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Arlan regresó al Palacio Madreselva con el pensamiento de finalmente unirse a su esposa en la cama después de un largo y ocupado día. Para su sorpresa, no estaba en su habitación sino en su estudio. Estaba sentada detrás del escritorio, sus ojos fijos en la espada colocada frente a ella, sus dedos trazando los intrincados grabados en su mango.
—Parece que te ha gustado una espada —comentó Arlan al entrar a la habitación poco iluminada.
Oriana levantó la vista, sus ojos encontrándose con los de él. —No estoy segura, pero me siento conectada a esta.
Arlan se acercó al escritorio y levantó la espada, la misma que Luis Mortimer le había obsequiado unos días antes. —Es algo que pertenece a tu familia, así que es natural que te sientas conectada a ella.
Ella se recostó en su silla, una expresión contemplativa en su rostro. —Me hizo querer aprender a usar una espada.
—¿Es por eso que le pediste a Rafal que te enseñara esta tarde? —preguntó él.