—El fuego crepitó, sobresaltándola y sacándola del letargo en el que había caído. —El peso de Zev era una manta acogedora, su rostro escondido en su cuello, la barba incipiente de su mandíbula raspando su piel cuando giró la cabeza para mirarla. —Ella giró su cabeza y se miraron el uno al otro, nariz con nariz. Ella levantó una mano para apartar el cabello que había caído sobre sus ojos.
—No tenía palabras. —Siempre lo había amado, desde que era tan joven. Siempre sintió que él la amaba, hasta los últimos años, cuando las voces de otros comenzaron a resonar en su cabeza, discutiendo eso. Pero sus instintos… la parte más profunda de ella siempre había sabido, siempre había creído que tenía su corazón tan fuertemente como él tenía el suyo.