A medida que los primeros rayos de sol se asoman por las cortinas, la habitación es envuelta por el dulce aroma de fresas maduras, fusionado con el delicado olor de carne al vapor y pan fresco. Anna se relamió en la cama murmurando cosas ininteligibles desde su boca.
—Levántate Anna, vamos a comer —se pudo escuchar la voz de Janie, pero Anna no se movió. En cambio, se giró hacia el otro lado y continuó su sueño. Ha pasado una semana entera desde que dejaron su hogar en búsqueda de la felicidad que aún no han encontrado.
Aunque Anna encontró paz y algo de tiempo a solas lejos de las constantes quejas de su familia y todo eso, todavía se sentía muy vacía. Se preguntaba si Noah se sentiría igual. Incluso si se había dicho a sí misma que no debía pensar en él, no podía dejar de hacerlo. Se había entrenado para estar enfadada con él por guardarle tantos secretos, pero no conseguía mantener el enfado ni siquiera un día.