Una mañana de martes, papá y mamá se fueron de viaje al Distrito Capital para asistir a una reunión en la universidad de Cristian.
Se sentía extraño tener la casa para nosotros solos, y creímos que nos podríamos dar algunos lujos a la hora de comer y holgazanear, pero mamá nos exigió mantener todo en orden y en completa limpieza.
A pesar del tiempo que nos quitaron las labores domésticas, pudimos planificar algunas cosas divertidas, como ir a acampar en el bosque, encender una fogata en el patio trasero de la casa y mirar las estrellas, e incluso organizar nuestra propia parrillada, aunque nada se pudo concretar por falta de organización.
De igual manera, con el paso de dos días, un jueves caluroso por la tarde y aprovechando que teníamos el permiso de nuestros padres, preparamos algunos mini sándwiches con mermelada de fresa, un refrescante jugo de piña cargado de hielo y algunas galletas con chispas de chocolate.
El plan era darnos un baño en las refrescantes aguas del río cristalino dentro del bosque, e incluso acercarnos a la cascada con la idea de mirar qué había detrás de la caída de agua. Así que salimos de casa a las dos de la tarde, pasamos por la cafetería del señor Francisco y le pedimos que nos guardase nuestras llaves con el objetivo de evitar un extravío.
Él con amabilidad aceptó guardar las llaves e incluso nos obsequió una barra de chocolate, aunque nos pidió volver antes de las siete, ya que a esa hora cerraba la cafetería.
Nuestro trayecto hasta el barrio nos tomó poco más de una hora, esto debido a que solíamos detenernos ante cualquier tienda y echar un vistazo a las cosas que vendían. Pasar por el que una vez fue su hogar ya no le causaba el mismo dolor a Eva, aun sabiendo que bajo todos esos escombros quemados yacían los restos de su abuela.
Eso era algo que me costaba asimilar, pero considerando que así era como quería terminar la señora Cecilia, y que además todos los que vivían cerca respetaban esa voluntad, poco a poco fui aceptándolo también.
—¿No crees que sería honorable dedicarle una lápida a la señora Cecilia? —pregunté conforme nos adentrábamos en el bosque.
—La verdad, no sé qué pensar al respecto… Mi abuela tan solo quería que sus restos fuesen quemados, mejor dicho, deseaba que al morir quemasen su casa y la dejasen adentro, tal como lo hicimos —respondió.
—Entiendo, aunque me sigue pareciendo inaceptable —dije avergonzado.
—Yo también pienso así, pero era su voluntad —replicó sin mostrar mucha tristeza. Ya empezaba a superar la muerte de su abuela.
—De igual manera, sería bueno honrar su memoria con una lápida, ¿no crees? —pregunté.
—Sí, eso sería lindo, pero no me gustaría que nadie la viese.
—¿Por qué?
—Ya llegamos al bosque —respondió al ignorar mi pregunta—. ¿Sabes qué, Paúl? La tarde se presta para que sepas los detalles de mi vida que le conté a tu mamá.
—Ahora que lo mencionas, me había olvidado de eso.
—No me extraña con lo idiota y despistado que puedes llegar a ser en ocasiones… Bien, a lo que iba.
Eva hizo una breve pausa antes de contarme la razón por la cual mamá consideró de buenas a primeras dejarla vivir con nosotros, aun estando la señora Cecilia con vida.
—Bueno, para empezar, ya sabes que mi abuela me encontró en un basurero. Lo más probable es que se haya tratado de una canallada por parte de mi familia de sangre. A lo mejor me querían matar, en vez de dejarme en un refugio o un orfanato —hizo una pausa y se mantuvo reflexiva por unos segundos—. Ella no siempre vivió en la indigencia, y eso lo pudiste notar con la clase y educación que la caracterizaba. De hecho, una vez reveló que sus padres tenían mucho dinero y que, hasta su adolescencia, vivía en una enorme casa, gozó de los lujos de la época y asistió a las mejores escuelas, pero la crisis de los años sesenta estropeó la situación del país y lo perdieron todo, aunque ya eso es harina de otro costal.
Conforme nos adentrábamos en el bosque, no pude evitar pensar en un detalle que hizo eco en mi mente.
—Oye, que mal lo de tu familia biológica, me da escalofrío imaginar la maldad con la que actuaron —dije.
—Bueno, eso poco importa —contestó con desinterés —. Bien, lo que le conté a tu mamá el día en que nos conocimos, fue que mi abuela estaba agonizando desde hacía dos años, seguramente tenía una enfermedad terminal, por lo que ya esperaba su muerte. Por ende, dijo que quería conocerla y ofrecerle apoyo económico, en otras palabras costear los gastos médicos. Quiso apoyarnos en muchas cosas por nosotras sin siquiera conocernos…
Eva se interrumpió a sí misma y dejó de caminar, pensé que había algo adelante, pero solo quería mirarme.
—Lo siento, me desvié del tema principal, solo intento resaltar que sé de dónde saliste tan amable y bondadoso —dijo.
De repente, Eva comenzó a llorar conforme me revelaba detalles que no sabía de ella y su abuela, y tal vez se sentía culpable de no habérmelo dicho cuando me conoció. Estoy seguro de que la hubiese ayudado de alguna manera, pero ya era tarde para pensar en ello.
—Escucha con paciencia, por favor —musitó—. La verdad es que tuve una infancia bonita, mi abuela siempre hacía hasta lo imposible con tal de regalarme una niñez normal, a pesar de la forma y el lugar en que vivíamos. Incluso, cuando cumplí ocho años, llevó a un muchacho a casa.
Eva esbozó una sonrisa ante el recuerdo de alguien que significó mucho para ella.
—Era un guitarrista que estaba sumido en las drogas y que, con el paso de los días, se rehabilitó a fuerza de consejos. Su nombre era Adrián. Te hablé de él cuando te llevé por primera vez a la montaña. Era muy bueno y amable, el hombre más dulce que conocí en mi vida. Mi papá, así siempre lo consideré, me enseñó a tocar la guitarra y cantar de forma correcta.
—¡Vaya! ¿Y todo eso se lo dijiste a mamá? —pregunté.
—Eso y más —hizo una nueva pausa y dejó escapar un suspiro—, sentí que con ella podía desahogar todo el dolor que me generaba esa errada sensación de que me estaba aprovechando de tu bondad.
—Entiendo —musité.
—Y también —justo antes de continuar. A Eva se le quebró la voz, como si le costase hablar de lo que estaba a punto de revelarme.
—No tienes que decírmelo si te resulta difícil.
—Debes saberlo si quiero formar parte de tu familia, me gustaría que fueses mi soporte como el hermano que has pretendido ser desde que llegué a tu casa… Yo te aprecio con todo mi corazón y mi alma. Paúl, tú eres mi ángel guardián y la razón por la cual hoy tengo la posibilidad de experimentar la felicidad.
—Yo también te aprecio con todo mi corazón y mi alma, y por ese simple hecho, es que no quiero que hables de algo que te causa dolor.
—Tengo que hacerlo.
Nunca imaginé que la razón por la cual Eva solo cantaba en un sitio específico, mejor dicho, frente a la cafetería del señor Francisco, era porque se sentía segura y vigilada por su otro ángel guardián.
Resulta que, a la edad de trece años, Eva fue engañada por un sujeto que le prometió ayudarla a salir de la pobreza e incluso apoyarla con una carrera musical, aunque en vez de ello, la llevaron hasta un viejo departamento donde fue abusada sexualmente.
Así, tuvo sentido que, durante varias noches, ella quisiese escapar de casa, pues su habitación le recordaba al lugar en el que estuvo encerrada.
Sobre su victimario, el cual fue visto por uno de los clientes del señor Francisco, y quien le dijo que a Eva se la llevó un sujeto extraño, desapareció «misteriosamente». Fue hallado muerto por disparos en una zona alejada de la ciudad, una semana después de que Eva revelase que fue abusada por él.
No fue difícil deducir que tal suceso ocurrió gracias a la influencia del señor Francisco, lo cual admiré tanto como aborrecí, esto último por el miedo que sentí hacia él.
A fin de cuentas, se hizo justicia por mano propia y desde ese día, Eva dejó de confiar en la gente hasta que llegué yo, quien increíblemente le generó confianza en nuestro primer encuentro, aunque supongo que mucho influyó mi edad.