—Todavía de pie detrás de ella, Zev tomó una de sus manos y, en lugar de llevarla a su pecho y apretar como estaba fantaseando, la guió dentro de la manga de la chaqueta—primero una, luego la otra. Después alisó los dos paneles dobles sobre su estómago y pecho, sus dedos temblorosos colocando los botones en las lazadas para que el cuello alto de piel arropara su mandíbula.
Su cuerpo le gritaba que tocara, que probara, que tomara: su pulso golpeando en sus oídos más y más rápido mientras lo imaginaba. Pero luchó. Podría tenerla ahora, lo sabía. Si lo pedía, ella diría que sí—podía oler su excitación. Pero... pero sería apresurado. Apurado. Y había esperado demasiado tiempo por esto. Quería saborearla.
Así que cuando tuvo los botones asegurados, bajó su barbilla, con la intención de decirle que se pusiera las polainas, pero su aliento tembló en su cabello y donde se partía sobre su hombro, vio sus piel de gallina levantarse.