—Deben haberse quedado dormidos, porque ella despertó de golpe, la adrenalina inundando sus venas. Pero Zev seguía ahí, su peso aún la mantenía presionada contra las pieles. Y ella estaba... ella estaba maravillosa.
Dejó que una mano recorriera la espalda de sus amplios hombros, siguiendo los picos y valles de músculo y hueso, trazando la hermosa curva que seguía su columna y alabando a cualquier creador que lo había hecho. Lo que fuera que hubieran hecho estos hombres, habían hecho algo bien con él. Era una obra de arte.
Zev inhaló profundamente y levantó la cabeza, sus ojos empañados. —Oh, dios, Sasha, ¿estás bien? —preguntó, su voz cargada de sueño mientras se apoyaba en un codo—. No quería aplastarte.
—No lo hiciste —susurró ella, pasando sus dedos por su cabello y sonriendo mientras caía sobre su frente y ojos—. Yo también acabo de despertar.
Zev parpadeó y miró alrededor, luego sonrió hacia ella. —Eres hermosa cuando estás despeinada —dijo, su voz ronca y encantada.