Al amanecer, Ian se despertó como de costumbre, preparándose para su entrenamiento diario de artes marciales. Sin embargo, esta vez, algo era diferente. Cada movimiento que realizaba parecía vibrar con una energía intensa, y cada golpe resonaba con un poder que nunca antes había sentido.
Su padre, quien solía observarlo en silencio durante sus entrenamientos, no pudo evitar quedarse boquiabierto al presenciar la fuerza que Ian ahora demostraba. Aunque sus movimientos eran los mismos de siempre, el impacto y la precisión eran incomparables. Parecía como si cada golpe fuera capaz de romper el aire mismo.
—Increíble... —murmuró su padre, sorprendido—. ¿Cómo es posible que haya mejorado tanto en tan poco tiempo?
Ian, consciente de la mirada atónita de su padre, prefirió no decir nada. Sabía que si le contaba todo lo que había vivido, sería demasiado para que lo entendiera. Hoy tenía una misión importante, y eso ocupaba toda su mente: investigar el lugar que Tarek había encontrado para construir su laboratorio.
Después del entrenamiento, Ian se retiró sin hacer mucho ruido. Tarek, quien había estado investigando en secreto desde las sombras, se le apareció en cuanto estuvo solo.
—Maestro, he encontrado un lugar que creo que será perfecto para el laboratorio que desea construir —dijo Tarek con su habitual tono serio.
Ian lo escuchó con atención.
—¿Dónde es?
—Es en las montañas, no muy lejos de aquí. Encontré una grieta que lleva a una cueva oculta. Sin embargo, debo advertirle que parece que hay algo allí... algo antiguo. La cueva tiene la apariencia de una tumba, y la energía que emana no es común. Podría haber algo más dentro —respondió Tarek, su tono lleno de precaución.
Ian frunció el ceño, intrigado por lo que podría encontrar en ese lugar. Sabía que, para llevar a cabo sus planes, necesitaba un lugar seguro y lleno de energía, pero la idea de una tumba ancestral lo llenaba de incertidumbre. Aun así, su curiosidad y su deseo de seguir mejorando eran más fuertes que cualquier temor.
—Entonces, vamos a investigar. Quiero ver con mis propios ojos lo que hay allí —dijo Ian, decidido.
Con Tarek guiándolo, Ian se dirigió hacia las montañas. El lugar era remoto, con un aire de misterio que lo envolvía todo. La grieta que Tarek había mencionado era apenas visible, como si la misma naturaleza tratara de ocultarla. Cuando entraron, la atmósfera cambió inmediatamente: el aire se sentía más pesado y la oscuridad parecía viva, vibrando con una energía que Ian no podía identificar del todo.
—Este lugar... hay algo aquí, Tarek. Lo siento en mi piel —murmuró Ian mientras avanzaban por el estrecho pasaje.
—Sí, maestro. La energía es inusual, pero también muy poderosa. Si logramos aprovecharla, podríamos hacer maravillas en este lugar. Sin embargo, debemos tener cuidado. No sabemos qué o quién puede estar descansando aquí —advirtió Tarek.
Ian asintió y siguieron adentrándose en la cueva. Con cada paso, la sensación de estar siendo observado se intensificaba. Estaba claro que este no era un lugar cualquiera. Lo que fuera que estuviera enterrado allí, no sería algo fácil de manejar. Pero para Ian, este desafío era justo lo que necesitaba.
Mientras Ian y Tarek seguían avanzando por la cueva, la atmósfera se volvía cada vez más densa y opresiva. El sonido de sus pasos reverberaba en las paredes, mientras una sensación de peligro inminente colgaba en el aire. Justo cuando Ian estaba por decir algo, fueron atacados por sorpresa.
De la oscuridad surgieron varios murciélagos gigantes, criaturas horrendas con alas membranosas que se movían sigilosamente entre las sombras. Sus chillidos resonaban, llenando el espacio con un eco agudo y ensordecedor. Antes de que Ian pudiera reaccionar, uno de los murciélagos se lanzó hacia él, sus colmillos afilados brillando en la penumbra.
—¡Tarek! —gritó Ian.
Al instante, Ian convocó a sus esclavos de alma: los magos y guerreros goblins, junto con el mono y el lobo, para que defendieran el grupo. Los guerreros goblins formaron un círculo alrededor de los magos para protegerlos, mientras estos comenzaban a lanzar hechizos de fuego y relámpago contra los murciélagos.
Las criaturas eran rápidas, fusionándose con las sombras para atacar por sorpresa desde diferentes ángulos. A pesar de su tamaño, se movían con una velocidad asombrosa, lo que complicaba el enfrentamiento. Ian, con su espada en mano, desvió los ataques que pudo mientras Tarek lanzaba oscuros hechizos para intentar controlar el flujo de la batalla.
El lobo y el mono, entrenados y eficientes, atacaron con ferocidad. El mono saltaba entre los murciélagos, desgarrando sus alas con sus garras, mientras el lobo embestía, derribando a las criaturas del aire con potentes mordiscos.
—¡Magos, más hechizos de fuego! ¡Quemen sus alas! —ordenó Ian, al darse cuenta de que el fuego era la mejor defensa contra los murciélagos oscuros.
Las llamas comenzaron a llenar la cueva, iluminando el entorno sombrío y obligando a los murciélagos a salir de las sombras. Con sus alas ardiendo, los murciélagos gigantes se volvieron vulnerables, cayendo uno a uno bajo los ataques combinados de Ian y su grupo.
Después de una feroz batalla, los murciélagos finalmente fueron derrotados, sus cuerpos yaciendo en el suelo, carbonizados y retorcidos. Ian respiraba con dificultad, limpiando el sudor de su frente mientras examinaba el campo de batalla.
—Bien hecho —murmuró Tarek, apareciendo a su lado.
Al acercarse a los cadáveres de las criaturas, Ian y Tarek notaron algo curioso: al cortar sus cuerpos, descubrieron pequeñas esferas brillantes en su interior. Eran similares a los núcleos energéticos que Ian había encontrado antes en otros monstruos, pero estos parecían tener una energía diferente, más oscura y volátil.
—Maestro, esto es interesante —dijo Tarek, examinando uno de los núcleos—. Parece que estas criaturas no solo eran guardianes de este lugar, sino que también tienen energía que podríamos usar. Estos núcleos podrían ser útiles para futuros experimentos y pociones.
Ian tomó uno de los núcleos en su mano, sintiendo el poder oscuro que contenía. Su mente ya comenzaba a trazar posibles usos para ellos. Sabía que había algo más grande en esta cueva, y estos núcleos eran solo el comienzo.
—Bien. Tomemos todos los que podamos. Seguimos adelante, pero debemos estar preparados para lo que venga después. Si estas criaturas eran guardianes, lo que sea que protegen debe ser mucho más peligroso —advirtió Ian.
Después de derrotar a los murciélagos gigantes y recoger sus núcleos, Ian intentó esclavizar las almas de las criaturas caídas. Sin embargo, todos sus intentos fallaron. Algo en la energía de esas bestias interfería con su control, como si estuvieran protegidas por una fuerza oscura que Ian no había sentido antes.
—Parece que no puedo controlarlos —dijo Ian, algo frustrado.
—Tal vez estén demasiado vinculados a la oscuridad para ser esclavizadas —respondió Tarek, pensativo—. Este lugar es más antiguo y peligroso de lo que parecía al principio.
Decididos a continuar, Ian y su grupo siguieron avanzando por la cueva hasta que llegaron a una gran sala. Al entrar, el espacio se transformó en un inmenso pabellón, con columnas gastadas por el tiempo y paredes cubiertas de símbolos antiguos. El aire estaba cargado de una energía que parecía estar despertando, y la luz que los rodeaba provenía de cristales flotantes que brillaban débilmente.
—¿Qué es este lugar? —se preguntó Ian en voz alta mientras observaba las ruinas.
Tarek, estudiando los símbolos y la estructura, respondió:
—Este pabellón pertenecía a un antiguo cultivador de la Tierra. Hace mucho tiempo, antes de que la energía espiritual desapareciera de este mundo, los cultivadores aquí eran increíblemente poderosos. Podían mover océanos, apagar el sol y destruir lunas con un solo golpe.
La historia de Tarek capturó la atención de Ian, quien escuchaba fascinado.
—Pero luego ocurrió algo llamado el Dharma —continuó Tarek—. Un fenómeno que secó la energía espiritual de la Tierra, privando a los cultivadores de su fuente de poder. Muchos murieron, incapaces de adaptarse. Los más poderosos escaparon al universo, buscando otros mundos con energía espiritual o alguna forma de restaurar la Tierra. Pero parece que nadie regresó.
Ian recorrió el pabellón, tocando suavemente las paredes llenas de símbolos mientras imaginaba el poder que una vez fluyó por este lugar.
—Algunos decidieron quedarse y morir aquí, en su hogar —prosiguió Tarek—. La Tierra no solo era una fuente de poder, era su legado, su hogar. Y prefirieron perecer antes que abandonarla.
Justo en ese momento, Tarek se detuvo, mirando alrededor con asombro.
—Es extraño, maestro... Si este lugar quedó sin energía espiritual, ¿por qué puedo sentirla ahora? —dijo Tarek, con la mirada fija en los cristales flotantes—. Parece que, después de tanto tiempo, la energía espiritual está comenzando a restaurarse en este lugar, o de lo contrario, no la habría sentido.
Ian frunció el ceño, contemplando las palabras de Tarek.
—¿La energía espiritual está regresando? —preguntó Ian con asombro—. Entonces... tal vez la Tierra no está tan condenada como parecía. Quizá podamos aprovechar esta oportunidad.
—Es posible —respondió Tarek—. Si la energía espiritual está volviendo, este lugar podría contener los secretos para restaurar todo el poder perdido. Deberíamos investigar a fondo, maestro, pero con extrema cautela. Si este pabellón pertenecía a un cultivador tan poderoso, podría haber dejado trampas o protecciones para evitar que otros accedan a sus secretos.
Ian asintió, sabiendo que estaba ante una oportunidad única. Este antiguo pabellón podría contener las respuestas que necesitaba para restaurar la grandeza de la Tierra y, de paso, fortalecer su propio poder.
—Vamos a explorar este lugar con cuidado —dijo Ian—. Si lo que dices es cierto, Tarek, podríamos estar más cerca de restaurar el poder de la Tierra de lo que jamás imaginamos.