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Marissa no se dio cuenta de que sus ojos se llenaron de lágrimas calientes y lentamente esas pequeñas gotas empezaron a deslizarse por su cara.
—¿Qué... qué quieres decir?
Junto con los niños, incluso Dean parecía hipnotizado por ello. Rafael no esperó a que él se fuera y siguió adelante con ello.
Era un momento íntimo familiar, pero Dean estaba allí para presenciarlo.
—Esto iba a ser tu regalo de cumpleaños, pero en ese momento estabas tan perturbada que no saqué el tema. He estado tras esta propiedad desde el día que supe que a ti y a Alex les gustaba —su mirada se desvió hacia sus hijos que estaban parados ahí como mini estatuas—. Esto es para todos vosotros —les dijo, intentando controlar su propia voz temblorosa—. La próxima vez, si hago algo horrible, no terminarás en la calle, Marissa. Ese error no se repetirá, fresa.
Las lágrimas de Marissa caían sobre el suelo y Rafael estaba tratando de controlar las suyas.