Cuando Kaizen y Linus sintieron el viento de una tormenta en sus cuellos, no se atrevieron a mover ni un centímetro. El sonido de la respiración pesada y el olor a animal solo podían significar una cosa: el Minotauro estaba allí, detrás de ellos.
Lentamente, sus ojos se encontraron, y como si pudieran entenderse sin intercambiar palabra, ambos se giraron rápidamente, listos para enfrentarse al Minotauro, pero no vieron más que oscuridad. Sus jadeantes respiraciones seguían siendo fuertes.
—¿Quién está ahí? —preguntó Kaizen.
No obtuvo una respuesta inmediata, pero de repente una sombra surgió de la oscuridad del pasillo, y esta sombra era gigantesca, fácilmente diez pies de altura, y venía hacia ellos. Era el Minotauro, una criatura con cuerpo de hombre y cabeza de toro. El monstruo era al menos el doble de grande que un humano ordinario, y su piel era tan gruesa que las espadas ordinarias no podían hacerle daño significativo.