Fiona bajaba las escaleras con un atuendo negro; se veía deslumbrante. Todos los trabajadores varones la miraban fijamente.
—Oi, hijos de puta. ¿Qué mierda están mirando? Ella es su Reina. Vuelvan al trabajo, o los echaré a patadas ahora mismo —María gritó, como de costumbre.
—María, mantén la calma. ¿No te sientes avergonzada al decir palabras así? —preguntó Fiona.
—No, señora. Esta boca es una de las razones por las que tu madre me contrató como tu criada. Quería que te protegiera de cualquiera que quisiera hacerte daño —respondió María.
—Bueno, no creo que nadie se atreva a hacerme daño después de escuchar tus palabras floridas —murmuró Fiona mientras ambas se acercaban al carruaje.
En cuanto llegaron cerca del carruaje, Fiona notó que Anon ya está allí, sosteniendo la puerta abierta para ella.
—Hola, Sr. Mayordomo Guapo —dijo Fiona con una sonrisa.
—Hola, Señora —dijo Anon con una sonrisa de vuelta.