historia futura, sino la influencia más amplia de la economía y la sociología. Por eso las soluciones a las distintas crisis deben provenir de aquellas fuerzas que estén a nuestra disposición en el momento adecuado.
»En este caso… el comercio.
Sutt enarcó las cejas, escéptico, y aprovechó la pausa para acotar:
—Espero no pecar de estulticia si admito que tus vagas declaraciones me parecen poco esclarecedoras.
—Eso está a punto de cambiar —dijo Mallow—. Piensa que, hasta la fecha, el poder del comercio siempre ha sido subestimado. Se creía que necesitábamos el control del clero para convertirlo en un arma eficaz. Eso es falso, y ésta es mi contribución al dilema de la Galaxia.
¡Un comercio sin sacerdotes! El comercio por sí solo es suficientemente poderoso. Reduzcamos el problema a su mínima expresión. Korell está en guerra con nosotros. Por consiguiente, nuestras relaciones comerciales con ellos se han interrumpido. Pero… e insisto, estoy refiriéndome al problema en términos básicos… llevan los tres últimos años sustentando su economía cada vez más en las técnicas atómicas que les hemos proporcionado y que sólo nosotros podemos seguir proporcionándoles. Pues bien, ¿qué crees que sucederá cuando los diminutos generadores atómicos empiecen a estropearse y un cachivache tras otro se apague?
»Los pequeños electrodomésticos serán los primeros. Tras seis meses de esta tregua que tan abominable te parece, el cuchillo atómico de un ama de casa dejará de funcionar. Sus fogones empezarán a dar problemas. Su lavadora no dejará la ropa tan limpia como antes. El controlador de temperatura y humedad de su hogar expirará un caluroso día de verano. ¿Y entonces?
Guardó silencio esperando una respuesta, y Sutt dijo plácidamente:
—Nada. La gente soporta muchas contrariedades en tiempos de guerra.
—Muy cierto. Así es. Estamos dispuestos a enviar a nuestros hijos en masa a sufrir una muerte espantosa a bordo de desvencijadas naves espaciales. Estamos dispuestos a resistir los bombardeos del enemigo, aunque para ello debamos alimentamos de pan mohoso y beber agua estancada en cavernas a mil metros bajo tierra. Pero cuesta resignarse a sufrir pequeños contratiempos sin el aliciente patriótico de una amenaza inminente, y durante las treguas no hay bombardeos, ni escaramuzas, ni víctimas.
»Lo que sí habrá es cuchillos que no cortan, fogones que no cocinan, casas heladas en invierno. La gente, irritada, empezará a refunfuñar.
—¿En eso basas todas tus esperanzas? —preguntó pausadamente Sutt, pensativo—. ¿Qué esperas? ¿Que se subleven las amas de casa? ¿Que se rebele el campesinado? ¿Que los carniceros y los vendedores de hortalizas salgan a la calle esgrimiendo machetes de cocina y cuchillos para el pan al grito de: «¡Devolvednos nuestras lavadoras atómicas automáticas!»?
—No, señor —se impacientó Mallow—, nada de eso. Lo que espero es un ambiente generalizado de insatisfacción y descontento que sabrán aprovechar figuras más importantes en el futuro.
—¿Y qué figuras más importantes son ésas?
—Los proveedores, los empresarios, los industriales de Korell. Tras dos años de tregua, las máquinas empezarán a fallar una por una. Esas industrias que hemos reacondicionado de arriba abajo con nuestros nuevos instrumentos atómicos se verán de repente en la ruina. Los grandes fabricantes se encontrarán en masa y de un plumazo con que no poseen más que un montón de cachivaches inservibles.
—Las fábricas funcionaban perfectamente antes de que aparecieras tú, Mallow.
—Sí, Sutt, funcionaban… y obtenían una vigésima parte de los beneficios que producen ahora, aun sin tener en cuenta el coste de la reconversión a su estado preatómico original. Con los empresarios, los economistas y los ciudadanos de a pie aliados en su contra, ¿hasta cuándo podrá aguantar el comodoro?
—Hasta que le plazca, en cuanto se le ocurra pedir nuevos generadores atómicos al Imperio.
Mallow soltó una carcajada.
—Estás ciego, Sutt, tan ciego como el propio comodoro. Ni ves ni entiendes nada. Verás, el Imperio no tiene nada que ofrecer. Siempre ha sido un reino de proporciones colosales. Sus cálculos abarcan planetas, sistemas estelares, sectores enteros de la Galaxia. Sus generadores son gigantescos porque siempre han pensado a lo grande.
»Pero nosotros… nosotros, nuestra modesta Fundación, nuestro humilde planeta carente casi por entero de recursos minerales… nosotros siempre hemos debido economizar esfuerzos al máximo. Hemos tenido que desarrollar técnicas y métodos nuevos… técnicas y métodos que el Imperio no puede imitar porque lo depauperado de su creatividad le impide realizar cualquier tipo de avance científico significativo.
»Pese a todos sus escudos atómicos, lo bastante grandes como para proteger naves, ciudades y mundos enteros, jamás podrían diseñar uno a la medida de un solo individuo. Para abastecer a una ciudad de electricidad y calefacción tienen generadores tan altos como un edificio de seis plantas, los he visto, mientras que cualquiera de los nuestros cabría en esta habitación. Cuando le conté a uno de sus expertos en energía nuclear que nos bastaba con una funda de plomo del tamaño de una nuez para contener un generador atómico, estuvo a punto de atragantarse de indignación allí mismo.
»Pero si ni siquiera entienden sus propios colosos. Las máquinas funcionan automáticamente de generación en generación, y sus encargados pertenecen a una casta hereditaria que no sabría qué hacer si se fundiera un solo tubo-D en toda esa inmensa estructura.
»La guerra entera se reduce a una batalla entre esos dos sistemas; entre el Imperio y la Fundación; entre lo grande y lo pequeño. Para apoderarse de un planeta sobornan con naves inmensas aptas para el combate pero carentes de peso económico. Nosotros, en cambio, sobornamos con minucias inservibles en la guerra pero cruciales para la prosperidad y los beneficios.
»Un rey o un comodoro estaría dispuesto a enviar sus naves al frente. A lo largo de la historia ha habido innumerables gobernantes caprichosos dispuestos a arriesgar el bienestar de sus súbditos por su concepto del honor, la gloria y la conquista. Pero siguen siendo los pequeños detalles los que marcan la diferencia… y Asper Argo no sabrá frenar la depresión económica que barrerá Korell dentro de dos o tres años.
Sutt se había acercado a la ventana, de espaldas a Mallow y Jael. Anochecía, y las contadas estrellas que rutilaban débilmente al filo de la Galaxia resaltaban sobre el fondo de la lente neblinosa que abarcaba los restos de aquel imperio, vasto todavía, que luchaba contra ellos.
—No —dijo Sutt—. Tú no eres la persona adecuada.
—¿No me crees?
—No me fío de ti. Eres convincente. Me engañaste por completo cuando creía que me había encargado de ti la primera vez que viajaste a Korell. Cuando pensaba que te había acorralado en el juicio, te escabullíste y te las ingeniaste para llegar a la alcaldía. No tienes ni un ápice de honradez; no te mueve un solo motivo detrás del cual no haya otro; de tus labios no sale ni una palabra que no posea al menos tres significados distintos.
»Imaginemos que fueras un traidor. Imaginemos que tu visita el Imperio te hubiera reportado un subsidio y una promesa de poder. Tus actos serían exactamente los mismos de ahora. Obligarías a la Fundación a la inactividad. Entrarías en guerra con un enemigo al que habrías reforzado previamente. Y tendrías una explicación plausible para todo, tan plausible que podrías convencer a cualquiera.
—¿Insinúas que no es posible llegar a un acuerdo? —preguntó cortésmente Mallow.
—Lo que insinúo es que tienes que irte, por tu propio pie o por la fuerza.
—Ya te he advertido sobre cuál era la única alternativa a la cooperación.
La sangre se agolpó en las mejillas de Jorane Sutt en un repentino ataque de rabia.
—Y yo te advierto a ti, Hober Mallow de Smyrno, que si me encarcelas no habrá cuartel. Mis hombres no se detendrán ante nada para propagar la verdad sobre ti, y el pueblo de la Fundación unirá fuerzas contra su gobernante extranjero. Su consciencia del destino es algo que un smyrniano jamás podrá comprender… y es esa consciencia lo que te destruirá.
Hober Mallow se dirigió plácidamente a los dos guardias que acababan de entrar:
—Lleváoslo. Queda arrestado.
—Es tu última oportunidad —dijo Sutt.
Mallow aplastó la colilla del puro sin levantar la cabeza.
Transcurridos cinco minutos, Jael se revolvió en su asiento y habló con voz fatigada:
—En fin, ahora que has creado un mártir para la causa, ¿qué será lo siguiente?
Mallow dejó de jugar con el cenicero y volvió la mirada hacia él.
—Ése no es el Sutt que yo conocía. Es un toro cegado por la sangre. Por la Galaxia, cómo me odia.
—Más peligroso, por tanto.
—¿Más peligroso? ¡Bobadas! Ha perdido la cordura.
—Te confías demasiado, Mallow —dijo Jael, sombrío—. Subestimas la posibilidad de una revuelta popular.
Mallow lo observó con la misma solemnidad.
—Por última vez, Jael, es imposible que estalle ninguna revuelta.
—¿Tan seguro estás de ti mismo?
—Sólo estoy seguro de la crisis de Seldon y de la validez histórica de sus soluciones, tanto externas como internas. Hay cosas que no le he contado a Sutt hace un momento. Intentó controlar la Fundación valiéndose del poder religioso como controlaba los mundos exteriores, y fracasó… lo que indica sin lugar a dudas que la religión no tiene cabida en el plan de Seldon.
»El control económico obtuvo resultados distintos. Parafraseando la célebre cita de Salvor Hardin que tanto te gusta, raro es el desintegrador atómico que no apunta en ambas direcciones. Si Korell prosperó gracias al comercio, nosotros también. Si las fábricas korellianas languidecen sin nuestros suministros, si la prosperidad de los mundos exteriores se esfuma con el aislamiento comercial, también languidecerán nuestras fábricas y se esfumará nuestra prosperidad.
»No existe ni una sola fábrica, ni un solo centro económico, ni una sola ruta comercial que no esté bajo mi control, que yo no pueda aplastar como Sutt intente poner en práctica su propaganda revolucionaria. Allí donde sus consignas arraiguen, o donde parezca siquiera que pudiesen encontrar simpatizantes, me aseguraré de que se extinga la prosperidad. Allí donde fracasen, la prosperidad se perpetuará, pues mis fábricas permanecerán bien abastecidas.
»Por el mismo razonamiento que me hace estar seguro de que los korellianos se rebelarán a favor de la prosperidad, sé que nosotros no nos rebelaremos contra ella. El juego continuará hasta su final lógico.
—De modo que piensas establecer una plutocracia —dijo Jael—. Nos convertirás en un país de comerciantes y príncipes mercaderes. ¿Pero qué nos depara el futuro?
Mallow alzó las facciones sombrías y exclamó apasionadamente:
—¿Y a mí qué me importa el futuro? Seldon lo habrá previsto todo, sin duda, y habrá adoptado las medidas pertinentes. Surgirán crisis en las que el poder económico será un factor tan caduco como lo es la religión hoy en día. Que se encarguen mis sucesores de resolver esos problemas, igual que he resuelto yo el que ahora nos ocupaba.
KORELL: […] De este modo, tras tres años de la guerra menos sangrienta de todas las que se tiene constancia, la República de Korell presentó su rendición incondicional y Hober Mallow pasó a ocupar su lugar junto a Hari Seldon y Salvor Hardin en el corazón del pueblo de la Fundación.
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