—¿Qué estás diciendo, Rafael? —el señor Barter no esperaba una decisión tan absurda del magnate empresarial Rafael Sinclair.
—¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? No conoces a esta chica más que por lo que te ha contado sobre ser tu esposa. ¿Y si huye después de conseguir tu propiedad?
—Ella ya huyó, señor Barter —Rafael, quien estaba recostado en su asiento con los ojos cerrados, sonrió perezosamente—. ¿Sabes qué? Se fue sin decírmelo. Sin llevarse ni un centavo. Sin embargo, se llevó mis cosas preciadas.
—¿Te robó algo? —los ojos de Barter se abrieron incrédulos.
—No exactamente robado. Señor Barter. Está embarazada de mis hijos —luego miró a los ojos del hombre mayor—. Necesito ayuda y tú eres el único en quien puedo confiar. Nadie debe saber de este trato. Ni mi mamá. Ni Valerie.
—¿Y si —se inclinó hacia adelante, bajando la voz— la señora Sinclair se entera?
—Deja de llamarla señora Sinclair cuando no lo es —Rafael se estremeció al oír sus palabras.