—¡Zeres! —Abigail llamó el nombre del dragón y el fuego no se produjo.
El dragón se detuvo ante Abigail, sus ojos dorados la miraban y, debido a eso, pudieron permanecer en la tierra de los vivos un poco más.
Dinah se enfureció. ¡No podía creer que Zeres se detuviera solo porque esa maldita chica llamó su nombre!
—¡Maldición! ¡Escúchame Zeres! —Dinah gritó, tratando de recuperar el control del dragón una vez más.
Un fuerte gruñido estremecedor llenó la vastedad de la caverna de nuevo. Zeres no parecía estar dolorido; era como si estuviera desgarrado.
Dinah continuó dándole órdenes como una mujer loca. Una y otra vez.
—¡Maldita sea, maldita sea, maldita sea! ¿Por qué? ¿Por qué no me está escuchando? —Las venas de Dinah estaban a punto de estallar de pura ira. Su cara parecida a la de un cadáver se distorsionó y se volvió aún más fea.