Tan pronto como la voz de Anon llegó a los oídos de Frank, una sonrisa se esparció por su rostro.
—Entonces iré a preparar más contratos de esclavitud —dijo Frank, levantándose de su asiento y alejándose.
Anon sonrió, satisfecho con la respuesta, mientras observaba a Frank marcharse.
Aburriéndose, Anon sacó un cigarro de su inventario y se preparó para encenderlo. Pero antes de que pudiera dar una calada, una mano le arrebató brutalmente el cigarro de la boca.
—No tienes permitido fumar dentro de la academia, Plebeyo —una voz lo reprendió.
La ira se apoderó de Anon. Sus ojos se volvieron rojos, y su cabeza latía con furia y las venas se le marcaban. Tuvo el repentino impulso de cortar la mano de su dueño de un solo golpe.
Sin embargo, un aroma de mujer llegó a su nariz, calmando sus turbulentas emociones. Anon recuperó el control y levantó la vista, una sonrisa curvándose en sus labios.