Mientras dos inmortales luchaban en el cielo sobre la Ciudad de Marfil, cada vez más de ella se veía envuelta en llamas. Enloquecido por el dolor, la tristeza y el terrible peso de su vida infinita, el noble dragón había perdido la última pizca de cordura. En su frenesí por destruir al escurridizo y odioso enemigo, desató sobre la hermosa ciudad un diluvio de llamas abrasadoras.
La pérdida de vidas fue inmensa. El sufrimiento de la gente agonizante era indescriptible. El calor era insoportable.
Miles murieron en el fuego, y miles más se convertían en cenizas a cada minuto. El pánico y el horror invadieron toda la ciudad, convirtiendo a sus habitantes en una multitud enloquecida. Intentaban huir, pisoteando a innumerables personas hasta la muerte... solo para ser devorados por las llamas al siguiente instante.