GAHRYE
Su cabeza zumbaba. Apenas podía pensar. La llamada de apareamiento se elevaba en su garganta y la tragó de vuelta, sus manos temblaban.
Era imposible. No podía ser. Y sin embargo, allí estaba ella. Y le sonreía y… podía olerla. Era definitivamente su aroma. El aroma que las voces le habían dado: jazmín y azúcar, y algo suave que nunca había olido antes. ¿Cómo podía ser? Tenían que ser mentirosos. Tenían que ser…
Ella ya estaba sin aliento cuando llegó, pero cuando lo miró… su pulso se aceleró y sus pupilas se dilataron.
Le gustaba. Cuando lo miraba, lo deseaba.
Esto era imposible.
Gahrye apartó la mirada de ella y se obligó a mirar al hombre pequeño y ridículo que dirigía este lugar, pero en segundos sus ojos volvían a estar sobre ella.