Kizer llevaba ya un tiempo encerrado en el cuarto del alquimista y podía sentir cómo su cabeza empezaba a palpitar. No estaba seguro si era por los vapores de las plantas de Reno o por las pociones que estaba creando, pero de cualquier forma, quería salir de allí.
Cuando salió del cuarto y se encontraba en el pasillo principal que se ramificaba en varias otras habitaciones, todavía podía oler diversos aromas que se colaban en su nariz.
—¿Cómo pueden soportar estos olores todo el día, todos los días? Los alquimistas realmente tienen un talento especial para estas cosas —pensó Kizer, pellizcándose la nariz mientras miraba hacia la salida—. Ahora que lo pienso, no creo haber conocido o encontrado jamás a un alquimista que sea normal.