Cuando Alex entró en su dormitorio, encontró a Abigail de pie junto a la ventana.
Ella se giró con una sonrisa tímida, y su corazón tropezó un poco con la vista de él. Su cabello estaba despeinado y un poco húmedo. Sus dedos ya estaban ocupados desabotonando su camisa, revelando la deliciosa y ágil muscularidad de su cuerpo divino. Sus ojos, sus labios, su cara cautivadoras en su perfecta sensualidad. Este dios de la seducción lo estaba haciendo de nuevo, y Abigail sabía que nunca podría cansarse de verlo hacer esto. Mucho menos acostumbrarse.
Su mirada la recorrió. A pesar de llevar puesto un par de pijamas, Alex la miraba como si ella estuviese vistiendo un camisón seductor.
—¿Viste al chico? —preguntó Abi mientras Alex colgaba su camisa en la silla y se acercaba a ella.
—Sí, el mocoso está solo. Los compañeros de los que hablaba son inexistentes —respondió él.
—¿Inexistentes?