—¿Cómo me veo? —preguntó Anna girando ante el espejo de piso a techo revisando la ropa que llevaba puesta. Se había cambiado más de siete atuendos buscando la ropa más adecuada para usar.
Aunque lo que llevaba puesto era mucho más grande que su talla habitual, le encantaba, especialmente porque pertenecía a Noah.
Se volvió para mirar al hombre que estaba apoyado en el marco de la puerta, su hombro presionando la madera y sus piernas cruzadas en los tobillos. Tenía su expresión habitual de aburrimiento mientras la observaba.
¿Quién iba a decir que un día tendría una pequeña y adorable peste invadiendo su vida?
Su diminuta figura se perdía en su amplia camisa, la cual cubría sus curvas femeninas, pero eso no la hacía menos sexy. Después de todo, su cuerpo está destinado a ser visto solo por él y por nadie más.
—Es perfecto —pasó su mano distraidamente sobre su antebrazo desnudo donde su camisa estaba arremangada.