Cuando empezó a alejarse, Cian la siguió decidido. —Si tienes algo que decir, dímelo a mí. No lo guardes en tu corazón.
Seren dejó de caminar pero no miró a su hermano. Sus palabras no sonaron frías, pero tampoco tenían un ápice de emoción. —Su Majestad siempre me ha mantenido encerrada en la torre y me ha alejado del mundo exterior diciendo que es para protegerme, que nunca debería salir de la torre y no debería relacionarme con los demás. Pero ahora, me está entregando a un extraño de tierras lejanas. Lo que Su Majestad hizo todos estos años confiscando mi libertad, ahora no es nada. Parece que ya no hay necesidad de protegerme.
Cian comprendió lo que ella quería decir. Aunque no lo demostraba, debía estar dolida y completamente decepcionada de su padre. Durante casi dos décadas, cada día de su vida había sido como el de una prisionera, y había aceptado su destino. Este cruel acto definitivamente se sentiría como una traición.