Sumire deslizó sus delicadas manos por su cabello, acariciándolo con suaves movimientos. Cada hebra áspera y enmarañada le recordaba la escasez de agua que había experimentado en los últimos días, dejando un rastro de suciedad y sequedad en su melena.
La estrechez de su pequeño departamento era palpable en cada rincón. No había espejo que reflejara su imagen, ni siquiera en el diminuto baño que carecía de agua corriente.
La casera apenas proporcionaba el servicio cuando la antigua tubería se permitía funcionar, y cuando eso ocurría, el privilegio de utilizarla no le correspondía a Sumire.
Eran los jóvenes estudiantes de la academia quienes necesitaban desesperadamente ese recurso vital. Por turnos, debían hacer uso del baño, siguiendo un orden dictado por la urgencia.
Sin embargo, aún no se habían acostumbrado a esta rutina forzada.
La pelirosa del grupo de niños de la Academia, acostumbrada a un hogar donde contaba con un baño propio que abarcaba el tamaño de todo su actual departamento, sentía aún más la falta de su hogar.
Durante su crianza, había sido mayormente atendida por las empleadas del hogar, disfrutando siempre de las mejores comodidades, incluso en comparación con su compañera Himawari, quien era la menor de los tres hijos del Hokage y la princesa del Byakugan.
Sumire había dado por terminado su vago retoque. En realidad, no se había cambiado nada como para considerarse extremadamente "preparada" para salir. Sólo se limpió el pelo pasando con sus dedos la poca agua que caía del lavamanos, y limpiándose la suciedad de la cara y la ropa con algunos trucos engañosos.
Incluso si se hacía pasar por una genin del lugar, y se explicaban los moretones, nada le prometía que no sería vista con ojos perspicaces al salir por aquella puerta.
Una vocecita detuvo sus movimientos, como si la congelase por completo.
Neon Asakusa, una niña de cabellos castaños y anteojos rosas, todavía llevaba puesto el overol con el que había escapado de la Academia. La pequeña de ojos color ladrillo era la más carente de iniciativa de los compañeros restantes, incluso antes de que todo esto ocurriera.
Por eso, cuando hizo mención de su nombre, Sumire no pudo evitar quedarse estática ante aquella anormalidad. Que Neon, quien se había abstenido de hablar durante todo este tiempo, incluso en las comidas enlatadas que Ro-san traía, llamara a Sumire por su nombre, era motivo de preocupación.
A un ritmo lento, como si Sumire estuviera hecha de tuercas y metal oxidado, miró a la que algún día sería un genio en la mecánica si el mundo no se hubiese destruido.
Neon apretaba el pecho de su overol sucio y rasguñado, mientras su rostro no expresaba más que miedo y tristeza. Los nervios de su cara parecían no responderle en consecuencia al shock de los últimos tres días exactos, y aún daba ese rostro tan espeluznante de miedo.
La madre de Neon era una empleada de renombre en la empresa mundialmente conocida, Kaminarimon. O al menos lo fue en algún momento...
Siendo hija de dos personas inteligentes, exitosas y amigables, Neon heredó un profundo interés por la robótica, rivalizando incluso con un viejo compañero que Sumire recordaba con nostalgia.
Sin embargo, a pesar de su reservada naturaleza anterior, el desastre solo logró encerrarla aún más profundamente en su propio cascarón fracturado.
Su madre había caído víctima del desastre que asoló la fábrica Kaminarimon, especializada en robótica y tecnología. Este establecimiento se convirtió en un objetivo principal para evitar el apoyo del armamento que estaba siendo desarrollado por Konoha en instalaciones de alta confidencialidad.
Fue durante su tiempo en la Academia cuando la pequeña Neon se enteró de este horrible suceso. Entre gritos y caos, características a las que, sorprendentemente, los ninjas no ofrecieron explicación, fue testigo del derrumbe de los edificios de Kaminarimon.
Desde entonces, Neon no ha vuelto a hablar. Al menos, no más que para intercambiar algunos comentarios bien merecidos después de la ardua ruta que los adultos tomaron para sacarlos del cataclismo.
Sumire tomó aire, decidida a acercarse y ofrecer un poco de calor a su amiga en silencio.
Ella comprendía por qué dudaba, pero también había una parte de ella que desconocía y prefería no enfrentar.
¿Sería por desconfianza? ¿Acaso había una falta de confianza en sus propias capacidades?
Aunque no ocupara el puesto más alto, había estado muy cerca del señor Shikamaru, observando de cerca su trabajo. Esto le había granjeado un profundo respeto por parte de la joven, cuya labor se asemejaba a la de una secretaria.
Ahora, de manera no oficial y apresurada, había ascendido a una especie de asesora de las sombras. Aunque su labor no implicaba luchar, tampoco podía permitirse debilitarse y permitir que los niños se lastimaran.
— No me iré a ningún lado, no tienes por qué temer. — Dijo en un tono tranquilo, mientras su corazón latía con fuerza, temiendo que su tono de voz pudiera preocupar a los demás. — Solo daré un paseo por la aldea, para observar de cerca lo que está sucediendo.
Tras su respuesta, un silencio pesado cayó sobre ellos, y las miradas de los demás se dirigieron al suelo. Evitar mirarla era como evitar enfrentar aquello que les infundía miedo.
No temían a Sumire; temían perderla. Temían perder lo único que les hacía sentir un poco más seguros.
Kakkei comenzó a retorcer sus propios dedos, conscientemente lastimándose en un intento por distraerse del nudo punzante en su estómago. Nadie aquí tenía el poder suficiente para actuar libremente, para contar y probar todo lo que les había sucedido.
Aunque parecía que Konoha estaba tomando medidas, esto solo aumentaba los obstáculos en su camino: más vigilancia, mayor desconfianza, secretos.
Si lograban convencer a alguien, era probable que les sucediera algo incluso antes de llegar a la Hokage.
Los únicos que conocían la verdad detrás de esto eran los dos Anbu del grupo y Sumire.
La hija de un exmiembro resentido de la Raíz.
— Sumire-san. — Otro llamado la sacó de sus pensamientos oscuros. — ¿Cuándo volverás?
La mirada de la joven se desvaneció en un abismo de pensamientos oscuros y, poco a poco, una expresión amenazadora se apoderó de su rostro. Los demás sintieron un escalofrío recorrer sus espaldas mientras la observaban transformarse ante sus ojos.
Su rostro se convirtió en una máscara impasible, ocultando cualquier atisbo de emoción genuina. El aura que la rodeaba parecía palpitar con una energía siniestra, generando una tensión eléctrica en el aire. Era como si una tormenta a punto de estallar se hubiera concentrado en el pequeño espacio que ocupaban.
A pesar de sentir el miedo agazapado en su interior, los niños también encontraron una extraña sensación de seguridad en la presencia de Sumire. Sabían que estaba dispuesta a protegerlos a cualquier costo, incluso si eso implicaba adentrarse en los rincones más oscuros de su propia alma.
Mientras Sumire se acercaba lentamente a ellos, el corazón de los niños latía con fuerza, incapaces de apartar la mirada de su semblante enigmático. Cada uno recibió una caricia en la cabeza, pero en lugar de consuelo, sintieron una corriente de tensión recorrer sus cuerpos.
Era como si sus palabras y gestos encerraran un mensaje inquietante, una advertencia implícita de los peligros que acechaban en cada esquina. A pesar de que el miedo se aferraba a sus diminutas figuras, también surgía una chispa de determinación en sus ojos, alimentada por la confianza depositada en Sumire.
Por un instante, los niños se encontraron atrapados entre el temor y la esperanza, conscientes de que estaban en manos de alguien capaz de enfrentar los horrores de la realidad sin titubear. La tensión que los envolvía se transmitía al lector, quien experimentaba la incertidumbre y el temor que inundaban la escena.
Finalmente, Sumire rompió el contacto visual con los niños y se alejó hacia la puerta. Los pequeños la observaron partir, sus miradas llenas de tristeza y anhelo.
Himawari, apartada de ellos, seguía apretando los puños con determinación, lista para asumir su responsabilidad mientras Sumire se adentraba en el brillante resplandor del exterior, que, en lugar de transmitir esperanza, parecía abrasar una parte de Sumire que ella prefería no enfrentar.
Eho, con su bufanda colgando casi en jirones alrededor de su cuello, intentó detener a la preadolescente de cabello violeta. Sin embargo, el miedo se había instalado en su garganta, provocando un pequeño temblor que resonaba desde sus pies hasta los corazones de sus compañeros.
La puerta chirrió mientras la luz se desvanecía, entonando su canción lúgubre y desgarrada en los oídos maltrechos de los Niños de la Academia. Sus ojos se dilataron a medida que las sombras invadían sus rostros.
La tensión era palpable en el aire. El clic de la cerradura al cerrarse resonó en sus oídos como un eco siniestro. Cada pequeño crujido de la puerta al sellarse los llenaba de una sensación tétrica, como si estuvieran atrapados en un mundo oscuro y desconocido.
La imagen de Sumire desvaneciéndose lentamente detrás de la puerta se grabó en sus mentes, y una ola de pánico los inundó. Se sintieron solos y vulnerables, abandonados a su suerte en medio de un peligro insondable. El vacío dejado por la partida de Sumire los envolvió como una niebla ominosa.
Los niños apenas se atrevían a exhalar, temerosos de perturbar el silencio sepulcral que los envolvía. Sus rostros reflejaban una amalgama de terror y desesperación, conscientes de que ahora quedaban a merced de un destino incierto.
Himawari, con los puños tensos y la mirada fija en la puerta cerrada, asumía el peso de la responsabilidad que Sumire les había delegado.
El instante en que la puerta se selló por completo marcó el momento en que la preadolescente reveló a la única Uzumaki el rol que ahora debía asumir. Fueron sus acciones, más elocuentes que cualquier discurso de autoafirmación.
Ese instante pareció estirarse en el tiempo, prolongándose como una eternidad. El último crujido resonó en sus oídos como el golpe final en un ataúd. La habitación quedó sumida en una oscuridad opresiva, y los niños se sintieron como presas indefensas en un mundo hostil.
La imagen de Sumire desvaneciéndose lentamente mientras cruzaba las estrechas calles frente al departamento quedó grabada en la retina de Himawari. Sin embargo, lo que ella percibía era diferente, una versión de Sumire que sus amigos no veían mientras se asomaban temerosos por la ventana.
Esa escena evocaba una profunda inquietud y una sensación de abandono. Los niños se aferraron entre sí, temblando en la oscuridad, con los ojos clavados en la ventana que ahora les inspiraba desconfianza.
Sumire, la de cabello lavanda, parecía estar fingiendo escuchar la conversación de sus amigos, respondiendo de manera inteligente pero vaga a preguntas que ni siquiera había escuchado.
Himawari no estaba convencida de seguir hablando de lo mismo en ese momento. Las preocupaciones sobre si serían descubiertos, si los del exterior los encontrarían y los matarían, o si el enemigo encontraría una forma de provocar otra destrucción, no la tranquilizaban en absoluto.
Sumergida en una profunda impotencia, Himawari se asomó por la ventana, sintiendo que aquella no sería la última vez. Si Sumire-san ya no sería la misma, entonces ella tampoco lo sería.
En ese instante, Himawari deseó con todas sus fuerzas poder retroceder en el tiempo y pedir perdón una y otra vez frente al cuerpo desconocido de su madre.
"Es cierto... yo nunca cambié, nunca voy a cambiar. Papá no lo hizo, ni siquiera cuando se convirtió en Hokage. Y Mamá tampoco lo hizo, incluso cuando se convirtió en su esposa.
Mi tía, mi abuelo, mi tío Neji..."
Sin embargo, la mirada penetrante de Himawari detectó una dualidad en el silencio de Sumire. Detrás de la promesa de no cambiar, se ocultaba un secreto susurrado en la oscuridad.
Su corazón resonaba con la certeza de que había más que la aparente seguridad de aquel lugar solitario. Como una mariposa nocturna, Himawari se sentía atraída por la luz de un pasado que creía perdido, decidida a explorar los rincones más oscuros y desconocidos por sí misma.
En medio del silencio abrumador de la habitación, solo se oían las constantes preguntas e inquietudes de sus compañeros, como las de Eho, quien, a pesar de su temor, exigía respuestas. Lo veía como un insulto a su supuesta inteligencia, algo que Yuina a menudo consideraba carente de sentido.
Con nadie más presente, sus pensamientos se convirtieron en su única compañía en aquel espacio desolado.
Himawari, con la mirada perdida en el invisible horizonte, navegaba en el océano de sus recuerdos y deseos. La promesa de no cambiar resonaba en su mente, pero también sabía que había una verdad oculta, un anhelo latente que anidaba en su ser.
El tiempo pareció estirarse mientras Himawari se sumergía en su propio laberinto de pensamientos. Las sombras de la habitación se extendían, envolviéndola en una atmósfera cargada de misterio y determinación.
En ese momento íntimo y solitario, Himawari trazó su propio camino, desafiando las expectativas y las barreras impuestas. Su determinación era como un hilo invisible que la guiaba hacia la verdad que tanto anhelaba.
— Es cierto... Ellos nunca cambiaron.
Sarada se encuentra inmersa en una tormenta de arrepentimientos, especialmente por un acto tan simple como cerrar la puerta con llave. Esta acción desencadena una avalancha de pensamientos sobre las consecuencias de sus decisiones y el peso de la responsabilidad que lleva consigo ser una ninja.
Se cuestiona si sus elecciones pasadas, como haber sido una ninja responsable, han valido la pena, y reflexiona sobre la complejidad de discernir entre lo correcto e incorrecto en un mundo lleno de incertidumbre y conflictos morales.
Se pregunta quién tiene la razón y qué cualidades hacen a una persona merecedora del título de 'mente razonable'. La carga emocional de estas reflexiones la lleva a dudar de las decisiones tomadas por los adultos, y se pregunta quiénes son los verdaderos beneficiarios y perjudicados de sus acciones.
En última instancia, Sarada se enfrenta a una profunda introspección sobre su lugar en el mundo y el verdadero significado de la justicia y el sacrificio en su vida como ninja de Konoha.
— Sarada-chan. — Una voz rompió el silencio que envolvía la habitación. —
La sorpresa se reflejó en los ojos Ónix de Sarada mientras despertaba de su ensimismamiento. Un peso en sus brazos casi la hizo tambalear hacia adelante cuando fue interrumpida.
Se giró para identificar a la persona que la había llamado y reconoció a Tsubaki-chan. El nombre apenas salió en un susurro de sus labios, ya que sus cuerdas vocales apenas habían sido utilizadas en las últimas horas.
Tsubaki se acercó con pasos suaves, y Sarada notó que estaban en una de las habitaciones del escondite subterráneo. La Gran Anciana les había proporcionado el lugar para que las niñas pudieran cambiarse por separado de los demás, y Sarada se encontraba entre las últimas en hacerlo.
El cabello castaño de Tsubaki estaba ligeramente despeinado, aunque había intentado arreglárselo nuevamente después de que la flor que solía adornar su moño alto desapareciera durante el cataclismo. Sin embargo, ahora estaba sufriendo las consecuencias de no lavarlo desde que fueron invocadas al pasado. Al igual que Sarada, Tsubaki llevaba puesta la ropa más simple y cómoda que tenían disponible en el lugar, la misma que Sarada llevaba puesta.
Bajo su camisa de manga larga abotonada, Sarada llevaba un pantalón de pijama, mientras que sobre esta llevaba un suéter pálido que parecía estar hecho de tela reciclada. A pesar de que habían llegado con los mismos zapatos, la Anciana les había advertido que no los usaran durante la primera demostración que les haría.
Todos vestían de blanco, con algunos tonos de gris. Sarada escuchó a lo lejos a Wasabi comentar sobre los colores sombríos de la vestimenta de Iwabee. Al parecer, los más altos recibieron las telas que mejor les quedaban, casi del mismo color que las escasas prendas que llevaban puestas los hombres que entrenaban en un lugar cercano.
Ambas niñas se miraban, cada una con su expresión imperturbable. Sarada ya estaba familiarizada con las expresiones frías de su padre, mientras que Tsubaki parecía tener una serenidad innata en su rostro.
Ambas niñas permanecían en silencio, como si estuvieran esperando que cayera el otro zapato.
Finalmente, después de unos largos minutos, Tsubaki rompió el silencio.
— Estás muy callada. — Dijo, desconcertada. Sarada, un tanto sorprendida por el tema, emitió un sonido de duda en respuesta. — Pensé que serías la primera en aceptar la propuesta de la Gran Anciana. Pero...
Era evidente la razón de su desconcierto, y Sarada lo comprendió sin necesidad de explicaciones adicionales.
En una clara muestra de su comprensión, Sarada volvió a contemplar su ropa dañada. Durante todo ese tiempo, había estado perdida en sus recuerdos y pensamientos, sin prestar atención a su apariencia. Ahora, consciente de su estado y de ser el foco de la atención de Tsubaki, su expresión apenas cambió, mostrando solo una leve tristeza.
Sin embargo, Tsubaki sabía que esa expresión encerraba más que solo tristeza.
Observó cómo se fruncía su entrecejo de manera notable, cómo sus labios se curvaban en un ligero puchero, y cómo sus oscuros ojos parecían rememorar cada suceso vivido desde la primera vez que utilizó su diadema ninja para demostrar su lealtad.
Tsubaki, que no había nacido en Konoha, comprendía a Sarada.
Al igual que Sarada, Wasabi y Namida, Tsubaki se había esforzado por obtener esa diadema. Se había enfrentado a oponentes mucho más poderosos que ella y se había descubierto a sí misma en el proceso, comprendiendo que el mundo era mucho más grande de lo que había imaginado y que cada enemigo derrotado no era más que un peldaño en la escalera hacia desafíos aún más peligrosos.
Sin embargo, ella había resistido y había empuñado su espada con orgullo. Su familia, amigos y compañeros de entrenamiento la habían felicitado por su traslado a Konoha, y hasta su maestro de espada y las técnicas samurái habían dado su aprobación, considerándola digna de poseer y perfeccionar la técnica de la espada desarrollada con chakra, una habilidad reservada solo para los más competentes a los ojos del heredero de esa técnica.
Como la última samurái de su tiempo, Tsubaki había comprendido todo eso en cuestión de horas después de despertar y enterarse oficialmente y sin rodeos sobre su viaje al pasado.
Ella ya no se sentía parte de ningún lugar. Su maestro ya no la reconocía, sus padres ya no eran sus padres...
Y ella, junto con su maestro en este tiempo, eran los únicos que poseían esa técnica. Una técnica que debía proteger con celo si no quería poner en riesgo las vidas de los suyos.
Y sabía que no era la única que pensaba así.
Los sueños de muchos se desvanecieron con el cataclismo, pero se reafirmaron al conocer a la Gran Anciana.
¿De qué servía ser el ninja más fuerte de todos sin chakra?
¿Qué sentido tenía ser la primera Akimichi considerada genio y hermosa, si ni siquiera tu apellido sería reconocido?
¿Qué importancia tenía aspirar a ser Hokage si la aldea que querías nunca te reconocería?
Sus nuevas vidas comenzarían desde ese momento, lo que conllevaba la enorme responsabilidad de dejar atrás todo lo que los motivaba anteriormente. Ya no vivían en Konoha, la aldea que fue salvada por grandes ninjas junto con las grandes naciones. Ya no vivían en una era de paz y prosperidad. Ya no saldrían a jugar a las cartas ni a comer patatas mientras jugaban en las máquinas de videojuegos.
Ya no habrá más hamburguesas.
Ni sesiones de entrenamiento con los maestros.
Todo eso quedó en un pasado que ahora yace destruido en la expansión del infinito, reducido a simples recuerdos que apenas brillan en el rincón de la memoria. Ahora, la paz ha desaparecido y no les queda más opción que sobrevivir en estos tiempos de guerra.
Los ojos serenos de Tsubaki se perturbaron por un instante cuando un sonido seco resonó en la tranquila penumbra. Era el sonido de la ropa de Sarada, que había sido colocada con cuidado en un lugar específico pero poco selectivo, a pesar de estar ya dañada.
La Uchiha, privada del rojo que solía caracterizarla, retiró fríamente las manos de las prendas bien dobladas y se alejó para guardar en su mente esos últimos recuerdos de las prendas.
Los pantalones descansaban bajo su blusa, conservando únicamente el top negro de su antigua vestimenta debajo del pijama que llevaba puesto. Sus medias y calentadores de brazos estaban doblados a los lados, como una triste condecoración de lo que solía ser su atuendo.
La diadema roja de Konoha brillaba con un resplandor recién pulido, libre de cualquier rastro de tierra o arena de las batallas que Sarada había enfrentado. Estaba impecable, como siempre debía ser para ella.
— La abuela nos dijo que llenáramos nuestras manos de tiza... — Comenzó Tsubaki, observando cómo Sarada se acercaba lentamente hacia ella. — Antes tenemos que lavarnos las manos, y luego, con la tiza, se supone que nos mostraría qué hacer...
Los pasos de Sarada resonaban con cada vez más intensidad, inundando los oídos de Tsubaki, cuyas palabras se desvanecieron bajo la tensión creciente. Un leve hormigueo recorrió su cuerpo, erizando los vellos de su nuca y enviando escalofríos por su columna vertebral.
Permaneció inmóvil al notar la expresión apagada en el rostro de la portadora del Sharingan.
Sarada no solía comportarse así. Como Chunin, se suponía que era una de las más capaces de mantener la calma, incluso en situaciones adversas. Pero, para sorpresa de Tsubaki, la tensión parecía pesar más sobre los hombros de los Chunin, incluida Sarada.
— Sí. — Respondió Sarada cuando notó la incomodidad de Tsubaki. — Voy a unirme al resto.
— E-Está bien... — Balbuceó Tsubaki, observando cómo Sarada pasaba junto a ella. —
La figura de Sarada desapareció de su vista, y solo pudo escuchar sus pasos detenerse al llegar a la entrada del vestidor vacío. Tsubaki resistió la tentación de voltearse para mirarla, consciente de la necesidad de espacio y privacidad de Sarada en ese momento.
Mientras los otros niños esperaban a su nueva maestra con sus susurros al final del pasillo, los pasos lentos y perturbados de Sarada se desvanecieron en la oscuridad que rodeaba el vestidor.
Tsubaki tragó saliva cuando los pasos se perdieron, dejando solo el silencio melancólico de la soledad.
— Y bien, ¿qué opinas de todo esto, viejo? — Su pregunta resonó en el pequeño puesto, superando los sonidos habituales de la calle y de las personas que pasaban frente al modesto restaurante. —
Dentro del local, solo había tres personas, entre las cuales se encontraba el dueño.
El tercero, que había sido testigo de las fantasiosas divagaciones del joven rubio, permaneció sereno y aparentemente ajeno a la conversación. Aunque todo lo que había escuchado seguramente se convertiría en material para nuevos chismes en la aldea, optó por ignorarlo y pagó su tazón de ramen antes de marcharse sin decir ni una palabra de agradecimiento.
Un silencio pesado se apoderó del lugar, solo interrumpido por el suave sonido de los platos que la hija del dueño lavaba en la cocina mientras tarareaba una melodía apenas perceptible.
El señor a cargo del puesto de Ramen era el veterano Teuchi, el dueño de "Ramen Ichiraku". Mantenía las manos apoyadas en el mostrador, con la mirada clavada en el joven que había adquirido el título de "El Príncipe de la Palabrería".
El joven, aún sosteniendo los palillos con los que había acabado su tazón de ramen, notó el silencio persistente de Teuchi. Un ligero escalofrío le recorrió la espalda al darse cuenta de que el hombre no tenía intención de detener su mirada.
Teuchi, después de un sutil estremecimiento, se masajeó las muñecas, tratando de evitar el contacto visual directo con Naruto. El sudor empezaba a brotar en su frente, mientras Naruto lo observaba, sin percatarse de la preocupación que estaba generando en el hombre.
— ¿Qué pienso? — Dijo El Hombre. Naruto seguía sin percatarse del estado de Teuchi. — Bueno, um...
La actitud del hombre aún no era algo que destacara para Naruto, quien seguía mostrando una expresión de inocencia absoluta, ignorante de lo evidente.
El hecho de que Teuchi se mantuviera tranquilo y a la espera de alguna respuesta no calmaba sus preocupaciones. Luchaba por mantener la compostura frente al adolescente.
Era común escuchar tonterías de Naruto, incluso disfrutaba escucharlas junto con su hija. Sin embargo, en ese momento la situación había trascendido a algo que estaba más allá de su comprensión. Y lo peor era que mientras más preguntaba Teuchi, más evasivo se volvía el Uzumaki.
Pero eso no impidió que envolviera a Teuchi en una maraña de insistencia y apoyo constante.
Después de escuchar tantas tonterías sobre cosas imposibles, Teuchi comenzaba a preocuparse por Naruto, como lo había hecho desde que era un infante. Sabía que, como todo ninja, Naruto también corría el riesgo de verse afectado por las tragedias de la guerra, tal vez sin siquiera darse cuenta.
— Seguramente es eso... — Se dijo Teuchi para sí mismo, compartiendo una mirada con el joven Uzumaki, quien insistía en obtener un poco de comprensión. — La búsqueda de Sasuke debe de haberlo llevado a un punto de locura... pobre Naruto.
— ¿Qué le digo para que no se sienta mal? No quiero que piense que lo estoy tachando de loco...
— Oi, viejo. — Interrumpió Naruto, sacándolo de sus pensamientos. — ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
— Oh, Naruto...Lo siento tanto. — Se lamentó el dueño de Ichiraku con un brillo esperanzador en su rostro, que se transformó en una paz que contrastaba con su comportamiento anterior. — ¡Hazlo! ¡Si tu corazón te dice que continúes y ayudes a todos, obedécelo!
— ¿En... serio? — Los ojos de Naruto se entrecerraron, y después de un instante, se abrieron con el mismo brillo anticlimático. — ¿Tú también piensas lo mismo, viejo?
— ¡P-P-Por supuesto! — Afirmó el hombre vacilante, apretando el puño en un gesto de ánimo. — ¡P-P-Por lo que me dices, es seguro que las cosas van mal! ¿Qué más hay que hacer si no es prestar ayuda? ¡Sigue tus instintos, Naruto!
— ¡Si, Si! ¡A Eso me refería!
Los palillos fueron apartados a un lado mientras Naruto se sumergía en su propia grandiosidad, alimentada por las palabras del viejo Teuchi. Un brillo de lucidez iluminaba sus ojos azules mientras murmuraba para sí mismo, perdido en la cascada de ideas que brotaban en su mente. Mientras tanto, la sonrisa de Teuchi vacilaba, remplazada por una expresión de entumecimiento.
— He tenido varias ideas mientras comía, ¿Sabes? La razón principal por la que no avanzamos es porque la abuela Tsunade teme al peligro, ¡Pero, Pero! ¿Te digo una cosa? ¡Yo no le temo a nada de eso!
Naruto elevaba la voz a medida que divagaba, y Teuchi escuchaba atentamente como si su vida dependiera de ello. Cuanto más se adentraba Naruto en el punto de la incomprensión, más se alejaban las personas que asomaban las cortinas del puesto, retrocediendo cautelosas ante la ferviente pasión del joven. Quizás era simplemente por tratarse de Naruto, pero incluso Teuchi, quien lo conocía lo suficiente como para tener una idea de su poder, sabía que los aldeanos tenían sus límites con él.
Molestar al Naruto de ahora no era lo mismo que enfrentarse al Naruto de hace diez años.
Teuchi se estremeció notoriamente al escuchar aquella voz. Su gruñido firme detuvo a Naruto en seco, quien lo miró con la misma perplejidad que su hija.
El breve momento podría haber sido considerado cómico de no ser porque Teuchi era el único que comprendía algo que los otros dos no habían captado. Naruto lo observaba con los brazos cruzados desde su asiento, inclinando la cabeza ligeramente; mientras que su hija, justo a su lado, también inclinaba la cabeza, pero sin estar al tanto de la conversación entre los dos hombres.
Ella ignoró la reacción de su padre y continuó con el punto que había dejado pendiente. Sin embargo, al dirigir su atención a la persona frente a ella, el tema en su mente cambió de rumbo.
— ¡Ara! ¡Naruto-kun! ¿Cómo te ha ido? ¡Hace días que no te pasas por Ichiraku!
La jovencita, con su habitual expresión de alegría servicial, era Ayame. Hasta donde Naruto sabía, ella era la única familia que tenía Teuchi a su lado.
— ¡Ah! ¡Ayame-Neechan! — Naruto saludó cuando se dio cuenta de su presencia. — Verás... Esto... he estado ocupado con algunas cosas... ya sabes.
— Ah, entiendo. — Ayame asintió con comprensión. — Asuma-san... ¿Verdad? Es una verdadera lástima lo que le ocurrió.
Naruto dirigió sus ojos hacia Ayame, quien hablaba con evidente pesar en su voz. Su padre, a su lado, se reacomodaba tras la incomodidad previa que Naruto no había notado, y no tardó en expresar la misma opinión que su hija.
— Sí, y aún era joven. — Teuchi asintió mientras se cruzaba de brazos. — Todavía no puedo creer que ya no lo veremos más por aquí... Solía venir a esta zona de la aldea constantemente, invitando a su equipo a comer sin falta, al menos cada fin de semana.
Ayame se llevó una mano al pecho, escuchando con expresión afligida el lamento sereno de su padre. Asuma no solía frecuentar Ichiraku con regularidad, pero de vez en cuando disfrutaba de un descanso culinario diferente al que Chōji solía devorar con entusiasmo.
Y la mayoría de las veces, Asuma no venía solo.
— Han pasado pocos días... Y la aldea...
Teuchi se dirigió a su hija.
— Es lo normal, hija. No todos los días perdemos a uno de los mejores Ninjas de la aldea. — Dijo el anciano, reacomodándose en su puesto habitual en la cocina al otro lado del mostrador. — Sin embargo, ellos están mentalizados ya. No debemos llorarlos como víctimas de aquellos que se los llevaron; Lloremos por el tipo de héroe que se fue demasiado pronto.
Ayame pronunció el nombre de su padre con un orgullo apenas susurrado. El silencio que siguió, con el sonido del cucharón golpeando la olla metálica, indicaba que su comentario había sido recibido con el mismo amor con el que fue expresado.
Mientras tanto, el destinatario de ese mensaje dorado en el aire del caluroso aroma del ramen observaba su tazón vacío en un silencio nublado.
Naruto reflexionaba en su asiento, con apenas un rastro de caldo brillante en el fondo del tazón. En ese momento, se cuestionaba a sí mismo, junto con su valía como shinobi.
Su entrenamiento había sido interrumpido abruptamente por la trágica noticia sobre Asuma-sensei. Luego, se vio envuelto en los portales, y ahora... ni siquiera sabía cuándo podría retomar su entrenamiento.
Todos estaban ocupados con lo que estaba sucediendo. Y aunque le había asegurado lo contrario a Ayame y al viejo Teuchi, él mismo desconocía cuál sería su próximo movimiento, y su agenda estaba vacía.
Aunque, agradecía profundamente la belleza de la ignorancia plena de un civil. No era tóxica ni dañina para los Ninjas.
Mientras sigan creyendo que esos portales tienen que ver con la muerte de Asuma-sensei, mejor.
Viéndolos ahora, siendo solo ellos dos lo único que tenía el otro (Y lo poco que tenía Naruto), se daba cuenta de la importancia de ambos. Y no podía permitirse arriesgar la vida de ambos.
Él ya estaba mentalizado para morir. Pero un civil, ni siquiera tenía en mente aquel pensamiento.
Comer, Trabajar, Hablar con Amigos, Ir a la escuela...
¿Por qué le venía eso a la cabeza Ahora?, Si no estuviera absorto en sus pensamientos, hubiera negado notoriamente con la cabeza para sí mismo.
Cosas tan cotidianas como esas, eran el pan de cada día de civiles como Ayame y Teuchi.
Pero, ¿Por qué tanto énfasis?, Su cabeza no cesaba el dar vueltas con aquel plano en medio.
Familia, Niños, Hermanos y Hermanas...
— ¡Alguien que estuvo solo todo el tiempo, jamás entendería por lo que estoy pasando! — Sasuke le dijo eso una vez. —
En ese momento, un joven Naruto aceptó ese hecho con pesadez y amargura. Creció solo, sin nadie a quien llamar hermano o con quien abrazarse después de salir de la Academia. Nadie lo esperaba en casa, y todo se mantuvo igual en su vida desde entonces.
La mirada de Sasuke, que por aquel entonces no era más que la de un preadolescente, estaba llena de melancolía y desesperación. Sus ganas de simplemente desaparecer de la faz de la tierra, y ser olvidado, eran notorias. Es posible que esa fuera una de las muchas sensaciones que se manifiestan al quedarse solo en un mundo inmenso.
Las espaldas de la familia Ichiraku fueron vistas por sus ojos azules.
Que uno perdiera al otro, sería lo mismo que si Naruto perdiera a ambos.
Él no quería que alguien sufriera lo mismo que Sasuke. Incluso se tomó el atrevimiento de minimizarse, y poner frente al juicio justiciero, el dolor de su viejo compañero. Sasuke sólo fue víctima de una mala jugada de un mundo que pudo haberse construido de otra manera.
El habitual tono servicial y alegre del viejo de Ichiraku fue como un cántico que apaciguó todo a su alrededor. Las aguas que inundaban su mente se disiparon cuando Teuchi preguntó por el pedido del cliente, justo después de preguntarle cómo estaba. Aunque la voz de ese dichoso cliente aún no fue recibida por los oídos de Naruto, la extrema confianza y la enorme sonrisa de Teuchi lo hicieron voltear.
Se trataba de nada más y nada menos que de su antiguo maestro de Academia: Iruka Umino. Su apariencia no era mucho más vieja que la de Naruto, pero tampoco era muy mayor.
No fue hasta que gozó de su presencia al sentarse a su lado izquierdo, que reafirmó la belleza plena de su compañía en toda su vida en la niñez. Junto con la familia Ichiraku, Iruka-sensei era de las personas más allegadas a Naruto.
Alguien a quien fácilmente podría llamar hermano, pero que evitó hacerlo en toda su infancia dada a la costumbre del honorífico. Sin mencionar que sería vergonzoso para él e inesperado para Iruka.
Tragó saliva ante aquel pensamiento, mientras su sensei le palmeaba la espalda en señal de cercanía. No se veían desde el funeral de Asuma-sensei.
— ¿Cómo te va, Naruto? ¿Te está yendo bien? — Preguntó su antiguo profesor, sonriéndole tal y como Naruto lo hacía. —
Le había enseñado lo más básico que se le podría enseñar a un niño huérfano, acunado por las calles que en sí eran como sectas odiosas en su contra.
Naruto le devolvió la sonrisa.
— ¡Hm! — Asintió el Uzumaki, permitiendo que Ayame rellenara el segundo tazón que siempre solía pedir. — Las cosas con mi entrenamiento están pospuestas... ¡Pero...! ¡Estoy seguro de que no tardaré en regresar a tierra!
— Es bueno escuchar eso. ¿Y Sakura? ¿Cómo ha estado? — Iruka separó los brazos del taburete cuando Teuchi le facilitó su pedido. — Las cosas en tu equipo, ¿van bien?
— ¿Um? ¡Ah! ¿Sai? ¡Para nada! ¡Nada de eso! — Naruto hizo un ademán, como si espantase a una mosca que revoloteaba encima de su ramen. Iruka enarcó una ceja cuando malinterpretó aquella acción. — Sakura-chan y Sai se llevan bastante bien. Incluso más de lo que hubiera querido.
Iruka no pudo evitar soltar una corta carcajada.
— ¿Entonces es así? Como se esperaba. Los problemas entre ninjas se resuelven muy rápido cuando se comparten misiones.
Mientras Iruka-sensei separaba sus palillos para disfrutar de su primer sorbo del ramen recién hecho, Naruto repasaba mentalmente los acontecimientos referenciados en las palabras de su antiguo profesor.
Resulta que, hace apenas unas semanas antes de la reaparición de los Akatsuki, el equipo Kakashi había sido enviado en una misión de búsqueda y rescate. En realidad, no era nada fuera de lo común; simplemente se trataba de maleantes temidos por los aldeanos de la zona, quienes habían secuestrado a la hija del líder de la villa.
No hubo mayores problemas, y Naruto los había mandado a volar con su poderoso (aunque no más que el suyo) Rasengan.
El problema surgió en ese momento, cuando por un segundo perdió de vista a Sakura. Y se agravó cuando recibieron los agradecimientos del pueblo y fueron despedidos honorablemente del lugar. Lo sabía porque el rostro de Sakura-chan se fruncía cada vez más cuando su nombre era mencionado.
Se enteró después (gracias a Sai) de que Sakura no se sentía bien desde que salieron de la aldea. Su comportamiento era ajeno a las conversaciones que Naruto intentaba entablar en el camino, y sus expresiones parecían indicar una preocupación latente (según Sai).
Naruto no confiaba en la gente ignorante ni en los libros antiguos, y mucho menos si Sai citaba algo sacado de un tomo olvidado en la última repisa de la biblioteca más antigua de la aldea.
Pero, como si los dioses estuvieran poniendo a prueba su valía como amigo, fue apartado con amabilidad cuando cuestionó el bienestar de Sakura.
Ese día, Naruto había regresado a casa con una prominente protuberancia en la cabeza, que palpitaba dolorosamente cada vez que rozaba la almohada. En los siguientes días, su presencia era ignorada cada vez que se acercaba a Sakura.
Un golpe tras otro, o simplemente una mirada que lo hacía retroceder a su hogar. Nada funcionaba.
No fue hasta un almuerzo habitual en Ichiraku que Ayame levantó el dedo, como si hablara a un niño, y le recomendó no insistir más en el tema. Por supuesto, Naruto no lo hizo hasta que fue demasiado tarde.
Estaba preocupado, y Sakura no había sido vista en ningún otro lugar. La última vez que la vio fue durante los días de compras en el mercado, donde fue cruelmente rechazado.
Cuando Sakura lo vio parado en su puerta, su rostro estaba más pálido que el papel. No estaba seguro si estaba perturbada o molesta, pero ahora sabía que su presencia en ese momento no era bienvenida.
¿Qué le habría hecho Sai en la misión para ponerla así? Naruto estaba tan indignado que desestimó las explicaciones de Sai y mantuvo al joven ajeno a este problema entre viejos amigos. Después de todo, Sai no era hábil con las mujeres, y mucho menos con alguien de un carácter tan fuerte como el de Sakura.
A pesar de sus esfuerzos, Naruto no pudo descubrir por sí mismo qué le había ocurrido a Sakura. Sin embargo, Shizune le aseguró que todo estaba bien y que solo había sido un mal momento en su salud.
Maldito Sai. Siempre exageraba las cosas cuando se trataba de Sakura. Ella era muy fuerte, capaz de enfrentarse a cualquier cosa, y, además, siendo una ninja médico, podía cuidarse sola.
No había necesidad de tanta preocupación.
Iruka, recordando el llamado de auxilio de Naruto, esbozó una sonrisa nerviosa mientras se acomodaba en su asiento para disfrutar de la comida en compañía del joven ninja.
— Qué complicación... Por cómo van las cosas, parece que tu entrenamiento no está a la vuelta de la esquina. — El moreno compartió la preocupación del tema con Naruto. —
El rubio solo resopló, sumergiendo los labios en el tazón y bebiendo tanto como podía del caldo del ramen.
El chunin suspiró profundamente mientras levantaba la mirada hacia el techo, como si buscara encontrar respuestas en algún lugar más allá de lo visible. Iruka era perspicaz en sus pensamientos dispersos, tratando de encontrar la mejor manera de abordar el tema que lo había estado molestando desde que salió el sol esa mañana.
El único obstáculo en su camino eran las dos personas que, como siempre, estaban dedicadas a sonreír y servir amablemente a todos los que tenían el privilegio de entrar en su restaurante.
El sonido de los platos chocando llenó el espacio por un momento más, hasta que Iruka pudo asegurarse de que él y Naruto serían los únicos clientes por ahora.
— Cuéntamelo. — Susurró el Chunin en un tono suave, mientras observaba las espaldas de la familia Ichiraku. Naruto se estremeció a su lado. — Solo unos pocos sabemos la verdad, y he escuchado gran parte gracias a Tsunade-sama. Pero no quiero creerlo del todo hasta que lo escuche de ti.
El ninja rubio se quedó estático, con el tazón de ramen aún en sus manos. Al colocarlo silenciosamente en el taburete, sus ojos se quedaron absortos en el tazón vacío y tibio. Tragó saliva, dejando atrás el agradable sabor a ramen para expresar meticulosamente lo que había estado pensando desde que interrogó a Teuchi unos minutos antes.
— Iruka-sensei, yo... sinceramente, ya no sé qué pensar. Todavía estoy reflexionando si todo lo que vi allá abajo era real.
— Sí. — Ambos dejaron un silencio en medio cuando Ayame vino a llevarse el segundo tazón de Naruto. — No es tan sorprendente que una villa entera, increíblemente grande, se mantenga oculta. Pero lo que había debajo... era aún más increíble.
— He escuchado algo de Tsunade-sama. — Le devolvió el susurro Iruka. — Según el Rey, guarda muchas cosas debajo de su residencia, ocultas del mundo para que nunca sean descubiertas.
— Así es. — Asintió Naruto, mirándolo de reojo. Pero vaciló cuando pareció recordar algo y volvió a mirar al frente. Los nervios ante lo desconocido se manifestaron en su rostro. — Había muchas cosas, pero lo más llamativo era ese pergamino. Estaba fuertemente protegido, y no parecía peligroso hasta que reveló su forma original...
Kakashi-sensei los puso al tanto del relato del Rey Saturo mientras viajaban desde Trozani. Aunque Kakashi-sensei no entró en detalles, sus afirmaciones, acompañadas de su expresión serena, fueron suficientes para hacer que Naruto tragara saliva profundamente.
La historia del rey fue breve para él, pero sus oídos y mente captaron la narrativa fantasiosa del pergamino. La historia de su origen y cómo se juró protegerse de ojos y corazones impuros.
A Naruto le costaba entender el concepto de "pureza mental" y "alma sabia". Sai lo había explicado de manera complicada, pero menos que Kakashi-sensei.
Al igual que un Hokage, el Rey de Trozani tenía la obligación de proteger a todos, con su mente y alma dedicadas a las personas. Esto significaba siempre mantenerse neutral. A diferencia de un Kage, que vela de muchas formas (política y moralmente), un Rey en Trozani no podía favorecer a una población sobre otra, ni perjudicar a las personas a las que protegía.
Aunque fuera cierto o no, Naruto optaba por darle el beneficio de la duda al Rey, si es que lo de los portales y el viaje en el tiempo resultaba ser real. Iruka lo escuchaba atentamente, siendo cuidadoso de no levantar las cejas frente a la familia Ichiraku. No quería rechazar su atención, ya que eran bastante amables, y Iruka no quería pedirles privacidad en un restaurante público como ese.
Entre los dos, surgió un silencio. Por supuesto, nadie creería la historia de un pergamino que trajera personas del futuro. Pero nadie tenía más opción que hacerlo si su Hokage lo creía. Tsunade tenía la prueba en sus manos y la posibilidad de volver a contactar con el único testigo vivo de la creación de aquel pergamino. El futuro era incierto para ellos en ese momento.
— ¿Qué planeas hacer ahora, Naruto? — Preguntó Iruka con una pequeña sonrisa, mientras el rubio lo observaba desde el perfil de su antiguo profesor. —
— ¿Eh? — Naruto se sorprendió ante la pregunta. —
Iruka mantuvo su sonrisa y continuó:
— No te quedarás de brazos cruzados, ¿verdad? Todo esto es muy confuso... y hasta la academia se ha pospuesto hasta nuevo aviso por orden de Tsunade-sama.
Los ojos de Naruto se abrieron de par en par ante la perspectiva.
Todo lo que ha sucedido en estos pocos días ya está afectando las vidas de la gente en la aldea.
No solo a aquellos que fueron heridos por los portales, sino a todos. Las personas pueden sentirse amenazadas constantemente, lo que puede ser una tortura cruel para aquellos civiles que son incapaces de defenderse o de ejecutar algún jutsu.
Desde que dejó atrás la torre Hokage, Naruto sintió la misma sensación que cuando era un niño: cuchicheos, miradas de reprobación y pedidos de silencio. Pero se dio cuenta de que él no era la razón de esos cuchicheos.
Los civiles ya se habían dado cuenta del descontrol en la aldea, era evidente. Y eso afectaba a los ninjas de manera diferente. Los civiles temerosos eran un arma afilada para los ninjas.
— Te conozco. — Dijo Iruka, haciendo que Naruto se encogiera en su asiento. Se sentía como si estuviera viendo su reflejo mientras Iruka hablaba. — Eres un joven muy curioso. No haces excepciones cuando se trata de interactuar con la gente. Eres igual con todos. Si el mundo se estuviera derrumbando y toda esta locura resultara ser verdad... estoy seguro de que serías el primero en actuar.
— Iruka-sensei... — Murmuró Naruto, saliendo apenas de su perturbación y abriendo enormemente los ojos. — ¿Qué está pasando aquí? ¿Ha ocurrido algo? — En su mente, se formaba un escenario. — ¿La abuela Tsunade te ha dicho algo más? ¿Algo que yo no sepa?
El rubio se llevó ambas manos a la boca al darse cuenta del volumen de su voz. Escudriñó el restaurante con la mirada, manteniéndose tan quieto como una cucaracha descubierta. Se había olvidado por completo de que no estaban solos.
Sin embargo, Iruka no cambió su expresión. No mostraba tristeza, pero su sonrisa claramente reflejaba decepción. Observaba sus manos con una soledad en sus ojos, a pesar de estar rodeado de gente, incluso si esta estaba fuera del restaurante.
La melancolía se apoderó de su semblante y soltó las palabras sin preocuparse por si la familia Ichiraku los escuchaba, ya que un hombre había entrado con su hijo y estaban ocupados atendiéndolos.
— El miedo ha generado alarma en la aldea. — Comenzó Iruka. — Nuestra obligación es eliminar la fuente de ese miedo, y para lograrlo debemos investigar más sobre esos portales y el pergamino. Muchas familias han sido afectadas, y el precio a pagar por la demora podría ser mortal en el futuro.
Naruto estuvo de acuerdo con esas palabras, pero no intervino en el relato de Iruka-sensei. Había algo en él que indicaba claramente que la conversación tomaría un rumbo distinto, y que Iruka-sensei no había venido a Ichiraku solo para hablar con Naruto.
— Esas personas... seguramente tenían a alguien preocupado por ellas. — Dijo el moreno. — La mayoría de ellas eran irreconocibles, ni siquiera se sabía su sexo hasta las primeras autopsias apresuradas que ordenó Tsunade-sama. Pero, esa vez... cuando nos ordenaron recoger asistencia para todos los que cayeron, no pude evitar las náuseas. Y extrañamente... sentí mucha rabia.
— ¿Rabia? — Preguntó Naruto. —
El silencio se prolongó hasta que Iruka dejó de sonreír. Fue entonces cuando un escalofrío recorrió los dedos del joven.
— Entre los escombros a los pies de las torres de vigilancia, había varias personas invocadas desde los portales. — Reveló Iruka. — Pero por la cantidad de personas que se encontraban fuera de las torres más altas... nos dejaron sin palabras. Casi parecía como si hubieran sido invocadas mientras se escondían en las torres. Tsunade-sama nos contó... y tienen la sospecha de que, si ese pergamino te lleva al pasado, entonces, esas personas...
Él había escuchado sobre eso de Kakashi-sensei, y fue uno de los temas de conversación cuando se reunió con sus amigos.
El tiempo no ofrecía respuestas, y era verdaderamente incierto. Claro, esto no lo sabía el Uzumaki. Él era más de vivir en el presente y construir para el futuro. A Naruto nunca se le pasaría por la cabeza que todo su futuro ya había sido construido. Indirectamente, de alguna forma u otra, solo este problema con el pergamino dejaba como ganador al Neji de hace tres años.
Y que el futuro existiera de manera tan presente lo ponía nervioso. Era como la sensación de tocar una piedra espacial, algo que estaba muy por encima de la accesibilidad humana. Pero esto no era una piedra inanimada. Eran personas, víctimas de una destrucción completamente desconocida ahora. Y que, si era del futuro, todavía existía la duda de cuál era o sería el origen de esa destrucción.
Era un enigma que trascendía el espacio-tiempo.
— Kakashi-san me lo dijo. — Contó Iruka. Naruto agudizó su oído. — Que esas personas posiblemente eran de una Konoha de alguna parte del tiempo.
El rubio simplemente se quedó frío, mientras el Chunin tomaba un poco de agua para dejar salir las palabras que lo habían estado ahogando estos últimos días.
— Huían. Ellos huían temerosos de perecer, tal y como no queremos que suceda con las personas de la Aldea. Puede que suene tonto decir esto, pero... esas personas, seguramente tenían mucho miedo. No había ninjas uniformados entre los cadáveres, así que cabe la posibilidad de que el esconderse fuera su última esperanza antes de ser succionados por los portales que acabarían con sus vidas. Tal vez esté siendo muy comprensivo con la situación, y quizás sea contraproducente preocuparme por ellos. Pero...
"Esa mujer junto con los tres niños, habrían estado esperando a alguien que fuera capaz de destruir ese miedo que ya había triunfado.
Pudieron haber llegado primeros a la torre.
Habrían ascendido hasta ver toda la aldea, y haber peleado por un lugar cuando se amontonó más gente.
Pero cuando los portales aparecieron, ya no había vuelta atrás. Los expertos de la aldea documentaron sus muertes como "inmediatas", gracias al amontonamiento y la incapacidad de escapar.
Creo firmemente que sufrieron.
Los rostros de esas personas, el estado de sus cuerpos y los lugares en los que fueron invocados.
Todo me indica lo contrario."
— El dolor físico rara vez es el más agónico. Incluso en una muerte rápida, nada asegura que no hayan sentido terror en sus últimos momentos. Mujeres, niños, ancianos y hombres... todos ellos temieron hasta que fue demasiado tarde.
Naruto miró fijamente el rostro de Iruka-sensei, sin pestañear. Estaba asombrado, escuchando las profundas palabras del hombre. La atención de Iruka hacia las personas era muy compleja, incluso si esas personas eran ajenas. Era demasiado gentil, siempre pensando en los demás antes que en él mismo.
Pero esto superó la estima que Naruto tenía por él. Aunque se sentía orgulloso, era incapaz de articular palabra alguna.
Estaba sumergido en pensamientos, visualizando los escenarios que Iruka había planteado. Y fue sumamente impactante para Naruto.
¿Madre e hijos? Naruto solo había escuchado sobre la presencia de hombres entre los cadáveres; jamás había oído mencionar a otras víctimas...
— Ni una palabra de esto a nadie que no esté por encima del rango chunin permitido. — Recordó las palabras de Tsunade cuando los recibió al amanecer. — No necesitamos más revuelo entre los civiles.
Las palabras quedaron quemadas en su mente.
La voz de Iruka-sensei fue como una brisa fresca. Sus ojos se encontraron, creando un momento inexplicable para Naruto. Era como si el tiempo se detuviera y su antiguo profesor le encomendara una tarea que solo él podía cumplir.
— Los ninjas estamos mentalizados para morir. Morir por aquellos que no pueden defenderse. — Le dijo Iruka. — El mundo es vasto y, como puedes ver, incluso bajo tierra hay muchas cosas que desconocemos. Algunos eligen cómo morir, mientras que otros no tienen opción. ¿Qué elegirías tú?
Naruto guardó silencio. ¿Cómo respondería a esa pregunta?
Su yo habitual habría respondido con algo como: "¡Lo que sea! ¡No moriré hasta convertirme en Hokage!"
¿Realmente era él mismo en este momento? ¿Cómo podía estar seguro de que lo que estaba ocurriendo no era una consecuencia de lo sucedido?
Naruto comenzó a pensar demasiado, algo que definitivamente debería haber evitado. Reflexionó sobre las palabras de Iruka mientras contemplaba su sueño de convertirse en Hokage.
Sin embargo, no necesitaba ser Hokage en este momento para hacer las cosas bien. Solo tenía que ejecutar sus acciones de manera correcta. Aun así, lo que Iruka-sensei le había dicho sembró una nueva duda en Naruto.
Mientras su gente corría peligro, otros ya no tenían una segunda oportunidad. Cada acción desencadenaba una reacción que, aunque no fuera intencionada, podía resultar perjudicial para otros. Aquí, Naruto se encontraba ante otro dilema.
¿Cuál era el verdadero camino del bien?
¿Debería aspirar a convertirse en Hokage y proteger a los suyos? ¿O ser un ninja que protegería a todos, incluso a aquellos que ni siquiera eran de su tiempo?
Atrapado en su indecisión, Naruto se sorprendió al ver la humilde risa de Iruka.
— Todavía eres muy joven, Naruto. ¡Tienes mucho tiempo por delante! Estoy seguro de que tu futuro aún es incierto, pero brillante. Y ese brillo contagiará a los demás.
— ¿De verdad cree eso, Iruka-sensei?
— Por supuesto. Te conozco. — Respondió Iruka con una chispa de alerta en sus ojos, como si hubiera recibido un mensaje a través de ellos. — No abandonarías a ninguna persona que necesite ayuda. A nadie. ¿Verdad, Naruto?
Pasaron varios minutos antes de que Naruto finalmente asintiera.
Aunque no estaba en desacuerdo con Iruka, Naruto se encontraba sumido en una profunda reflexión. Con esa posibilidad, el deber se extendía más allá de lo que podía visualizar. Sus amigos, seres cercanos, personas de la aldea, aliados, gente común... La lista parecía infinita y abrumadora.
Un escalofrío recorrió su espalda, erizando los vellos de su nuca. La realidad de lo que antes eran solo relatos ficticios y poemas del Viejo Hokage ahora se imponía como una preocupación real.
Entre la sensación de compañía que lo rodeaba, algo tan sutil como una brisa primaveral pasó por su espalda. Su cabello rubio se movió ligeramente, acariciado por esta presencia fugaz, y volvió a la realidad cuando la sensación se desvaneció.
Una calma vacía lo envolvía. No era pacífica ni temerosa, pero despertaba sus sentidos, como si estuviera a la espera de algo incierto que nunca llegaba, desafiando sus defensas debilitadas.
Un impulso lo llevó a voltearse, y aunque lo hizo sin disimulo, no atrajo la atención de nadie.
Las personas en el restaurante no parecían percatarse de la incomodidad de Naruto, y Iruka parecía estar inmerso en una conversación con Teuchi. La respiración del joven empezaba a agitarse por sí sola, y sus pulmones dolían.
Una voz interior le gritaba, pero aún era ajena a su ser.
Abrió los ojos a su entorno, viendo las cortinas de Ichiraku frente a él. Cuando se dio cuenta de los segundos que había dejado pasar antes de responder al llamado, se volvió hacia el taburete. El sudor corría por su rostro.
Teuchi lo observaba con los brazos cruzados y su expresión característica. Mientras tanto, Iruka descansaba el brazo en el taburete, arqueando una ceja.
— ¿Eh? — Fue lo único que pudo articular Naruto en respuesta a Teuchi. —
El hombre lo apuntó con el cucharón, obligando al joven a inclinarse hacia atrás.
— ¡Todas esas metáforas sobre comprensión y amistad no eran más que excusas para que te regalara los tazones! ¡¿No es así?! — Exclamó Teuchi. Luego, se arremangó la camisa en un gesto defensivo. — ¡No escaparás tan fácilmente! ¡Eso es aprovecharse demasiado de un viejo amigo!
— ¡¿Eh?! ¡Yo, yo, yo...! Espera...
Iruka sonreía nerviosamente e intentaba calmar los ánimos del viejo Ichiraku, mientras Naruto buscaba frenéticamente en sus bolsillos.
Desde las calles, se escuchaban las constantes súplicas de Naruto, ahogadas por los gritos más fuertes de Ayame, quien rogaba por clemencia para el joven Uzumaki frente a los puños de su padre.
Mientras tanto, los pasos tranquilos de una jovencita pasaban desapercibidos en las calles, que todavía estaban algo inquietas. A pesar de los rumores y comentarios sobre el caos en el interior del Ramen Ichiraku, la niña caminaba con determinación, esquivando a las personas que se cruzaban en su camino.
Cuando se daba cuenta de que era una molestia para los demás, se apartaba sin necesidad de interactuar con desconocidos.
Pero en medio del ambiente bullicioso del lado civil de la aldea, la niña detuvo su paso al llegar al final de su recorrido. Sus sandalias ninja, gastadas y llenas de polvo, destacaban entre los zapatos de los civiles que la rodeaban.
Rebuscó en sus bolsillos y ocultó su desilusión con un puño apretado que escondía las pocas monedas que tenía.
— Ro-san y Hinoko-san me dieron algo de dinero, pero no es suficiente... — Pensó la niña. Su puño cerrado escondía las escasas monedas. — Tenemos que gastar sabiamente antes de poder ganar algo por nosotros mismos... Tengo que administrar los gastos.
— Bienvenido, bienvenido.
La voz temblorosa la hizo girarse.
Entre los numerosos puestos del mercado, una anciana saludaba a los transeúntes. Aunque su mercancía era escasa, el irresistible aroma del pan que horneaba llenaba el aire. Sus ojos, entrecerrados por la edad, parecían mirar hacia el infinito.
Sumire se detuvo, sorprendida por la familiaridad del lugar.
Aunque no había estado muy presente en esos momentos recientemente, recordaba con claridad los días en que asistía a la Academia. Recordaba cómo, no muy lejos de allí, se reunía con sus compañeros de clase para pelear entre ellos, lo que a menudo arruinaba las reuniones.
En aquel entonces, la guerra entre hombres y mujeres era algo común.
Con el violeta de sus ojos oscurecido por la intensidad de sus pensamientos, Sumire habló en silencio a su corazón.
Lamentablemente, su voz interna pasó desapercibida para el mundo que la rodeaba, incapaz de escuchar el sufrimiento de su alma herida.