En la fría luz del alba, una gigantesca torre carmesí surgía del Laberinto. A esta distancia, parecía una espada ensangrentada que algún titán primordial había clavado en los cielos.
El coral rojo se desprendía de sus paredes como la sangre de los dioses, extendiéndose desde la base de la Espira para devorar toda la Costa Olvidada. La torre en sí parecía estar sobre una isla, que estaba rodeada por agua negra desde todos los lados. A pesar de que el sol ya estaba subiendo, esta parte del mar maldito no desaparecía.
En cambio, persistía y se movía sin cesar, formando un gran remolino. Se podían ver formas poco claras moviéndose bajo la superficie del agua negra, ahogando los corazones de los humanos que se atrevían a acercarse a la Espira con temor.