—No te vayas… —La voz de Caña era tan suave, que casi sonaba como si estuviera rogando. Podría importarle menos su propia vida, pero había tantas vidas en juego si algo le sucediera a él.
Por otro lado, Iris dejó de alejarse de él y aunque no podía escuchar el tono suplicante en su voz, sí podía escuchar el gruñido bajo y angustiado de la bestia.
Todavía temblaba, pero apretó las manos en puños para quedarse donde estaba. Le costó todo en ella solo no huir y dejarlo atrás, lo que podría exponer la maldición de Caña y las consecuencias que tendrían serían terribles.
Al ver a Iris sentarse en silencio no muy lejos de él, mirándolo con ojos llenos de miedo, Caña no pudo hacer mucho. A medida que el dolor recorría sus venas, tenía dificultades para respirar mientras sus sentidos se intensificaban.