Miranda
Dejar el departamento al principio no fue doloroso, ya que estaba sumida en un sentimiento de culpa que no me dejó asimilar mi realidad. Gran parte del trayecto hasta la terminal de Ciudad Esperanza la pasé recordando el punto de partida en que todo se fue a la mierda, cuando castigué al «pequeño mocoso».
Luego de comprar mi pasaje con destino a Puerto Cristal y un chocolate a una vendedora ambulante, me senté cerca de la zona de abordaje y esperé a que anunciasen la salida de mi autobús.
La bulla de la gente me mantuvo distraída y pensativa, a la vez que deseaba con fervor regresar en el tiempo para cambiar y tomar mejores decisiones.
«Si solo hubiese ignorado a ese mocoso, las cosas serían diferentes», pensé.
Tenía la mirada perdida y mis pensamientos eran un montón de eventos que no me permitían centrarme en un problema en específico.
Entonces, anunciaron la salida hacia Puerto Cristal, lugar en el que esperaba recuperarme en cuanto a lo anímico y tener la oportunidad de reflexionar respecto a mis errores. Sin embargo, justo antes de subir al autobús, cuando asimilé lo que estaba haciendo, rompí a llorar de repente sin importarme las personas que estaban delante y detrás de mí.
Un vacío desesperante en mi pecho, una repentina falta de aire y el recuerdo de Axel hicieron que me detuviese en seco y considerase romper mi equipaje.
Por suerte, una señora se me acercó y me tranquilizó con su voz comprensiva, ordenándole a su hijo que registrase mi equipaje y ayudándome a subir al autobús para buscar un asiento.
—Ya, cariño, ya… Todo estará bien —me dijo la señora.
Aquellas palabras de consuelo me impresionaron, pues sentí que me estaban comprendiendo, aunque todos a mi alrededor murmuraban que sufría un ataque de nervios.
—No crea que estoy nerviosa, es que me acabo de dar cuenta del error que cometí y no me quiero ir, tan solo…
Me interrumpí a mí misma al romper a llorar una vez más ante el recuerdo de Axel, me costó aceptar que habíamos terminado nuestra relación. Estaba arrepentida y ya no había vuelta atrás, pues era evidente que nadie me dejaría bajar del autobús.
—Tranquila, cariño… Respira y mantén la calma, los errores son para cometerlos, ya tendrás tiempo para enmendar lo que sea que hayas hecho, por ahora mantén la calma.
Quise decirle que no me quería ir de la ciudad, pero la cuestión era que no tenía dónde quedarme, y siendo honesta, no tuve el valor de volver al departamento después de lo que Axel y yo nos dijimos.
—¿Está bien la señorita? —preguntó el chofer a la señora.
—Sí, solo tuvo un ataque de nervios, pero ya está recuperando la calma —respondió ella.
—¡Bien! Porque ya estamos por salir. Si necesitan algún tipo de apoyo, no duden en pedírnoslo —dijo el chofer con amabilidad.
—Bueno, de momento, solo le pido que mantenga una velocidad prudente durante el viaje —replicó la señora.
El autobús salió de la terminal a pocos minutos para las cinco de la tarde, y a pesar de que ya no lloraba, iba soportando el profundo dolor que me causó comprender que con cada kilómetro que recorríamos, más lejos estaba de Axel.
—¿Cómo te llamas, querida? —preguntó la señora con ternura—. ¿Tienes contacto con algún familiar para que te reciba en Puerto Cristal?
—Me llamo Miranda… Y gracias por ser tan comprensiva —respondí a duras penas, pues persistía un nudo en mi garganta—. Mi papá sabe que voy de camino a Puerto Cristal.
—De nada, cariño… Tienes un bonito nombre —dijo—. Bien, yo tomaré una pequeña siesta. Si necesitas algo, no dudes en despertarme.
Me causó gracia el ofrecimiento de la señora al final del viaje, pues nos costó mucho despertarla cuando llegamos a Puerto Cristal, sí que tenía el sueño pesado. Su hijo me acompañó a retirar mi equipaje que lo había registrado a su nombre, y antes de despedirnos, les agradecí por su buen trato y les deseé una buena noche.
Había llamado a papá casi a media noche cuando el autobús entró a Puerto Cristal, a quien le pedí que me esperase en el estacionamiento de la terminal. No sabía cómo reaccionar ante él, ni tenía idea de qué decirle respecto a mi ruptura con Axel.
Mi corazón latía tan rápido que creí que me daría una taquicardia.
Al verme, papá bajó de su automóvil y corrió para recibirme con un cálido y necesario abrazo, por lo que rompí a llorar una vez más mientras lamentaba las decisiones que había tomado.
—Ya…, ya…, ya, mi niña… Ya pasó —dijo en su intento de tranquilizarme—, lamento que se haya terminado tu relación con Axel, sé que es un buen muchacho.
—Lo dejé solo, papá… Estoy arrepentida —dije en medio de mi llanto.
—Tranquila, mi niña, ven… Deja que te ayude con el equipaje, me cuentas todo en el auto.
De camino a casa, le conté a papá con detalles todo lo que había sucedido, desde mi despido en el colegio hasta mi ruptura con Axel. Me sentó bien que me escuchase, pues así pudo asimilar mejor que yo la situación para aconsejarme con palabras esperanzadoras.
—Cuánto lamento que hayan sucedido esas cosas… Pero tranquila, a veces es bueno darse un tiempo para reflexionar, y tengo fe de que Axel sabrá afrontar este obstáculo como también tú lo harás —dijo.
—¿Crees que quiera volver conmigo? Porque todo ha sido mi culpa, papá —repliqué con tristeza.
—Ana, la culpa no es de nadie… Las cosas simplemente sucedieron y ustedes no tuvieron la madurez para afrontar sus problemas. Lo que pasa es que, hasta ahora, no habían tenido verdaderos problemas.
—¿Crees que Axel me perdone? —pregunté en medio de sollozos.
—La cuestión es, según lo que me has contado, que no hay nada que perdonar… Ambos han sido víctimas de gente sin corazón, pero no te preocupes, ya tendrás tiempo para reconciliarte con Axel, si así lo deseas.
—¡Claro que lo deseo, papá! Casi me arrepiento de haber venido.
Papá esbozó una media sonrisa y dejó escapar un suspiro.
—¿Qué? —pregunté.
—A veces me cuesta creer lo mucho que has crecido, y darme cuenta de que te enfrentas a uno de tus primeros grandes problemas en la vida, me pone sentimental. Siempre te he visto como mi niña…, mi pequeña princesa —respondió.
—¡Ya, Papá! Estoy muy sensible para que me digas esas cosas… Dime, ¿cómo está mamá? —pregunté para cambiar de tema.
—Hecha un mar de tristeza, ya sabes que Axel le simpatizaba mucho —respondió—. Es un buen chico, Ana, tuviste suerte con él… Así que medita muy bien tus decisiones a partir de ahora.
♦♦♦
Los primeros días de mi nueva soltería resultaron ser difíciles y dolorosos. Supongo que muy pocos comprenden lo que es estar enamorado y amar a alguien de quien te tienes que alejar por problemas que no supiste resolver o afrontar.
Lo cierto es que seguía sintiéndome culpable de nuestras desgracias, me costó mucho persuadir esa sensación y los pensamientos negativos que por instantes me hacían llorar.
Por suerte, al establecerme en la casa de mis padres, mis ánimos se tornaron un tanto alegres al sentir el calor familiar.
Mi relación con mis padres fue un pilar fundamental para superar mis tristezas. Papá seguía tratándome como a una niña y decía que yo era su princesa consentida.
A pesar de tener veintiséis años, quería complacer casi todos mis caprichos con tal de verme feliz nuevamente.
En cuanto a mamá, ella sí solía darme un trato acorde a mi edad, hasta parecíamos mejores amigas. Eso nos permitió tener una conexión especial; fue mi confidente durante y después de mi relación con Axel; por eso le agradaba tanto.
Mi padre, un señor alto y apuesto, con una apariencia similar a la de George Clooney, se caracterizaba por ser la voz de la conciencia. Era sabio e inteligente, además de hábil a la hora de invertir su dinero. Su más grande atractivo, mismos que tuve la dicha de heredar, eran sus bellos ojos azul grisáceo. Siempre que me veían junto a él, decían que era mi hermano mayor.
Gracias a su habilidad como inversionista, fundó un supermercado que se encaminaba a convertirse en una franquicia a nivel nacional.
Mamá, por su parte, era el alma libre de la familia. Una mujer preciosa, de ojos cafés, una bella sonrisa y una larga cabellera castaña cuidada y peinada; ella y yo éramos casi polos opuestos. Su femineidad y coqueta personalidad fueron las cualidades que enamoraron a papá, y es que no había movimiento que mi madre no hiciese sin que resultase atractivo o digno de admiración.
Su buena actitud fue vital en el crecimiento del supermercado, pues era experta en atención al cliente y profesional de las relaciones públicas.
Mis padres se complementaban muy bien y presumían un amor que alguna vez creí disfrutar con Axel, aun siendo lo opuesto a mamá en cuanto al romance y esa gracia femenina que la caracterizaba.
Por otra parte, y siendo yo su princesa consentida, papá quiso darme el cargo de gerente en el área administrativa del supermercado, pero no quise aceptar el trabajo, ya que había un chico que siempre tuvo merecido ese puesto.
David Arjona era un muchacho de veinticuatro años de edad y profesional de la Administración de empresas.
Llegó al supermercado luego de cumplir los veinte años de edad. Era un chico responsable y respetuoso, un empleado disciplinado y, según papá, un ejemplo a seguir, aunque muy pocas veces socializaba.
En ocasiones, cuando tenía tiempo libre y caminaba por los pasillos del supermercado, se distraía leyendo los detalles de cada producto que llamaba su atención.
Muy pocos sabían que David padecía el síndrome de Asperger. Sus padres revelaron su condición el mismo día en que lo acompañaron a solicitar el empleo. Por eso, papá no dudó a la hora de contratarlo.
Al igual que muchos como él, a David le costaba conectar con otras personas y pocas veces te miraba a la cara cuando intentabas socializar con él. Sin embargo, el nivel de su intelecto era admirable, además del orden en que mantenía su oficina; el más mínimo desorden lo arreglaba.
Sin duda alguna, el mejor empleado que tuvo papá fue David, y ganarme su amistad me costó un poco cuando empecé a frecuentar el supermercado, donde ejercí de despachadora en la sección de cosméticos.
Tuvimos que coincidir en una conversación para lograr conectar, y tan pronto supo que era artista plástico, empezó con el paso de los días a decirme datos interesantes de grandes artistas del siglo XVIII; su artista favorito era Étienne-Maurice Falconet.
Podría decir que gracias a esos datos y curiosidades que me contaba David, pude recuperar progresivamente mi amor por el arte y, al mismo tiempo, recordar al hombre con quien compartí esa pasión artística.
Recuerdo estar distraída durante la tarde de un lunes, tanto que incluso ignoré a unas chicas que me preguntaban los precios de unos labiales.
Mamá me reclamó que divagase cual tonta enamorada, pero no pude persuadir la imagen de Axel, ni el recuerdo de sus besos, nuestras jornadas artísticas y todas las veces que hicimos el amor.
Lo extrañaba tanto que consideré llamarlo, aunque una voz interna me repitió que debía seguir el consejo de papá y darnos un tiempo.
—¿Por qué sonríes así? —preguntó David de repente, quien se dirigía a su oficina.
Yo sacudí la cabeza, lo miré y esbocé una sonrisa.
—Estoy recordando a alguien especial —respondí.
—¿Sabes qué, Ana? —David era de los pocos que me llamaba por mi primer nombre—. La ciencia define el amor como un proceso neurológico que se produce en el cerebro e implica al hipotálamo, la corteza prefrontal, la amígdala, el núcleo accumbens y el área tegmental frontal.
—¿Amor?… Yo no he dicho nada sobre eso —repliqué avergonzada.
—Lo sé, pero leí en National Geographic algunas cosas al respecto, y noto algunos de los síntomas que se mencionan en la revista. Ana… —hizo una pausa, miró a los lados y bajó su tono de voz—, déjame decirte que, por lo menos yo, estoy cien por ciento seguro de que estás enamorada.
Quería negarlo y decirle que estaba equivocado, pero no podía mentirle a David.
—Aún lo extraño y quiero estar con él —musité.
—Pues llámalo y díselo —dijo como si nada.
—Es complicado, David, si tan solo supieras lo que…
—No es complicado, Ana —me interrumpió—, solo lo llamas, le dices que lo extrañas y que quieres estar con él, ¿ves? Hasta yo puedo decirlo… Si no lo haces, es porque estás siendo orgullosa o tonta.
—Discutir contigo me hace sentir como una tonta —reclamé con fingida indignación.
♦♦♦
Tiempo después recibí un mensaje de texto de Axel, sentí que mi corazón iba a explotar de la emoción, incluso me puse nerviosa y me agité un poco, no sabía qué quería decirme exactamente; mi esperanza era que me declarase de nuevo su amor y mi miedo que me reprochase el haberlo dejado.
Así que respiré profundo y me reencontré con la calma, aunque esta duró pocos segundos, pues tan pronto leí su mensaje de texto, quedé desconcertada.
Me frustró todo lo que tuvo que pasar por culpa de un ser tan repugnante como Mendoza, pero con los kilómetros que nos separaban, mi único consuelo se resumió en un simple mensaje de texto en el que apenas pude demostrarle mi apoyo moral.