El sonido de un elfo llorando mientras sostenía a su bebé muerto se esparció por los alrededores.
A su alrededor estaban otros elfos, que habían venido a despedirse del niño que se suponía se convertiría en parte de su pequeña aldea. Desafortunadamente, el bebé falleció minutos después de haber nacido en el mundo.
Lux observaba esta escena y sabía con absoluta certeza que el niño en brazos de la dama elfo era él.
No. No era él.
Era el recipiente con el que su espíritu roto se había fusionado cuando llegó a Solais.
La luna llena colgaba en el cielo esa noche, y a través de los sollozos doloridos, Lux se dio cuenta de cuán desconsolada estaba la dama.
—Aunque no pude brindarte amor y felicidad, no olvidaré darte un nombre —dijo tristemente la dama elfo, cuyo nombre era Adeline, mientras terminaba de escribir el nombre de su hijo en la tablilla de madera.
Lux.
Ese era el nombre que Adeline le había dado a su hijo.
Ese nombre significaba luz.