Amelie entró en su habitación de hotel vacía e inmediatamente se encontró envuelta en la oscura tranquilidad de la noche, que velaba el espacio con su misterio reconfortante.
Decidió no encender las luces; sus ojos ya estaban cansados del resplandor artificial del día. Lo que anhelaba eran unos momentos de soledad tranquila, un breve respiro de las horas ocupadas preparando los papeles para el viaje de Brittany a Francia.
Al apoyar la cabeza en la almohada, una agradable pesadez cubrió su cuerpo como una acogedora manta de lana. Estaba a punto de dormirse cuando de repente, recordó algo importante.
—Debía llamar a Lizzy esta noche. Dios, casi me quedo dormida —murmuró Amelie.
Amelie sacó su teléfono del bolso y tocó el mensajero que usaba para chatear con su mejor amiga. Pasó un tiempo revisando los últimos mensajes que le había enviado, todos sin respuesta; todos ignorados.