El Rey Coco y el resto de su tribu temblaban de miedo. Esta era la primera vez que alguien se liberaba de las ataduras y eso con pura fuerza. Miraron hacia la espada que podría partirlos por la mitad antes de girarse para ver a Mo Qiang, quien actuaba como si no pudiera ver nada.
Estaba incluso tarareando una melodía mientras miraba al sur en lugar de mirarlos a ellos.
Todos entendieron que a menos que estuvieran de acuerdo con su petición, no iban a salir vivos de este aprieto. Ahora el Rey Coco y sus subordinados sentían como si hubieran pateado una placa de hierro; si hubieran sabido que Mo Qiang y Mo Xifeng eran tan fuertes no habrían tratado de amenazarlas asustando a las dos hermanas.
El Rey Coco quería derramar lágrimas de arrepentimiento, pero no había remedio para la palabra arrepentimiento. Cerró los ojos y frunció el rostro, si solo fuera por él, habría sacrificado su vida de buena gana, ¡pero por su gente, necesitaba sobrevivir! ¡No podían arreglárselas sin él!