La oscuridad era un viejo amigo, un cómplice silencioso que había envuelto a Adrian en un sueño sin sueños durante siglos. La cueva, su santuario de piedra y tierra, había sido su refugio del mundo, un lugar donde el tiempo no tenía significado. Pero incluso en la oscuridad más profunda, el tiempo avanzaba, inmutable e inexorable.
Sus ojos se abrieron, revelando la oscuridad que había sido su compañera durante tanto tiempo. La quietud de la cueva fue interrumpida por el sutil crujir de su movimiento, un sonido suave y apenas perceptible en el silencio que lo rodeaba. Adrian se levantó, su cuerpo sintiendo una extraña mezcla de rigidez y rejuvenecimiento, como si cada fibra de su ser estuviera despertando de un largo letargo.
Con una mano, empujó la pesada roca que sellaba su tumba, permitiendo que la luz del día se filtrara en la oscuridad, iluminando las partículas de polvo que flotaban en el aire estancado. Adrian salió de la cueva, sus ojos se ajustaron rápidamente a la brillante luz del sol, revelando un paisaje que, aunque familiar, estaba teñido por el paso del tiempo.
Las ruinas de lo que una vez fue una próspera ciudad yacían ante él, consumidas por la naturaleza y olvidadas por aquellos que una vez caminaron por sus calles. Adrian caminó hacia las ruinas, sus pasos eran los únicos sonidos en este lugar olvidado, una melodía solitaria en un escenario de desolación.
A medida que caminaba por las calles, los recuerdos de un tiempo pasado, de rostros y voces que habían sido consumidos por los siglos, bailaban en los bordes de su mente. Pero Adrian no permitió que la melancolía se apoderara de él. En su lugar, se movió con propósito, explorando los restos de la civilización que había conocido.
La noche cayó, y con ella, la comodidad de la oscuridad. Adrian, una sombra entre las sombras, se movió a través de la ciudad en ruinas, sus pensamientos girando en torno a lo que había sido y lo que ahora era. El mundo había cambiado en su ausencia, y él era un extraño en una tierra que una vez había conocido.
En la tranquilidad de la noche, se sentó entre las ruinas, su figura solitaria un espectro en medio de los escombros. La luna, un creciente delgado, lanzaba una luz suave sobre el paisaje, creando sombras danzantes en los restos de la ciudad.
Adrian, el vampiro que había caminado por la tierra durante siglos, se encontraba ahora en un mundo que no reconocía, un mundo que había seguido adelante mientras él dormía. Y mientras observaba la luna, un sentimiento de determinación comenzó a arder en su interior. Había un mundo por descubrir, secretos por desenterrar, y un futuro incierto por explorar.
Y así, en la quietud de la noche, Adrian se levantó y caminó hacia lo desconocido, su figura desapareciendo en la oscuridad, un espectro en busca de respuestas en un mundo que había olvidado.