Yorian estaba parado en el borde del acantilado, perdido en los recuerdos de días pasados. En su mente estaban vivos aquellos cautivadores ojos verdes bosque, radiantes con una belleza natural que reflejaba la exuberancia del bosque.
—Mujer ingenua —murmuró con una sonrisa amarga jugueteando en sus labios—. Quizás sea lo mejor que te hayas ido. No habrías sido más que una molestia para mí, dada lo tonta que eras.
Por un momento prolongado, permaneció contemplativo. Sus ojos, brillando con humedad, se mantenían fuertemente cerrados. Sus largas mechas de plata danzaban graciosamente con la brisa fría, envolviéndolo en un aura de solemnidad y nostalgia.
-----
Arlan se dirigía al palacio para visitar a su padre. Dentro del estudio, el Rey Ailwin estaba absorto en sus deberes. Sin embargo, al oír de la llegada de Arlan, dejó de lado su trabajo, con la anticipación evidente en su mirada mientras esperaba la entrada de su hijo.