En su camino hacia la universidad, Félix, más desorientado que un gato en un laberinto de espejos, señalaba al café matutino como el principal sospechoso de su dolor de cabeza. "Debería demandar a ese café por daños y perjuicios a mi cordura", pensó, tratando de ocultar sus risas nerviosas.
Recordando al vecino que lo miró como si hubiera presenciado una ópera alienígena, Félix comentó sarcásticamente: "Probablemente pensó que estaba ensayando para el próximo papel de superhéroe del cine".
Cerca de la universidad, Félix observó destellos de surrealismo. La institución, primero en ruinas y luego restaurada, lo dejó perplejo. "Mi vida es tan predecible como una telenovela... ¡pero sin el romance!", ironizó.
En la tediosa clase, Félix decidió inyectar humor. Al presentarse, lanzó: "Soy Félix, un ingeniero de sistemas en construcción y un experto en sobrevivir a turnos nocturnos en el supermercado. Mi amor platónico me rechazó, así que aquí estoy, haciendo comedia de mi propia tragedia".
El profesor, con ojos entrecerrados, le pidió más atención. Félix, con una sonrisa pícara, le respondió: "Mis notas tienen una relación más complicada que un culebrón latino. A veces se reconcilian, otras se dan la espalda". Los estudiantes rieron, y el profesor solo pudo resignarse.
Al salir de clase, Anaís, el amor secreto de Félix, lo invitó a almorzar. Kevin, el "macho alfa" del día, intervino. Félix, siendo agarrado por el cuello, soltó: "Kevin, amigo, ¿no deberías estar ocupado defendiendo tu título de 'Buscador del Santo Grial'?" Anaís persuadió a Kevin, y después del altercado, Félix dejó atrás a ambos sin decir una palabra.
Mientras caminaba, pensó: "Si tan solo tuviera la fuerza o la riqueza de Kevin, me habría confesado a Anaís hace rato. Pero con mi presupuesto, solo puedo mirarla desde lejos". Un suspiro escapó de sus labios mientras continuaba su camino hacia un destino incierto.
Continuará...