Jaime.
Después de cuatro meses en Japón, había aprendido varias lecciones, y una de las más importantes era que incluso el trabajo más modesto puede otorgarte un lugar especial en la vida de quienes te rodean. Me había adaptado con facilidad al trabajo de mantenimiento que solía hacer el padre de Sue, y gracias a eso, los inquilinos del edificio me estaban eternamente agradecidos. Esto implicaba que, constantemente, intentaban alimentarme, y como mi conocimiento del idioma era limitado, aceptaba su generosidad para no parecer descortés.
Sin embargo, lo último que esperaba después de un largo día de trabajo era recibir una llamada de Neal en las primeras horas de la mañana.
—¿Una hija? —susurré con asombro mientras la noticia se filtraba en mi mente adormecida.
—Sí, acaba de dar a luz. No esperábamos que el bebé llegara hasta la próxima semana, pero su fuente se rompió hace unas horas y luego fue una carrera frenética hacia el hospital.