Una piedra negra, como un orbe de obsidiana, estaba en medio de una pila de cadáveres orcos, las rocas del suelo estaban calientes, como si hubieran sido expuestas a un calor inimaginable, pero no era raro, en el interior de la montaña ardiente, aunque lo que las estaba derritiendo era el fuego de Illarian, ya no estaba, ni él ni sus enemigos, solo un montón de cadáveres y huesos por todas partes.
La esfera obscura comenzó a destellar chispas eléctricas y moverse, como si una fuerza tremenda tratase de escapar de ella.
Se rompió, y una oleada de energía negra busco rápidamente donde meterse, uno de los cadáveres orcos más enteros era suficiente para la poca conciencia que aquella entidad tenía.
El orco se movió, estaba vivo, lentamente recupero la movilidad de su cuerpo, pero había algo raro, más raro aún que su resurrección, le pasaba, no recordaba nada, apenas algunas palabras que le permitieron pensar un poco.
"debo salir de aquí, ¡rapido!", gruñó, "o terminare carbonizado".
Como si hubiera usado aquel hechizo toda su vida, tomo el aire como si de una manta se tratase y la desgarró, abriendo un portal, un vortex que arrastró el aire que quedaba en la cueva, lo cruzó.
De ahí perdió la conciencia otra vez, estaba muy débil, su cuerpo estaba herido, se dejó flotar en las aguas de un rio y se hundió lentamente, lo suficiente para que un pescador de red lo notase cuando su herramienta quedó como atascada con algo enorme.
Curioso, el humano, anciano y corcuncho, pidió ayuda a sus dos nietos para que le ayudasen a atraer su pesca.
Los tres gritaron horrorizados, ¡era un hombre!, apenas respiraba, pero, no era humano, parecía un monstruo enorme, no sabían de qué especie era, pero un golpe de humanidad los instó a ayudarlo.
***
El enorme orco despertó adolorido, estaba en una cama de heno, en una casa humilde y de materiales ligeros, vio entonces a sus salvadores, dos chicos uno adolescente otro aún un niño, y un viejo al cual la edad había maltratado mucho.
Trató de sentarse y alertó a los humanos, que curiosos se acercaron a él.
-¡Despertó!- exclamo el niño emocionado;- abuelo, mira-.
El anciano se acercó muy cerca del orco de piel verde y ojos rojos.
-¿qué eres muchacho?¿cuál es tu nombre?-.
-yo…- dudó el orco;- no lo sé, este cuerpo… es muy grande, no encajo, no entiendo-.
-haz perdido la memoria, tal vez entiendas si ves tu rostro- le dijo el viejo acercándole una fuente con agua.
Vio su reflejo, y no entendió qué era, creía ser un humano, pero lo que vio no era uno, una frase se le cruzó a la cabeza, "soy un orco", aquello le pareció un mal presagio y no se los dijo a sus salvadores.
Se puso de pie y se dio cuenta que era el doble de alto que los humanos que tenía al frente.
-debo irme, esto no está bien-.
-será mejor que comas algo y descanses primero, estás muy débil- le pidió el anciano pescador con preocupación genuina, quizá un poco de curiosidad por quién era el gigante de piel verde y colmillos que se asomaban desde su quijada.
Paso un par de días con la familia, ellos le hablaron de Xera, un poco de su vida, y lo poco que conocían del mundo en realidad.
Los muchachos le pusieron Van, por su padre muerto en la guerra contra los gnolls de Gar'Dal.
Escuchar ese nombre, "Gar'Dal", le provocó malestar, muy adentro de su alma, parecía odiarlo con todo su ser, quizá, él tendría las respuestas que necesitaba.
Al quinto día, ya increíblemente recuperado, tomó un poco de comida que sus salvadores le habían dado y emprendió su viaje, a donde los humanos le dijeron que estaba Imperial. Ahí quizá descubriría su pasado.