—Tú, judas de mierda —gruñó Zev. Intentó levantarse, alcanzar a Lhars, ¡tomar su garganta! —pero fue tirado hacia atrás, dolorosamente, por las ataduras en sus muñecas y tobillos.
—¿Estás de coña? —La cabeza de Lhars se levantó de golpe, sus ojos inyectados en sangre y cansados, el alivio cruzó primero su rostro, luego su cara se endureció cuando vio los dientes al descubierto de Zev.—Te abriste la herida otra vez, luchando contra nosotros. Idiota.
—¡Ni me hables, traidor de mierda!
—Cierra tu boca —gruñó Lhars, levantándose y dando un paso para pararse al lado de Zev—. Voy a hablar y vas a escuchar, porque necesitas ver las cosas que sé, y no puedo... tienes que... Simplemente hazlo.
—No necesito nada de ti —escupió Zev—. Sé lo que estás haciendo—manejando todo esto para ti mismo. Enviando a mi compañera—ella es mía, Lhars, por mucho que la desees—enviándola a las fauces del puto león porque te convenía.