—Ganaré seguramente, querida. Ni siquiera me lastimaré. No es como si nunca hubiera estado en las guerras antes —dijo con despreocupación como si fuera una respuesta esperada de él.
—¡No importa si no te lastimas! Pero la preocupación... No importa cuántas veces trates de tranquilizarme, ¡no puedo dejar de preocuparme! ¿Por qué no puedes entender esto? —murmuré desesperadamente—. No es que no puedas lastimarte. ¡Puedes! ¡También te puedes lastimar! ¡Cualquier cosa inesperada puede suceder, Dem! Del mismo modo en que te preocupas por mí, yo también me preocupo por ti. Así que, al menos, piensa con eso en mente. No te voy a permitir que tomes decisiones que puedan llevar a una maldita guerra cuando fácilmente podemos prevenirla si solo lo intento.
—Cálmate —él dijo—. Entiendo que estás preocupada por mí y por los demás... Pero...