—Yo… yo entiendo —Sophie se mordió el labio—. Quería salir y experimentar cómo era asistir a una reunión como esta, pero entendió lo que su compañero le pedía.
—No te preocupes, Sofía —Leland tranquilizó a su compañera—. Mis hombres podrán conversar con sanadores e incluso chamanes de otras manadas.
—¿Podrán ayudar aun si saben… quién soy? —Sophie recordó a los sanadores en Frisia y de repente dudó.
—Estaremos buscando una posible cura que no requiera que se acerquen a ti, o si lo hacen, deberán jurar guardar el secreto, Luna —Lucas explicó con una sonrisa amable—. No necesitas preocuparte por ello.
—Por favor, cuídate, Leland —susurró después de que Leland se fue—. Sabía que su esposo era muy formidable y que definitivamente podría ganar a cualquiera en combate. Sin embargo, sintió que era lo correcto decirlo cuando Leland estaba saliendo a encontrarse con gente de otras manadas.
—La Manada del Río Sangriento ha llegado por fin.