Detuve la osadía de Amandine.
Me miró con gentileza. Me hacía parecer necesitado. ¿Qué significaba esa mirada? ¿Qué trataba de decirme?
Sentí una simpatía con su mirada, como si estuviéramos conectados. Algo demasiado abstracto como para intentar entenderlo.
—¿Te gusto? —me preguntó al sentir lo mismo.
—No —respondí en seco.
—Ya veo.
—Aun así…
Al ver que no podía terminar la frase, suspiró.
—No te preocupes. Seguiré esperando.
Esperar… ¿Está bien eso? Alguien ya me ha dicho que también esperaría, pero…
¿Esperar a que?
A pesar de que quería analizarlo mejor. El ambiente de gozo bullicioso que experimentaba me sobreexigía demasiado.
—Iré por algo para beber —cambié por completo el aire—. ¿Quieres algo?
—No bebo alcohol.
—Verdad, lo siento.
Estaba a punto de irme, pero le ofrecí alguna otra cosa.
—Un poco de agua, si puedes.
Pedí un vaso de agua al chico que atendía en el bar.
—¿Agua?
Confirmé que era agua lo que quería.
—Mejor que sean dos vasos de agua.
—¿Lo otro no entonces?
—No, solo agua.
Se adentró a la habitación que hacía de bar. Tomó dos vasos de plástico y de una máquina que ofrecía agua presionó el botón helado.
—Aquí tiene.
—Muchas gracias —le arrebaté.
De vuelta a Amandine, me encontré con un visitante. Mis pies se anclaron al suelo. Mi sospecha fue acertada. Niel estaba conversando con ella aún sentada, escuchando todo lo que le decía. Nunca antes lo vi así, no era el chico que mostraba ser. Ese ser que salió cuando conversaba con Amandine no era él, mejor dicho, no era el Niel que acomodaba conocer.
Amandine se fijó en mí de reojo, me observó reiteradamente. Niel quien veía directo a sus ojos, se dio vuelta para terminar encontrándome. La presencia de ese otro ser seguía en su cortante mirada. Al parecer que me haya visto lo calmó un poco. Le dirigió unas últimas palabras a Amandine y se acercó a mí con largos pasos. Iba a pasar de largo, pero cuando llegó a mi lado, se detuvo.
—Ten cuidado con ella.
Su voz era seria. Sonaba como una amenaza y no como una advertencia. Estaba seguro que se estaba dejando llevar por sus sentimientos negativos y que esa no era su verdadero pensamiento. Debe estar pensando que me precipitaré en la misma trampa que cayó él en algún momento.
Apenas dejó sus palabras, se marchó en alguna dirección. Yo seguía parado, observando a Amandine en la misma posición. Esperé que pasaran algunos segundos y retomé mi camino.
—Ten —le ofrecí el vaso con agua.
Ni siquiera lo examinó. Su confianza era ciega o solo no estaba atenta por lo que hablaron. Sin importar la razón, me senté a su lado igual que antes, como si ese espacio me perteneciera y ella lo hubiera estado cuidando.
—Entenderé si te quieres ir —ofreció con la mirada en el suelo.
Dejé que mis acciones hablaran por mí.
Estaba claro que no le dijeron nada agradable. Me imagino la acusó por tratar de usarme y que mantuviera su distancia de mí. Por mi propio bien, o al menos eso es lo que diría mi imagen de Niel. Sus ojos claros dejaban resaltar la bondad que ocultaba tras esa negatividad, solo quiere que no sufra como él lo hizo. Nadie le desea su mismo mal a alguien. Al menos, no enserio.
Decidí dejar de intentar analizar a mi compañero y me concentré en la vida que transmitía las personas a mi alrededor. Desde el chico que estaba bailando solo en el borde de la multitud, con más entusiasmo que todos, a los grupos que hablaban sentados en el sillón dentro de la casa. Gente pidiendo tragos, algunos ingiriendo pastillas para dar el siguiente paso, oros solo disfrutaban bailando, personas conociéndose sin antes haberse visto.
Un largo tiempo en silencio fue cortado por la voz de Amandine.
—Absalon —dijo tímida.
—Dime.
—¿Puedes acompañarme?
—¿A dónde?
—Solo sígueme.
Se levantó. No encontré razones para negarme, era mejor que quedarme sentado en total soledad. Seguí sus movimientos hasta que llegamos a las escaleras. No quería suponer nada, creí que iría al baño.
—Espera. ¿Qué haces?
Me quedé esperando en dirección al baño mientras ella se dirigía al mismo dormitorio al que entró con Dante.
No hubo respuesta de su parte. En cambio, siguió caminando.
—¡Oye! ¡No puedes ir por ahí como si nada! —intenté gritar a susurros.
Abrió a puerta como si fuera su propia casa y entró.
—¡Joder!
Miré para todos lados. Avancé esperando que nadie me viera, teniendo como misión traerla de vuelta. Con rapidez entre golpeando la puerta, esta terminó rebotando para volver a su estado anterior. Cuando entré la presencié quitándose la ropa.
—¡Espera!
Se estaba quitando la ropa.
No lo entendí bien hasta que me lo repetí.
—¿¡Qué haces!?
Tenía el chaleco en la cama. Pasó a sacarse la falda y estaba intentando sacarse la polera. Al ver que no podía hacer nada más que mirar me di vuelta.
—¿Por qué te das vuelta?
—¡Por respeto!
—Tienes mi permiso para verme. No me importa si eres tú.
—Aunque lo digas, lo hago por mis convicciones.
—Entonces tú también quítate la ropa.
—¡Ni loco!
—¿No quieres verme?
—No es necesario.
—Está bien, ya me la puse.
Como los sonidos de su ropa dejaron de escucharse, le creí. Apenas me di vuelta advertí que no era así, en cambio, ahora solo estaba con ropa interior. No podía negar que su cuerpo era hermoso, tenía bien definida la cintura y las orillas del abdomen se marcaban de manera natural. Sus caderas resaltaban por su curva. Sus piernas eran algo delgadas, al igual que sus brazos, pero estaban en una sintonía con el cuerpo que no podía dejar de apreciar.
—Mentiste.
—Aun así, me sigues viendo.
—Perdón —me tapé la cara sin dejar de ver.
—Ya dije que si eres tú, no importaba.
—¿Por qué yo?
—Porque nos parecemos.
—No hay nada cierto en eso.
—Tal vez. Puede ser porque no me miras como los demás.
—Ni siquiera me puedes ver a los ojos en estos momentos.
—Puedo asegurar que en esos ojos hay un deseo de cuidarme, no hay esa mirada lascivia que tienen todos.
Se acercó para tratar de verme a los ojos. Si bien se podía ver por las distintas luces de afuera, no era tan claro como para poder ver el color de ojos. En sí, se entendía la esencia.
—Eso crees, pero es difícil no tener pensamientos con tu cuerpo —respondí para llevarle la contraria.
—Con mi cuerpo. No conmigo.
—¿Hay diferencia?
No respondió, en cambio, se acercó más. Como si intentara besarme se acercó hasta que pude sentir su respiración, sus ojos no me quitaban de encima. Antes de concretarlo se detuvo y me dejó apreciando su espalda. Mientras daba unos pasos para sentarse en la cama logré notar que en el dorsal de su espalda permanecía una gran cicatriz. Una grave cicatriz del largo de mi mano se deslizaba en su espalda baja.
—¿Puedo preguntar por la cicatriz? —dije sabiendo que era algo del pasado.
—En otro momento. Ahora quiero pensar en cosas bonitas.
A pesar de que estaba viendo a otro lado y no podía fijarme bien en su cara, podía diferenciar que eso le provocaba nostalgia.
—Me dio sueño —mencionó desordenando la cama para adentrarse en ella.
—¿Se puede saber qué haces?
—Voy a dormir un rato.
—Lo lamento, pero voy a decirle al dueño de la casa.
—¿Al dueño de la casa? —soltó una carcajada, como si no le importara.
—Prefiero decirle para evitar malentendidos.
Estaba a punto de salir cuando la puerta se abrió. El chico con gorra me agarró de la chaqueta y me empujó contra la pared. Intenté sujetarlo para soltarme, pero tenía una fuerza increíble. Amandine que se levantó apresurada para defenderme.
—Espera —le pidió ella.
Al verla en ropa interior, se volvió a mí y presionó su brazo contra a mi cuello. Mientras intentaba sujetarme de algo para salir, me quedaba sin aire. Entonces entró Thomas.
—Ayúdame —le pedí apenas.
—¿Qué haces aquí? —me preguntó con una seriedad temible en vez de asistirme.
Intenté hablar. Las palabras salían ininteligibles.
—Deja que hable.
A orden de Thomas, Kay; el chico de gorra de pescador, me soltó lo suficiente para que pudiera respirar. Se interpuso enfrente mío para que me quedara en el mismo lugar. Por fin inhalando en profundidad, le intenté explicar lo que sucedió.
—Perdón, por haber entrado sin permiso —dije aun intentando recuperar la normalidad—. La perseguí para detenerla, pero no sabía cómo.
—¿Es verdad?
La pregunta iba dirigida a Amandine. Asintió reiteradas veces como si estuviera cohibida ante la presencia de Thomas.
—¿Dices que no intentó nada? —quiso confirmar Kay con Amandine.
—Sí —respondió con el mismo gesto.
—¿Segura? —quiso aseverar. Observando que no la estuviera amenazando de alguna manera.
—No es como los demás.
Al parecer ese simple "sí" tenía más alcance del que creía, existía plena confianza en su palabra. Kay, se alejó por competo de mi metro cuadrado con la cabeza en situación de arrepentimiento.
—Ya veo… —retrocedió observando el piso, como si hubiera cometido el peor pecado de la vida—. Fue mi error. Que imbécil.
Al ver que nadie respondió tuve que asegurarme de que no se culpara para toda la eternidad.
—Solo fue un malentendido —le expliqué, luego de toser. En vez de calmarlo, la tos solo le hizo entender el daño.
—Discúlpame —pidió Kay, antes sacándose la gorra para expresar su sinceridad—. Fui brusco y tonto. En verdad lo siento.
—Discúlpanos —agregó Thomas, viendo que Amandine me defendió—. Malentendimos tus intenciones. No hay problema con que te quedes aquí, al parecer Amandine tiene plena confianza en ti. Y aparte se nota que eres buen chico.
—Gracias —dije sobándome el cuello.
—Todo fue mi culpa. Escuché que estaban hablando de desvestirse y fui a decirle a Thomas… Lo siento. Entiendo si quieres golpearme.
—No te preocupes, no es necesario.
—Me voy a sentir culpable si no. Por favor… —acerco su tez cerrando los ojos, tal como si preparara para el peor castigo—. Tienes todo el derecho de golpearme sin resentimiento.
—No es mi estilo, dejémoslo como que me debes un favor.
Si bien lo dije para no parecer agresivo y vengativo. Su reacción fue como si le hubiera perdonado la vida.
No fue un golpe, por lo que no creí necesario dar uno como recompensa.
—Te debo una grande.
—Lo tendré en cuenta.
—Yo igual pido disculpas, incluso después de todo lo que hablamos y me demostraste, desconfié —agregó Thomas sin bajar de la jerarquía—. Lo siento.
—Yo igual hubiera actuado así si dos extraños entraran en mi casa como les dé la gana.
En vez de responder, soltó una carcajada que no me esperaba para nada.
—Sí que sabes cómo caer bien —secó sus lágrimas. Sonrió y antes de salir dejó unas últimas palabras—. Te encargo a mi hermanita Absalon, cuida de ella.
—No te preocupes —solté al aire.
Una vez salieron. Kay dejó cerrada la puerta. Amandine quien estaba parada, se aproximó apenas se marcharon.
—Perdón… —imploró apoyando su cuerpo contra el mío—. Por meterte en esto.
—No es necesario disculparse, no fue grave. Lo único que me preocupa es…
Recién caí en lo que iba a preguntar y comprendí cosas que antes no terminé de entender.
—¿¡Thomas es tu hermano!?
—Sí. Pensé que lo sabías.
—¡Claro que no lo sabía! ¡No se parecen en nada!
—Puede que sea cierto. Pocos creen que lo somos.
—Puedo entender que no se lo esperen, pero, ¡van en el mismo colegio!
—Eso no significa que seamos hermanos.
—¿Son hermanos de sangre?
—Los dos somos Salerno Rosé
—Es que no entiendo. ¿No se hablan o qué? Nunca los he visto cerca.
—El no muestra interés en mí, así que nunca estamos juntos.
—No es que me cueste creerlo, pero si me sorprende.
Con eso, entendí por qué Thomas y Kay actuaron tan agresivos conmigo. Y con Dante.
—Odio como es —mencionó como si me leyera la mente.
—¿De qué hablas?
—De Thomas, siempre anda pendiente, pero nunca me dice algo a mí.
—No comprendo.
—Nunca me corrige o me reta. Observa todo que hago o manda a alguien para hacerlo como ahora.
—No lo veo como algo malo. No sé por qué te molesta.
—Cuando cometo algún error, tampoco me culpa.
—¿No crees que es porque es tu hermano?
—Con mayor razón debería hacerlo. Es como si me cuidara sin saber quién soy.
—Si intento defenderlo, diría que es porque no quiere que las palabras del hermano, afecten la voluntad de su hermana menor.
—Me sentiría mejor si me tratara como persona, no como algo que debe defender.
—No puedo decir que entiendo su actuar, pero si te sientes así, deberías decirle.
Un silencio marcado por el pensamiento interno de Amandine cambio el ambiente.
No podía creer por completo que eran hermanos. Sus personalidades ya eran polos opuestos e incluso en lo físico eran distintos. Amandine por un lado tenía el pelo liso color negro, suponía no era su verdadero color, aun así, es como la conozco. Por el otro, Thomas tiene el pelo casi ondulado, de color castaño. Su nariz era aguileña, comparada con la respingada nariz de Amandine. También tenían distinto color de ojos; mientras que los Thomas eran café claro, casi dorados; los de ella eran tan oscuros que parecían negros. Lo único en lo que se podía decir que se asemejan, eran sus ligeros rasgos asiáticos.
—Debería hacerlo —concluyó Amandine.
—¿Quieres ir a decirle ahora? Antes de que pierdas la motivación.
—No, ahora quiero dormir.
Igual que antes, tomó las sábanas y se acurrucó debajo de estas. Ahora mi miedo desapareció por completo, esa era su propia habitación.
—Puedes acostarte conmigo —dijo con las sábanas tapando la mitad de su cara.
—Claro que no.
—Aunque sea arriba del cubrecama —insistió.
—Prefiero irme.
—Solo hasta que me duerma.
—…
—Por favor.
Como si tales palabras tuvieran magia, supuso que aceptaría de inmediato. Sin decirle si aceptaba o no, me senté al otro lado de la cama. Apoyando mi cuerpo en la pared. Amandine se allegó un poco y se acomodó.
Ahora podía ver de otra manera sus acciones. Ella vivía en esta casa, así que no existía problema. Esta era su pieza. Con eso en mente, la recorrí por completo. La pieza era amplia y sencilla. A pesar de que estaba decorada con distintos artículos se sentía un poco vacía. No tenía fotos familiares, ni cosas absurdas que uno normalmente compra. Es como si fuera la habitación de visitas. No tenía una personalización que la hiciera de ella. Estaba seguro que los muebles y la cama nunca fueron cambiadas de posición. Los peluches a un lado de la cama la hacían sentir un poco más reconfortante, pero seguía sin ser suficiente.
Antes de darme cuenta Amandine se durmió. Pude confirmarlo ya que no respondió ante su nombre. Sin despertarla bajé de la cama y me encaminé a la puerta. Al abrirla, encontré a un chico agachado, con su cabeza apoyada en la puerta que desapareció.