Oriana utilizó magia, y otro dulce apareció en su palma. Inmediatamente se lo comió para deshacerse del amargor en su boca.
Tomó nota mental: la próxima vez que lo castigara con algo amargo, mantendría distancia y no le daría la oportunidad de besarla.
—Déjame revisarte ahora —dijo, mientras sus manos buscaban los botones de su camisa.
Él sostuvo sus manos. —Ya estoy... —Se tragó el resto de sus palabras al ver su mirada fría y cambió lo que iba a decir:
— ...adelante.
Definitivamente no quería otra dosis de esa amarga poción.
Oriana apartó los solapas de su chaqueta y uno a uno desabotonó su camisa blanca. Vio la piel descolorida en su pecho hasta su estómago. Apretó los dientes. «Maldita sea la demonio. ¿No puede controlar su ira?»
Sus dedos tocaron su piel, acariciándola suavemente sobre los moretones. —¿Te duele?
—No mucho —respondió él, mirando su rostro preocupado.
—Cuando se hiere por un compañero, no cicatriza más rápido, ¿verdad?
—Hmm.