—¿Qué demonios quieren? —El hombre al mando se molestó instantáneamente al ver a Yang Ruxin y a Gu Yao. Si hubiera sabido que serían tan persistentes, no habría traído a todos de vuelta—. No nos metemos en las aguas de los demás, señora, señor, por favor, tengan misericordia, todo se puede discutir.
—¿Tener misericordia? —Yang Ruxin se rió—. Cuando trafican con niños y roban dinero, ¿por qué no dejan una salida a esas pobres almas?
—Entonces, ¿piensan entrometerse?
—Ese es el plan.
—Pequeña zorra, ten cuidado o terminarás muerta... —Incapaz de razonar con ellos, el hombre recurrió a las amenazas.
—Antes de que logres matarme, mejor cállate —Yang Ruxin se rió, luego fue y los pateó uno por uno—. Porque, como están las cosas, matarlos a todos sería tan fácil como voltear mi mano.
—¿Saben quiénes somos? ¿Saben quién es nuestro Jefe? Ustedes... —Otro hombre empezó a fanfarronear.