Había caballeros por todos lados, e incluso Ana estaba cerca, lo que solo servía para acentuar la vergüenza de Oriana. No solo Arlan la sostenía tan cerca, sino que sus palabras eran sugerentes y sinvergüenzas.
Oriana le lanzó una mirada fulminante a Arlan. —¿Podrías comportarte por favor? Estamos afuera. Todos pueden vernos.
Arlan se rió entre dientes y echó un vistazo a sus caballeros. —¿Qué ven ustedes, muchachos?
—Nada, Su Alteza —contestaron al unísono, girándose rápidamente para darles la espalda a la pareja.
Con un brillo juguetón en sus ojos, Arlan volvió a la mujer que intentaba liberarse de su agarre. —Ellos no ven nada.
Oriana frunció el ceño. Este príncipe y sus hombres eran como uña y carne.
—Quiero hablar sobre Copo de Nieve. ¿Puedes soltarme ahora? —Su voz destilaba molestia.
—A una condición.
—¿Cuál? —ella exigió.
El rostro de Arlan se acercó más, su voz un susurro contra su oído. —Esta noche, permitirás que te brinde mi calidez.