Fecha: 27 de Abril, 82 a.C.
La villa de Gaius Julius, un espectáculo de opulencia y poder, se encontraba animada por la presencia de la élite de Roma. Mientras los invitados disfrutaban de los placeres de la noche, las conversaciones, aunque aparentemente ligeras, estaban cargadas de subtexto y maniobras políticas.
Adrian, Clio y Lysandra fueron recibidos con una calidez que apenas disfrazaba las intenciones calculadoras de su anfitrión. Gaius, un hombre de presencia imponente y ojos que evaluaban cada detalle, les ofreció una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
"Es un placer tener a seres tan distinguidos en mi hogar," dijo Gaius, su voz suave pero con un borde afilado. "Roma ha estado susurrando sobre los nuevos habitantes de la ciudad, y me complace finalmente hacer su conocimiento."
Adrian, manteniendo su expresión imperturbable, respondió, "La gratitud es nuestra, Gaius. Es un honor ser acogidos en una residencia tan espléndida."
A medida que la noche avanzaba, los tres se mezclaron con los invitados, sus oídos atentos a las conversaciones que los rodeaban. Hablaban de guerras, alianzas y traiciones, y cada palabra pronunciada era una pieza en el intrincado tablero del poder romano.
En un momento dado, la hija de Gaius, una joven de ojos vivaces y cabello oscuro, se acercó a Adrian con una sonrisa coqueta. "He oído hablar mucho de ti, Adrian," dijo ella, su voz un murmullo seductor. "Dicen que eres un hombre de muchos secretos."
Adrian, sin ser perturbado por su avance, respondió con cortesía, "Los rumores tienden a exagerar, señorita. Pero cada uno de nosotros tiene sus propios misterios, ¿no es así?"
Mientras tanto, Gaius llevó a Adrian, Clio y Lysandra a un rincón más privado de la villa, su expresión se volvió seria. "He oído rumores," comenzó, "de seres que caminan en la noche, inmortales y poderosos. Y algunos de estos susurros hablan de tres individuos recién llegados a Roma."
Adrian mantuvo la mirada de Gaius, su expresión inmutable. "Los rumores son, en su mayoría, fantasías de aquellos que buscan explicaciones más allá de lo comprensible, Gaius."
Gaius sonrió, pero había una dureza en sus ojos. "Tal vez, pero en esta ciudad, incluso las fantasías pueden ser utilizadas para propósitos muy reales. Sería prudente para todos nosotros ser... amigos, en estos tiempos interesantes."
La conversación se desplazó hacia temas más ligeros, pero la advertencia velada de Gaius quedó resonando en el aire.
De vuelta en su villa, los tres inmortales compartieron sus pensamientos sobre la noche. "Gaius sabe más de lo que deja ver," comentó Lysandra, su voz baja.
Clio asintió. "Y su hija, aunque parece inocente, tiene la misma mirada calculadora en sus ojos."
Adrian, mirando hacia las sombras de la noche, concluyó, "Roma es un nido de víboras, y hemos entrado en su guarida. Debemos movernos con cuidado y asegurarnos de que, mientras observamos, no nos volvamos el espectáculo."
Y así, en la ciudad que nunca dormía, los tres inmortales se movían como sombras, observando, esperando y siempre conscientes de que los ojos de Roma estaban, en muchos sentidos, observándolos a ellos también.