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70.83% Hojas caídas / Chapter 34: Capítulo 33: Reencuentro

章節 34: Capítulo 33: Reencuentro

Miranda

 

 

 

 

Se sintió extraño volver a Ciudad Esperanza después de tanto tiempo, aun cuando todo seguía igual, salvo por ciertas mejoras en la vía pública, un mejor sistema de alumbrado conforme recorría las calles de camino al hotel, y bastante presencia policiaca.

—Se notan algunas diferencias desde que se montó el nuevo gobierno —le dije al chofer.

—Un poco, sí… Pero no llevan mucho tiempo de gestión, y tienen todo un país por el cual velar después del desastre que dejó el anterior gobierno —dijo.

—Al menos están comenzando bien —comenté.

—Esperemos que no se hagan los pendejos más adelante —replicó con cierta suspicacia.

Minutos después, nos detuvimos frente a un hotel en el centro de la ciudad, muy cerca del Parque central.

Pagué la carrera al chofer y le pedí con amabilidad que me ayudase con el equipaje, pero tan pronto bajé del taxi, se me acercó un joven uniformado. En su camisa llevaba el logo del hotel y se presentó como Juan el botones.

Juan se encargó de llevar mi equipaje hasta la recepción, donde fui atendida por una señora malhumorada que me ofreció la habitación más costosa. El precio no era el problema, pero tampoco iba a gastar dinero en un hospedaje de cinco días cuando mucho, pues, aun con la esperanza de un reencuentro perfecto con Axel, había una posibilidad de que las cosas saliesen mal.

—¿De veras no tienen una habitación más económica? —pregunté.

—Solo disponemos de una suite —respondió de mala gana.

—¿Puedo hablar con su superior? —le pregunté sin perder la paciencia.

Ella frunció el ceño, y a leguas se notó que quería mentirme diciendo que su superior no estaba. Pero no podía optar a una mentira, ya que detrás, en una pequeña oficina, había un señor mirando fijo la pantalla de un computador. Así que fue en busca de este y, en cuestión de segundos, se presentó con un semblante que contrastaba con el de la recepcionista, pues se mostró amable y sonriente.

—¿En qué le podemos servir, señorita? —preguntó con amabilidad.

—Le preguntaba a la señora sobre la disponibilidad de una habitación económica, pero ella alega que solo disponen de una suite —respondí.

—Déjeme echar un vistazo —replicó, procediendo a revisar en el computador—, a ver…, a ver… Sí, en efecto, señorita, solo disponemos de una suite.

La señora de recepción, que estaba detrás de él, esbozó una sonrisa triunfal y maliciosa, pero de inmediato, su jefe me ofreció una alternativa para quedarme en el hotel.

—Sin embargo, me gustaría sugerirle que opte por quedarse esta noche en la suite, y pase mañana a una habitación más económica, que termina el hospedaje de una pareja —sugirió.

—¿Debo pagar la noche en la suite? —pregunté.

—No, es más, procedamos con su registro en la habitación sencilla y pague de una vez su hospedaje en la misma. Esto incluye desayuno y cena, acceso a internet, lavandería y sala de reuniones.

Procedimos con el registro en el cual opté por cinco días de hospedaje, pagué el monto relativamente económico y subí a la suite en el piso quince en compañía de Juan el botones, a quien le di su respectiva propina cuando nos establecimos en la lujosa habitación.

Me vi tentada a cambiar mi plan de hospedaje cuando recorrí la suite, pero sabía que era un lujo innecesario. Así que fui a ducharme y prepararme para dormir, pues tenía que pensar bien las palabras que le quería decir a Axel.

No fue fácil conciliar el sueño. Incluso llamé a mamá y a mi tía Alma para decirles que ya estaba en Ciudad Esperanza. También quise llamar a Axel y conversar de cualquiera que fuese el tema que surgiese, aunque luego de unos minutos de reflexión, opté por ser paciente.

Al día siguiente, fui a desayunar en el restaurante del hotel, donde fui tratada como una princesa por parte del joven y guapo camarero que me atendió. Luego bajé a recepción y me topé con un recepcionista que cubría el turno de la mañana, quien al entregarle la tarjeta de la suite, informó que a la una de la tarde, ya podía trasladarme a la habitación sencilla.

Salí del hotel para ir a una boutique en la que solía comprar mi ropa cuando compartía mi vida con Axel. Quería comprarme unas sandalias de corte inglés que hiciesen juego con el vestido que mi tía Alma me obsequió.

Fue grato que la dueña del establecimiento me reconociese después de tanto tiempo, aunque me afectó un poco que mencionase un detalle sobre Axel, a quien había visto con una mujer.

No me entristecí por ese detalle, pues sabía de primera mano que Axel estaba soltero, no tenía que ser muy perspicaz para deducir que fui yo la causante de su ruptura con esa mujer. A pesar del repentino sentimiento de culpa, procedí con mi compra y me despedí de la señora que con amabilidad me atendió e incluso me hizo una rebaja de precio.

Al salir de la boutique, tomé un taxi hasta el Parque central y opté por dar un paseo, pero me llamó la atención una pastelería llamada Espacio de canela, donde se notaba una afluencia de gente que me hizo cambiar de opinión.

Crucé la calle y entré a la pastelería, donde me establecí en una mesa cerca de una ventana que presumía una bella vista a la entrada del parque.

El olor a canela entró por mis fosas nasales y de inmediato se me alborotó el antojo, aunque me llamó la atención un mural en el que había varias fotografías con celebridades del país. En una de esas fotos, me quedé asombrada cuando vi a un señor posar junto a Axel y a una linda joven pelirroja.

Me levanté y caminé hacia el mural para detallar mejor la fotografía. A Axel se le notaba alegre y esbozando una bella sonrisa que me cautivó. El señor posaba en medio de él y la pelirroja. De repente, se me acercó un camarero que al verme soltó un silbido y un comentario que me pareció fuera de lugar.

—¡Mamita! Pero qué estilo —comentó luego del silbido, incluso chasqueando sus dedos de una forma que me hizo notar que era homosexual.

—¿Disculpa? —repliqué un tanto recelosa.

—Tu look, cariño… Es fenomenal —dijo, mirándome de pies a cabeza.

Vestía esa mañana con una franela blanca con el logo de Evanescence, una de mis bandas favoritas, y bermudas azules de mezclilla, cortos, que exhibían parte de la belleza y blancura de mis piernas. Llevaba una camisa roja amarrada en mi cintura, un par de zapatos Vans rojos y unas gafas de sol como accesorio; lo consideraba un look relajado. 

—Gracias —le dije con recelo.

—Si no sabes quiénes son, él es Axel Lamar, Verónica Cárdenas y Tulio Verdejo, dueño del Espacio de canela —aclaró.

—Solo conozco a Axel —repliqué—, ¿quién es la joven?

—Su hermana menor —respondió el camarero.

—¿Hermana? —pregunté confundida.

Esperaba a que el camarero me respondiese, pero fue a atender a unos clientes que recién entraban a la pastelería. Así que opté por volver a la mesa y esperé a que me atendiesen, aunque, a fin de cuentas, salí del establecimiento y regresé al hotel.

♦♦♦

Tres días después, mientras me probaba el vestido que hacía juego con mis nuevas sandalias y me colocaba la corona de flores blancas con cuidado para no estropear mi peinado, pensaba en lo feliz que se pondría Axel al verme.

Pequé de egocéntrica al verme en el espejo, porque realmente lucía hermosa con mi apariencia, aun cuando no me gustaban mucho los vestidos.

Me encantaba mi nuevo corte de cabello, pues lo había dejado crecer un poco, a la altura del hombro, para hacerme unos rulos que me sentaron de maravilla.

Opté por un maquillaje sencillo, nada llamativo, pero que al menos resaltase la femineidad de mis facciones. Solo en mis labios usé un rojo intenso que le daba un volumen sensual a mi boca.

Cuando estuve lista, respiré profundo, porque comprendí que estaba a pocos minutos de reencontrarme con Axel, a quien había llamado para pedirle que nos viésemos en el Parque del Centro.

A Axel lo tomó desprevenido mi llamada telefónica. Se le escuchó nervioso e incoherente, de una manera graciosa, pues incluso hasta le fallaba la voz. Acordamos vernos bajo el árbol de las hojas caídas, en aquella banca donde solíamos pasar algunas tardes que recordé emocionada. Tenía muchas ganas de revivir esos momentos.

Pactamos el reencuentro para las cuatro de la tarde, y conforme se acercaba la hora del momento que durante días esperé, empecé a sentir un nerviosismo que me impedía mantener la calma. Debo reconocer que me comporté como mi yo adolescente al tener mi primera cita. Eso me hizo cometer un par de torpezas que me costaron dinero en el hotel, pues rompí un adorno floral y dejé caer el control remoto del televisor mientras buscaba un programa que me tranquilizase.

A las tres con treinta de la tarde, tomé la decisión de irme al parque, aun con el tiempo que tenía de sobra. Necesitaba persuadir los nervios, y la mejor manera que se me ocurrió fue yéndome en una lenta caminata.

Llegué con diez minutos de anticipación, y me establecí como había acordado con Axel en la banca de siempre, bajo el árbol de las hojas caídas.

Lo bueno fue que la peculiaridad del árbol me distrajo lo suficiente como para persuadir el nerviosismo que me agobiaba. Incluso tuve la oportunidad de reflexionar respecto al tiempo que había transcurrido desde la última vez que estuve en ese lugar.

Fue extraño pensar en el tiempo, la felicidad, las desgracias y la evolución que había experimentado desde que me fui de Ciudad Esperanza.

La vida para mí había sido una montaña rusa de eventos increíbles y otros olvidables, en los que tenía como única alternativa aprender de ellos y luchar por ser siempre la mejor versión de mí misma.

Entonces, a pocos minutos para las cuatro con quince de la tarde, veo a lo lejos la figura alta de un hombre, con el mismo corte de cabello de siempre, y una creciente barba que lo hacía lucir masculino y atractivo.

Llevaba una camisa marrón un tanto ajustada que marcaba su excelente condición física; fue algo que me dejó impresionada.

Su vestimenta la complementaba con un pantalón de mezclilla azul y unos zapatos casuales que hacían juego con su camisa.

Axel estaba más guapo que nunca, y mi corazón se aceleró de un momento a otro, al mismo tiempo que mi respiración se agitó. Me costó mantener la calma antes de que llegase. Tan pronto se me acercó, me levanté para recibirlo con un abrazo que no dudó en corresponder.

Su perfume me hizo sucumbir por instantes y no quise despegarme de él, pero teníamos muchas cosas que hablar.

—Miranda, estás bellísima —exclamó asombrado.

—¿De veras lo crees? —pregunté encantada.

—Lo aseguro… Ese corte de cabello te sienta de maravillas, al igual que el vestido y esa corona de flores. Estás preciosa, esa palabra se adecúa mejor —resaltó con persistente asombro.

Por dentro, grité fascinada y emocionada, no pensé que sus palabras tendrían ese impacto en mí.

—Gracias —dije con fingida serenidad.

—De nada, es un verdadero placer tener la oportunidad de verte una vez más —replicó con elocuencia. Mi corazón seguía latiendo a gran velocidad.

—Por lo que veo, has estado haciendo ejercicio —comenté.

—Un poco, sí… Estaba engordando por culpa de la pastelería que está aquí cerca —dijo avergonzado.

—¿El Espacio de canela?

—¡Sí! Venden un rol de canela del que me hice adicto, y sabes que amo la canela.

—Sí, lo sé… ¿Sabes? Vi una foto tuya ahí. ¿Quién es esa jovencita? Y no malinterpretes mi pregunta, solo es curiosidad.

—Ella se llama Verónica, es una muchacha que conocí poco tiempo después de que te fuiste. Te sorprendería saber lo mucho que tiene en común con nosotros.

—Me dijeron que era tu hermana menor.

—La considero mi hermana menor.

—Me gustaría conocerla.

—De momento tendrías que esperar un mes como mínimo porque se fue a Los Olivos a visitar a su familia… Pero, cuéntame de ti, Miranda, ¿qué ha sido de tu vida?

—Han pasado muchas cosas, de las cuales ya tienes una idea… No fue fácil enfrentar la muerte de papá, ni mi mala experiencia con Emiliano, pero seguí adelante, a pesar de todo.

—Lamento que hayas pasado tantos malos momentos —musitó.

—Y yo lamento haber influido en tu separación con esa mujer cuando te llamé —dije avergonzada.

—Sobre ella… Se llama Ángela, y después de decirle quién eres y todo lo que vivimos, explicarle también la verdad de nosotros, me perdonó.

—Son pocas las personas que pueden perdonar, es admirable lo que hizo.

—Sí —musitó—, aunque no es de ella que venimos a hablar, creo.

Nuestras miradas se encontraron cuando dijo esas palabras. Éramos conscientes de lo que queríamos, pero no estábamos preparados para concretarlo.

—¿Sabes? Aunque no creo en el destino, acepto que fue necesario pasar por lo que pasamos para poder valorar este momento —comenté.

—Llegué a pensar lo mismo, pero nunca tuve las esperanzas de recuperar tu amor hasta que me llamaste esta mañana… Te juro que me iba a desmayar cuando me dijiste que estabas en Ciudad Esperanza —reveló.

—Ese era el punto..., sorprenderte —dije con voz socarrona.

—No sé si sean cosas mías, pero siento que, a pesar del tiempo que hemos pasado sin vernos, seguimos teniendo la misma conexión.

—Me pasa lo mismo, y tenemos que reconocer que al separarnos, yo estaba sumida en la depresión y tú en el estrés. Era cuestión de tiempo que tomásemos una decisión drástica. 

—Sí… Tienes razón —musitó.

Axel desvió la mirada al suelo, un poco triste por el recuerdo de aquella separación y todo lo que tuvimos que vivir por separado, cuando bien pudimos ser el apoyo del otro. Así que me atreví a tomar y levantar su rostro con delicadeza, haciendo que nuestras miradas se encontrasen una vez más.

—Axel, no te dejes llevar por el pasado. Sé que te hubiese encantado, como a mí, cambiar muchas cosas o enfrentar de mejor manera algunas situaciones, pero es lo que nos tocó… Sintámonos satisfechos con el hecho de que supimos superar todos los obstáculos —dije.

Me asombró verlo alicaído, pues Axel era, entre nosotros, el fuerte a nivel emocional.

—¿Todo es mi culpa, verdad? —preguntó.

—No tienes la culpa de nada, a quien podríamos culpar de todo lo que tuvimos que enfrentar es a Mendoza, pero no vale la pena caer en el rencor… Lo que vivimos es lo que nos tocó, y ya.

—Te he extrañado tanto —dijo de repente—, siempre me negué a olvidarte por mucho que intenté hacerlo.

Yo lo miré asombrada por lo repentinas que fueron esas palabras. Axel estaba dejando escapar el pesar que afrontó incluso en sus momentos felices. No supe cómo responder, por eso me quedé mirando en silencio a sus bellos ojos cafés claros, esos que ansiaba admirar desde el día en que nos despedimos en Puerto Cristal.

Entonces, una brisa hizo que las hojas del árbol de las hojas caídas nos cayesen de repente.

Varios rizos de mi cabello taparon mi rostro, y Axel, con delicadeza, los apartó para que nuestras miradas volviesen a encontrarse.

Así estuvimos durante varios segundos que deseé que fuesen eternos, a la par de una suave caricia en mi rostro que me hizo sentir un agradable cosquilleo.

Extrañaba ese tacto tan propio de él, único y capaz de hacer que una corriente recorriese todo mi cuerpo y estuviese dispuesta a corresponderle. Puse mi mano sobre la suya mientras tocaba mi mejilla e incluso recosté mi cara en esta para que supiese lo mucho que me hacía falta el contacto de su piel contra la mía.

Las palabras no hacían falta para hacernos entender, en el ocaso de esa tarde tan hermosa, que estábamos dispuestos a retomar nuestra relación.

Ansiábamos amarnos como lo hicimos durante años, deseábamos entregarnos en cuerpo y alma, y todo esto lo consideramos una posibilidad cuando sellamos el reencuentro con el más hermoso beso de reconciliación.


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