—¿Eso era lo que querías decirme? —preguntó Kyelle en voz baja—. ¿O había algo más? Sus ojos estaban un poco demasiado abiertos, brillantes, pero con un atisbo de dolor, no el calor que él quería ver en ellos. Aún así, Lhars tuvo que tragar el impulso repentino de tomar su barbilla con su mano y atraerla hacia un beso.
Parpadeando para alejar las imágenes mentales, sacudió la cabeza. —Yo… no. Solo… Se quedó sin palabras, frustrado consigo mismo. ¡Ella acababa de decirle que renunciaba a buscar un compañero! ¡Acababa de decirle que dejaba ir a Zev y no creía que otro macho la quisiera!
—Lhars —dijo Kyelle, esta vez con más suavidad, como si hubiera recogido que no era la única que luchaba.
El aliento de Lhars salió de él como si le hubieran dado un puñetazo. Apretó las manos en puños debajo de la superficie del agua, se encontró con sus ojos y se obligó a no meter la cola entre las piernas.