Tyr frunció el ceño ante su solicitud.
—¿Acaso el universo parece un reloj cuyas agujas puedes mover cuando te apetece? El tiempo no es un tren al que puedes acelerar en su vía cuando lo deseas.
Gayo miró a Tyr, sus ojos entrecerrándose en ira. No podría forzar al viejo dios a actuar con amenazas de daño, porque como Tyr había dicho, uno no puede dañar al tiempo.
Pero tenía otras formas de forzar su mano.
—Tyr. Recuerda que fui yo quien creó a los seguidores que te dan poder. Igual de fácilmente puedo borrarlos. Soy el dios de la creación, pero también el iracundo, el dios de la destrucción.
Tyr soltó una risotada.
—Hazlo. Entonces no tendré el poder necesario para hacerte ese favor tuyo. Para un dios, no siempre eres el más sagaz.
—¡Basta!
En su ira, vórtices dorados aparecieron alrededor de Gayo, absorbiendo la tierra y la piedra que componían la montaña. Tyr frunció el ceño.