Parte 2: La Ira de Adrian
Lysandra regresó a la fortaleza tras haber dado las órdenes precisas a las guardianas. El mensaje estaba claro: todos los vampiros de las ciudades cercanas debían someterse a las reglas de Adrian o enfrentarían la muerte. Las guardianas partirían con el aviso, mientras la guerra tomaba un nuevo giro.
Cuando Lysandra volvió a la fortaleza, sintió el peso del poder en el aire. Algo había cambiado, como si el mismo ambiente temiera lo que estaba a punto de suceder. Adrian, Clio y Valeria la esperaban en lo alto de la muralla. Los ojos de Adrian brillaban con una intensidad que no había mostrado en siglos.
"¿Están listas?" preguntó, su voz grave, carente de emoción, pero con una resolución implacable.
Lysandra asintió, acercándose a Clio y Valeria, quienes observaban a Adrian en silencio. Sabían lo que iba a ocurrir. Adrian no había mostrado todo su poder en siglos, pero ahora estaba decidido a tomar el control absoluto. El avance de los licántropos no iba a quedar sin respuesta, pero no sería en defensa de su territorio. Esta vez, él mismo llevaría la batalla hasta ellos.
Adrian desplegó sus alas de repente, negras y letales, tan grandes como para oscurecer el cielo alrededor. Sin previo aviso, se lanzó al aire, volando a una velocidad tan alarmante que Lysandra y Clio apenas podían seguirlo con la vista. Valeria, junto a ellas, apretaba los labios, consciente de lo que estaba por venir.
"Él solo va a enfrentarlos," murmuró Clio con admiración mezclada con temor.
Adrian avanzó como un espectro a través del aire, con las alas extendidas. Cada golpe de sus alas era una ráfaga de viento que rompía las ramas de los árboles mientras se movía hacia la frontera donde los licántropos estaban agrupados. Sin pausa, ni titubeo, Adrian se lanzó directamente hacia ellos.
Los licántropos nunca vieron venir el ataque. Adrian aterrizó en el centro de su campamento con una velocidad tan brutal que el suelo tembló bajo su peso. En el mismo instante, su cuerpo comenzó a liberar una nube negra, densa y corrosiva, que se extendía rápidamente unos 15 metros alrededor de él. El aire se volvió denso, cargado de la energía oscura que emanaba de su ser.
La nube no era simplemente un arma de destrucción; era una manifestación de su poder absoluto. Los licántropos que se acercaron a Adrian sintieron su piel comenzar a quemarse y desintegrarse en cuestión de segundos. Los gritos de agonía llenaron el aire, mientras sus cuerpos se volvían cenizas antes de siquiera tocarlo.
Adrian, inmune a la destrucción que provocaba, avanzó con calma, sus ojos brillando con un resplandor sobrenatural. No necesitaba armas. Su cuerpo era la mejor herramienta de destrucción. Las puntas afiladas de sus alas cortaban el aire como cuchillas, desgarrando a los licántropos con precisión letal. Sus manos, con uñas largas y afiladas, perforaban la carne de los enemigos con una facilidad monstruosa, mientras sus piernas, con una fuerza descomunal, destruían todo a su paso.
Los licántropos intentaban atacar, lanzándose sobre él en manada, pero nada podía detenerlo. Sus movimientos eran rápidos y elegantes, cada golpe era letal. Cuando uno de los licántropos más grandes se abalanzó sobre él, Adrian apenas lo miró. Con un simple movimiento de sus alas, lo partió en dos, esparciendo la sangre y vísceras en un espectáculo grotesco.
El suelo comenzó a encharcarse con la sangre de los licántropos. La nube negra seguía envolviendo a los enemigos que se atrevían a acercarse, y sus cuerpos se desintegraban antes de tocarlo. Pero aquellos que lograban llegar más cerca sufrían aún más. Adrian no dejaba sobrevivientes. Sus manos se hundían en sus cuerpos, arrancando corazones con una velocidad escalofriante, y sus alas cortaban como cuchillas afiladas, dejando tras de sí una estela de destrucción y muerte.
Clio, Lysandra y Valeria observaban desde la distancia, pero incluso a esa distancia podían ver la devastación. Jamás habían presenciado algo semejante. Sabían que Adrian era fuerte, pero la magnitud de su poder las sobrepasaba. Clio, quien siempre había sido analítica, apenas podía comprender lo que veía.
"Él… no es un vampiro ordinario," murmuró Clio, su voz rota por la sorpresa. "Es más… mucho más."
Lysandra asintió sin palabras, sus ojos fijos en la masacre. Había luchado incontables veces, había entrenado a las mejores guerreras, pero lo que veía en Adrian era algo diferente. No era simplemente poder; era la encarnación misma de la muerte. Valeria, cuya devoción por Adrian nunca había titubeado, lo veía ahora como algo más que un maestro. Adrian era, para ella, un dios encarnado.
Los pocos licántropos que quedaban intentaron huir, aterrorizados por la fuerza que habían desatado sin querer. Pero Adrian no les daría tregua. Con un movimiento de sus manos, lanzó filamentos de sangre afilados como cuchillas. La sangre de sus enemigos se convirtió en armas letales que él controlaba con precisión perfecta. Los filamentos cortaron las gargantas y miembros de los licántropos restantes, esparciendo más sangre y muerte a su alrededor.
Las guardianas que observaban desde lo alto de la fortaleza también estaban extasiadas. Habían seguido a Adrian y a sus compañeras durante siglos, pero lo que veían ahora era la verdadera revelación de su líder. Para ellas, Adrian no era solo el más fuerte de todos; era una deidad en la tierra, la encarnación de la supremacía vampírica.
Cuando la nube negra finalmente se disipó, el campo de batalla quedó en silencio, cubierto de los restos destrozados de los licántropos. El olor metálico de la sangre impregnaba el aire, mezclado con la ceniza de los cuerpos desintegrados.
Adrian, de pie entre los cadáveres, con las alas aún extendidas y sus ojos brillando con una luz antinatural, observó el horizonte.
"Esto es solo el comienzo," murmuró para sí mismo, apenas audible para quienes lo rodeaban.
Sabía que los vampiros de las ciudades pronto recibirían el mensaje. Si no se sometían, su destino sería el mismo que el de los licántropos. Este territorio era suyo, y nadie desafiaba su autoridad sin enfrentar consecuencias mortales.
Parte 3: Sembrando el Terror
El campo de batalla estaba cubierto de cadáveres de licántropos, sus cuerpos destrozados esparcidos entre los restos de su intento de invasión. Adrian, con su poder desatado, había demostrado que nadie entraba en su territorio sin enfrentarse a la muerte. La fortaleza, como símbolo de su reinado, estaba protegida por una autoridad que no aceptaba ninguna rebelión, ni de vampiros ni de licántropos.
Lysandra, tras dar las órdenes a las guardianas para enviar el aviso a los vampiros de las ciudades cercanas, regresó junto a Adrian. Fue en ese momento cuando el poder de Adrian comenzó a manifestarse de una manera que ni ella, ni Clio ni Valeria habían presenciado antes. Al ver cómo Adrian desplegaba sus alas y liberaba su energía oscura, una nube negra y corrosiva que rodeaba su figura con un radio de 15 metros, Lysandra no pudo evitar sentir un estremecimiento.
Ahora, mientras las guardianas se preparaban para una nueva misión, la tensión en la fortaleza era palpable. Adrian había tomado una decisión crucial: el sometimiento de los vampiros de las ciudades cercanas o su exterminio. No protegería más esos territorios, y permitiría que los licántropos los atacaran sin intervenir. Los vampiros que no se sometieran serían exterminados por las guardianas.
Adrian, implacable y decidido, ordenó a Lysandra que organizara la próxima fase del plan. "Quiero que los vampiros entiendan que no se puede abusar de mi nombre. Aquellos que crean que pueden escapar a mis reglas serán masacrados. Envía a las guardianas. Avisa que desde este momento, cualquier vampiro que no acate mi orden será ejecutado."
Lysandra, sin demora, comenzó a preparar a las guardianas para su nueva misión. La fortaleza sería impenetrable, pero los vampiros de las ciudades cercanas recibirían un aviso claro: el tiempo de su independencia había terminado. Las guardianas, con su lealtad incuestionable, estaban listas para actuar.
Mientras tanto, Adrian se volvió hacia Valeria, quien, como su asistente personal, se mantenía a su lado en todo momento. Ella no participaría en la cacería que se avecinaba, sino que seguiría en la fortaleza, vigilando los desarrollos y siendo los ojos y oídos de Adrian mientras sus fuerzas se desplegaban.
"Valeria, confío en ti para mantener todo bajo control aquí mientras las demás están fuera," dijo Adrian con voz firme pero suave.
Valeria asintió, sus ojos reflejando la lealtad y el respeto que siempre le había mostrado. Aunque era una vampira poderosa, su lugar estaba al lado de Adrian, y sabía que su papel como consejera y asistente era crucial para mantener el orden en la fortaleza.
El plan de Adrian era claro. Mientras las guardianas partían hacia las ciudades cercanas, él ya había dispuesto la siguiente fase: la siembra del terror a lo largo del mundo. Lysandra y Clio liderarían dos grupos de guardianas que viajarían a diferentes localizaciones para sembrar miedo entre los licántropos. Cada grupo llevaría a cabo incursiones rápidas y brutales, dejando un rastro de muerte y destrucción, con licántropos empalados como advertencia.
"El mundo debe entender que nuestro poder no tiene límites," declaró Adrian. "Donde vayamos, el terror nos precederá. Quiero que los licántropos sepan que acercarse a este territorio significa su fin."
Clio y Lysandra, junto con sus guardianas, ya estaban listas para partir. Cada grupo estaba armado y preparado para llevar a cabo su misión: dejar un mensaje claro. No se trataba de una guerra abierta, sino de sembrar el miedo, mostrar que el poder de Adrian era absoluto.
Lysandra dio las últimas instrucciones a sus guardianas mientras Clio supervisaba los preparativos del otro grupo. Ambas sabían que esta operación no se trataba de una simple masacre, sino de una estrategia calculada para mantener la supremacía vampírica intacta.
El momento llegó. Los grupos se dispersaron desde la fortaleza, viajando a toda velocidad a sus respectivos destinos. En cada ciudad, en cada aldea, los licántropos encontrarían los restos empalados de los suyos, una advertencia brutal de que acercarse al territorio de Adrian sería su condena. Las guardianas, implacables, seguirían las órdenes al pie de la letra, dejando una marca de terror allá donde fueran.
Valeria observaba desde la fortaleza mientras Adrian, en silencio, esperaba los resultados de su plan. Sabía que el impacto de estas acciones sería devastador, y que el mundo, tanto licántropos como vampiros, entendería que él era una fuerza a la que no podían desafiar.
La misión estaba en marcha, y mientras los grupos de guardianas se dispersaban por el mundo, la fortaleza volvía a ser el bastión impenetrable de poder que siempre había sido. Nadie desafiaba a Adrian y sobrevivía para contarlo.