— ¿Fuiste tú? — Preguntó el hombre con creciente furia. — ¿Fuiste tú quien lanzó ese Shuriken?
— ... ¡Gh! — Sarada apenas pudo responder, reafirmando su dominio sobre los Shuriken. —
— Ya veo. Así que eso es lo que buscas.
El hombre de cabello azul se limpió la sangre de la mejilla con el antebrazo, interpretando el ataque como el inicio de un combate.
— ¡Mirai-san, retrocede! — Gritó Tsubaki a su lado. —
Recuperando la compostura, Mirai extrajo una de sus cuchillas y se agachó, preparada para defenderse del próximo ataque.
El segundo hombre, armado con agujas, era igualmente peligroso que su compañero. Mirai frunció el ceño, consciente de que si una de esas agujas la alcanzaba, quedaría inmovilizada.
En un rápido movimiento, giró sobre sus pies y lanzó una patada al enemigo para ganar algo de tiempo.
— ¡Entendido! — Respondió el moreno con determinación, sacando su barra con firmeza. —
Mirai y su adversario intercambiaban golpes, con él tratando de clavar las agujas en el cuerpo de la Chunin. Sin embargo, ella aprovechó su segunda cuchilla para cortar las agujas con precisión, el sonido metálico resonando en el aire.
Por otro lado, Iwabee golpeó el suelo con su barra, haciendo que una roca se formara en la punta. Con movimientos coordinados, lanzaba las rocas hacia el enemigo, pero este las esquivaba con facilidad. Era como si estuvieran ejecutando una coreografía improvisada, cada movimiento calculado y fluido.
La estampida de niños logró esquivar al primer hombre gracias a la rápida distracción de Iwabee. Todos tenían un objetivo claro: estar lo más cerca posible de su capitana.
Como última ruta de escape, Iwabee detuvo momentáneamente el lanzamiento de rocas y golpeó el suelo con su barra, haciendo que una base de roca se levantara y lo lanzara por los aires.
Su contrincante, con los antebrazos en alto, observó desde abajo cómo el moreno daba dos vueltas en el aire antes de aterrizar al otro lado, junto a su equipo.
— ¡Apártense de Mirai-san!
Wasabi no esperó instrucciones adicionales y sacó su propio pergamino de invocación de su bolso shinobi. Con movimientos rápidos, hizo el llamado de su habilidad, y la presencia de la bestia ya se reflejaba en sus ojos llenos de ira.
La joven Chunin se lanzó en cuatro patas hacia el hombre de cabello oscuro, quien se sorprendió por el ataque pero logró esquivarlo en el último momento.
Ahora eran dos contra uno, y una de ellas era una niña mitad gata que utilizaba sus propias uñas y furia para infligir daño al enemigo.
Después de uno o dos minutos de lucha, los movimientos del enemigo se detuvieron repentinamente.
El hombre se retorció de pie mientras Mirai y Wasabi se alejaban de él de un salto. Bajo sus pies, una sombra se extendía hasta perderse entre el grupo de niños.
Allí se encontraba un joven del clan Nara. Mirai lo reconoció por la habilidad tan característica de su clan, además del sello de mano que se solía hacer en esa posición para incrementar la sombra bajo el cuerpo.
— Así que son de Konoha. — Soltó con esfuerzo el azabache. —
La atención del hombre fue interrumpida por un grito proveniente de la retaguardia del escuadrón. Mirai se giró con ambas cuchillas en mano y se estremeció al ver la escena.
Iwabee yacía en el suelo, apenas moviéndose, mientras que a unos metros frente a él se encontraba el primer hombre. Su rostro alargado y cabello azul brillaban en la nueva oscuridad, mientras la arena se levantaba del suelo.
Tenía a Sarada, pasando su brazo justo por encima de su cuello y apretándola fuertemente mientras la levantaba del suelo. La única Uchiha intentaba zafarse de su agarre, buscando desesperadamente aire entre los gritos de sus compañeros.
— ¡¡Maldito!! ¡¡Suelta a Sarada!!
El gruñido de Boruto resonó en todo el desierto. Su rabia contenida, junto con el dolor de haberlo perdido todo, había explotado. La persona que había crecido con él y había compartido su desgracia estaba siendo ahogada por un brazo poderoso.
Sin embargo, a pesar de su rabia desbordante, su cuerpo no le respondía. Tenía claro lo que quería hacer: saltar sobre ese hombre y estrangularlo con sus propias manos. Pero sus piernas temblaban ante la visión de los ojos malignos del hombre.
Esos ojos, eran los mismos que los de toda la gente en la aldea. Una sed de sangre injustificada.
Sarada jadeó con fuerza, resistiéndose al agarre. Fue una advertencia clara para aquellos que se atrevieran a dar un paso más.
Boruto fue uno de los que retrocedió con temor. La pérdida repentina de un compañero seguía siendo una pesadilla viviente que lo acechaba desde las sombras.
¿Qué podía hacer él? Ver el rostro angustiado de Sarada partía su alma en dos. Su pecho se desgarraba al ver cómo la niña, aún luchando contra el agarre, abría sus ojos en su dirección.
Un color Ónix, cuyo brillo se desvanecía al fusionarse con los recuerdos de Boruto. La aldea en llamas surgía en su mente de repente, y la figura de su tío Sasuke se presentaba como si fuera un sueño apocalíptico.
Los labios de su maestro se movían, recordándole las palabras que se habían grabado profundamente en la mente de Boruto.
¿Cómo podría cumplir esa promesa si ni siquiera podía moverse ahora?
— ¡Destruyámoslos aquí y ahora! — El joven de cabello oscuro gritaba, luchando contra el control de la sombra de Shikadai. — ¡Su uniforme no es el mismo que el de Konoha! ¡Pero son de ahí, no hay duda! ¡Son otra anomalía!
El ojo izquierdo de Mirai no perdía de vista al hombre de cabello oscuro. Su iris se estrechaba, captando cada detalle con atención.
En cuestión de segundos, Mirai puso en práctica una de las lecciones más importantes que había aprendido: analizar al enemigo.
Repasó mentalmente los eventos recientes.
— Una pregunta. Una incertidumbre frente a lo inesperado que interrumpió un objetivo claro.
Mirai cerró los ojos, repasando las pistas y estudiando los movimientos y palabras del enemigo.
"Son solo unos mocosos. Andando, tenemos trabajo qué hacer"
— Subestimación. Una orden. Confirmó sus sospechas y continuó la búsqueda de su objetivo.
Como si el mundo a su alrededor se ralentizara, Mirai aprovechó el impulso de su pie izquierdo. Inclinó su cuerpo hacia adelante, manteniendo el equilibrio mientras se preparaba para correr.
Cada zancada que daba resonaba con fuerza, marcando cada detalle que había observado en las conversaciones de los hombres.
"¿En serio eres de Konoha?"
— Una amenaza. Confirmación de su origen.
"No te reconocí por esa cosa fea que llevas puesta. Los uniformes de Konoha suelen ser más llamativos."
— Una descripción. Diferencia entre su atuendo y el estándar de Konoha. "Los Uniformes de Konoha no son así".
— Anomalía... algo que no encaja.
La presencia de Mirai se fusionó con el ambiente. La arena se elevaba del suelo, obstruyendo la visión. Con maestría en el control del viento, Mirai no apartó la mirada de su objetivo mientras avanzaba sobre la arena.
Actuó con rapidez. Cuando vio al enemigo apretando su agarre sobre Sarada, Mirai lanzó una de sus cuchillas con precisión.
El arma chocó contra la daga del enemigo, resonando metálicamente, y se clavó en la arena, lejos de Mirai ahora.
Aprovechando la mínima oportunidad mientras el enemigo se reajustaba tras el choque, Mirai se lanzó hacia adelante.
Mirai se aproximó al enemigo, agachándose ágilmente y girando sobre sus pies para esquivar otro golpe de su arma. Esta vez, utilizó sus antebrazos como escudo para proteger su rostro, posicionándose ahora a un lado del enemigo, lista para contraatacar.
— Esta gente sabe quiénes somos. Nos llaman "Anomalía". Podrían haber estado aquí buscando a personas como nosotros.
Una explosión de arena a pocos metros de distancia captó la atención de todos. La potente detonación los hizo tambalearse, cubriéndolos a todos con arena y perturbando el combate por unos instantes.
Ese breve lapso fue suficiente para Mirai. Mientras una nube de arena comenzaba a rodearlos en círculo, recordó su vida en Konoha al ver cómo Sarada luchaba por respirar.
"Cuida mi voluntad de fuego".
"Eres como tu padre. ¡Podrías llegar a ser Hokage!"
"Esos niños son importantes. Son inofensivos en este tiempo".
"Tengo miedo de morir siendo un Lee".
Todos somos un objetivo jugoso para los más poderosos.
— ¡Debo protegerlos, incluso si tengo que dar mi vida a cambio!
El grito de Shikadai no pudo detenerla.
Una energía llameante, azul, se manifestó en la superficie de la cuchilla de la Sarutobi. Era la misma cuchilla que su padre había empuñado en sus días como shinobi, la misma con la que había perdido la vida.
Su chakra se concentró en el arma. Aunque aún no era una experta en esta técnica, Mirai puso toda su fuerza en su brazo derecho, tomando impulso con un grito ahogado, aprovechando la distracción del enemigo.
Un corte en diagonal desgarró la piel del brazo del hombre. Este soltó un alarido de dolor mientras la herida ardiente se extendía con la sangre brotando de la piel desgarrada.
Sarada cayó al suelo, al borde de caer de rodillas, pero Mirai la sujetó del cuello de su ropa y la lanzó hacia donde estaba el resto de su escuadrón. La Uchiha rodó por el suelo y fue atrapada por sus compañeros de equipo.
Mirai observó a su escuadrón, con los pulmones gritando por descanso y su interior ardiendo. Ver sus rostros petrificados era el peor escenario que ella podía imaginar después de escapar con vida de Konoha. Había aceptado este final, pero no podía estar tranquila si su sacrificio no aseguraba el bienestar de los niños.
Jadeó cuando sintió ser tomada por la parte trasera del cuello de su chaleco. El enemigo tiró violentamente de él, haciéndola girar para quedar frente a frente con el adolescente. Con la mente agotada o en blanco, Mirai se preparó para golpear nuevamente a su contrincante con la cuchilla, pero él la levantó del suelo agarrándola por el cuello de su chaleco.
El hombre la alzó en el aire, tanto que Mirai casi podía ver su cabeza si se lo permitieran. Le faltaba el aire, y su cuchilla cayó al suelo cuando la falta de oxígeno comenzó a afectar a su cerebro. Solo pudo fruncir el ceño y agarrar la muñeca del hombre con sus manos.
— ¡TE CREES MUY FUERTE, ¿VERDAD, MOCOSA?! — Escupió el hombre, con la locura reflejada en su semblante y el sudor deslizándose por su rostro. El ataque de Mirai lo había afectado. — AHORA TENDRÁS QUE PAGARME ESTO. ¿Sabes cuál es el precio por herirme...?
Mirai ahogó un grito, incapaz de respirar por la mano que le obstruía el aire. Sus ojos se abrieron de par en par, como si estuvieran a punto de salir de sus cuencas. Su boca seguía el mismo patrón, y aquellos que observaban la escena desde lejos solo podían ver cómo los pies de la Chunin se retorcían, como si al hacerlo estuviera buscando una salvación.
El escuadrón completo quedó perplejo ante la escena que se desarrollaba a lo lejos, con la boca abierta y sin poder mover un solo dedo.
La voz del segundo hombre resonó tenebrosamente a espaldas del grupo.
Atónitos, se giraron para presenciar cómo la sombra paralizante de Shikadai se desvanecía debajo de los pies del hombre. A pesar de los esfuerzos del Nara por mantener su técnica, se rindió cuando el hombre dio un paso adelante.
Un silencio frío y mortuorio los envolvió a todos.
— Deberían estar agradecidos de que su fin sea solo drenar su chakra. — Les dijo él, calmándolos ante la idea de un ataque despiadado contra los jóvenes ninjas. — Pero no podré decir lo mismo de ustedes. Ustedes morirán por mi mano.
Cada paso que daba era una advertencia para los niños. El peligro estaba literalmente frente a ellos, y solo unos pocos tomaron la iniciativa de ponerse en guardia, vacilando mientras tenían la mente puesta en el estado de la mayor de todos.
Hoki fue el primero en posicionarse al frente. No parecía estar preparado para el combate, pero el enemigo no esperaría a que estuviera listo.
Sin embargo, de repente, el primer hombre soltó un fuerte jadeo que tomó por sorpresa a su compañero. Este apartó su atención de los niños para observar detenidamente cómo su compañero levantaba a Mirai por el cuello.
Lo que no pudo ver fue lo que alarmó al hombre de cabello azul.
Mientras absorbía el chakra de la adolescente, sintió cómo su cuerpo se entumecía y un dolor punzante invadía sus músculos. El entumecimiento le impidió soltar a Mirai, y conforme el tiempo pasaba, los brazos de la Sarutobi cayeron inertes a su lado.
La inconsciencia se apoderó de su cuerpo.
Entre las quejas constantes del hombre, un destello surgió en el rostro inconsciente de la Chunin que estaba siendo estrangulada.
Él frunció el ceño, el dolor irradiaba desde lo más profundo de su ser. Con su semblante crispado por el sufrimiento, notó cómo una figura, diminuta y resplandeciente, se formaba en la frente de la joven.
Era como un dibujo hecho de estrellas. Una media luna que resaltaba su presencia, como si brillara bajo el agua en una noche estrellada.
— ¿Qué diablos es eso...? — Exclamó el hombre, desconcertado. –
— ¡Oye! ¿Qué está pasando? — El de cabello oscuro preguntó, confundido. –
El hombre se agarró el brazo, tratando de liberarse de la fuerza que lo aprisionaba. El brillo en la frente de la adolescente se intensificaba, hasta que una descarga eléctrica activó los sentidos del enemigo.
— ¡Maldita sea! — Gritó al recobrar la consciencia, soltando su agarre en la joven. –
Mirai cayó de espaldas al suelo con un golpe contundente.
Todos gritaron su nombre, observando con atención el cuerpo inconsciente de la Chunin. Para su pesar, no hubo movimiento ni respuesta a sus llamados.
Las maldiciones se escucharon entre susurros, mientras el pánico se reflejaba en los rostros de los niños.
La tormenta de arena envolvía el desierto, sus rugidos y llamados se mezclaban en el viento, haciendo que los niños se taparan los ojos mientras eran empujados hacia atrás por la fuerza del fenómeno natural.
Sin que los jóvenes lo notaran, la misma luz que había aparecido en la frente de Mirai ahora brillaba en las de ellos. Un resplandor lunar, hermoso pero discreto.
Boruto protegía su rostro con un brazo, aferrando la muñeca de Sarada con la otra mano. Ella hacía lo mismo, con su cabello agitándose salvajemente por el viento.
Pero de repente, el cosquilleo de la arena cesó, incluso en medio de la tormenta. Sarada se atrevió a abrir los ojos parcialmente, sin soltar la mano de Boruto.
Con asombro, vio cómo figuras emergían de la tormenta, formando columnas alrededor de ellos. Vestían solo trapos como pantalones y llevaban máscaras de piedra. El círculo que formaban se abría a medida que avanzaban hacia el grupo de niños.
Los hombres de antes retrocedían, maldiciendo mientras la arena les laceraba los ojos. Los niños, en cambio, solo sentían la fuerza del viento gracias al escudo que formaban los enmascarados.
— ¡¿Qué está pasando?! — Exclamó Boruto al darse cuenta de lo que ocurría. —
— Ellos... ¡ellos están manipulando la arena! — Gritó Sarada, con los ojos fijos en la columna de hombres que se acercaba.
Mientras observaban cómo la figura inconsciente de Mirai se volvía más clara dentro del círculo de hombres, Sarada y Boruto se estremecieron. Estaban a punto de correr hacia ella cuando un crujido los detuvo en seco.
El suelo comenzaba a ceder bajo sus pies, formando grietas por doquier. Sus compañeros también habían notado el cambio, sumiéndose en un silencio tenso, solo interrumpido por el sonido ominoso de las grietas.
La arena desapareció, dejando solo restos sobre una superficie rocosa y agrietada. La confusión se apoderó de ellos.
— ¡¿Qué está pasando?! — Gritó Tsubaki, su voz llena de pánico. —
— ¡El suelo se está rompiendo!
— ¡¡Todos juntos!! — Hoki intentó mantener la calma, pero su voz temblaba. — ¡¡No nos separen bajo ninguna circunstancia!
Más crujidos resonaron, más intensos que antes, ahogando los gritos de sus compañeros. El suelo cedió una vez más, haciéndolos tambalear y chillar mientras caían en un oscuro abismo desconocido, con el polvo cegando sus visiones y el mundo temblando a su alrededor.
Sus estómagos se revolvían mientras experimentaban las fuerzas de la gravedad, y sus gritos se entremezclaban en el aire. Todo culminó con un impactante golpe al llegar al suelo.
El último sonido que resonó fue el de las piedras más pequeñas cayendo, seguido del brusco cierre del techo de piedra sobre ellos. El suelo que se había abierto bajo sus pies se selló, dejándolos en completa oscuridad y privándolos de la débil luz lunar que apenas se filtraba.
Mientras tanto, la confusión y la tensión se apoderaban de los antiguos ninjas de Konoha.
En el país del Viento, más precisamente en el hospital de la Aldea de la Arena, una enorme nube negra se cernía sobre el edificio. Las expresiones de preocupación eran evidentes en los rostros de los presentes, y las conversaciones ansiosas de las enfermeras llenaban el aire.
El trío Ino-Shika-Chou observaba con incredulidad lo que ocurría afuera. A través de las ventanas, solo podían ver la oscuridad que envolvía el exterior.
Gaara pasó junto a sus hermanos, ignorando las preguntas que le lanzaban. Había recibido el mensaje de la Hokage y estaba casi seguro de que lo que estaba ocurriendo ahora estaba relacionado con él.
Al llegar a la habitación del niño dormido, se acercó a la ventana para contemplar la tormenta de arena negra que rodeaba todo el edificio.
— ¡Ha cubierto por completo el hospital! — escuchó a alguien exclamar a sus espaldas. — ¡Es como si fuera arena negra!
— ¡Gaara! ¿Qué vamos a hacer?
Gaara no ignoró las preguntas que le lanzaban, pero tampoco respondió a ninguna de ellas.
Con los brazos cruzados, lanzó una mirada de reojo al niño postrado en la cama.
Eran demasiadas coincidencias para pasar por alto.
— ¡Por favor, ayúdennos, Saturo-sama!
En el palacio real, los ninjas gritaban desde sus posiciones. Los sirvientes más cercanos retrocedían con temor mientras una luz verde envolvía a los ninjas que clamaban por ayuda.
Algunos intentaron resistirse al secuestro, pero la fuerza desconocida siempre prevalecía.
Todos los hombres, incluidos los pocos ninjas de Trozani que quedaban, estaban siendo arrastrados desde el interior de los muros del palacio real.
El equipo Kakashi se detuvo, impactado al ver una especie de luz verde, tan grande como una puerta, que les bloqueaba el paso.
Del otro lado, Kakashi se presentó de golpe. A su lado, el segundo rey de la ciudad.
Saturo no podía creer lo que estaba viendo. Frente a él, podía ver cómo sus subordinados eran secuestrados, escuchando sus gritos de auxilio.
— ¡Gah! ¡Saturo-sama! — Exclamó un ninja en medio del pasillo. —
Sus pies se alejaban cada vez más del suelo, extendiendo sus extremidades hacia su rey en un intento desesperado por evitar su captura. Pero el portal lo absorbía, su cuerpo desaparecía ante los ojos de los cinco espectadores mientras él seguía clamando por ayuda.
El rey intentó ir en su rescate, pero fue en vano.
— ¡Ayúdame! ¡Saturo-sama!
La luz verde absorbía la existencia del ninja, hasta la punta de sus dedos. Lo único que quedaba de él eran los mechones de su cabello que se desvanecían en el aire.
En el palacio real, un silencio fúnebre se apoderó del lugar.
— El pergamino... ha sido abierto.
Su voz temblorosa resonó en el peliblanco que estaba detrás de él.
Una atmósfera de terror envolvió todo el palacio. Los susurros de los sirvientes, incrédulos y aterrados, retumbaban como una pesadilla en los oídos de Naruto.
El Uzumaki, pálido como el papel, apenas pudo murmurar para sí mismo.
— Es igual que en Konoha... — Tragó saliva con dificultad. El frío se apoderaba de sus dedos. — Es... el mismo jutsu espacio-temporal.